Muchas personas se
habrán preguntado por qué está allí en el banquillo de los acusados, siendo
sindicado de genocidio y delitos de lesa humanidad un anciano, oligarca
político de este país, cuya presencia en nuestros escenarios data desde hace más de 40 años.
Yvonne Aguilar / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Quizá algunos clamen
porque se tenga en su lugar a centenas de soldados rasos perpetradores de las
matanzas, violaciones, torturas, secuestros, desapariciones forzadas ocurridas
durante esa guerra que ahora se nos representa otra vez en cada una de nuestras
propias experiencias de vida. Porque me atrevo a decir que a casi todos nos
tocó una parte de dolor en esa época.
Pero, ¿y quién los mandó? ¿Tomaron ellos
solos la decisión de incursionar en las comunidades masacradas sin ton ni son,
incluso, siendo algunos propios de esos lugares? No. No os equivoquéis. No se
intente con jergas políticas ni elegantes declaraciones disfrazar la verdad con
vetustas mentiras o enderezar
falsedades. El sindicado está allí porque él fue el autor intelectual, el
sujeto que promovió, ordenó y planificó en conjunto con su equipo militar,
preparado en la más nefasta escuela para matar que es el ejército de Guatemala,
este genocidio.
Había una intención preclara: eliminar a un grupo que se estimó
“como agua para el pez”. Quedó documentado. Los planes Victoria 82 y Sofía así
lo definen. Está consignado quiénes, dónde, cuándo, cómo, con qué recursos se
perpetraría tales atropellos a la vida, la dignidad, la cultura de las personas.
Como el mismo Ríos Montt afirma en una entrevista que se le hizo en esa época:
“si yo no sé lo que hace el ejército…”
Es decir, no puede estar más claro.
Así, por así, los
otros, los autores materiales, los mayores, los tenientes, los soldados rasos, los
patrulleros de autodefensa civil, quedan como la fuerza final de ese péndulo de
muerte que se abatió sobre nuestro pueblo. Háblese también de los cómplices,
los informantes locales, el propio sistema de justicia, implicados en estos
crímenes por las razones que fuera. Hubo cadáveres tendidos en las calles que
no fueron levantados por las judicaturas por miedo o por falta de compromiso.
Porque estos se constituían en lección para los habitantes de las zonas. Hubo
miedo y por eso se acusó, se denunció, verdadero o falso, al propio hermano. Es
más, como evidencia del interés del estado, encabezado por este caudillo de
facto, hubo ocasiones en que el propio ministro de la defensa se hizo presente
luego de las masacres, como sucedió un 18 de agosto de 1983 en Chajul, luego de
que el destacamento fue tomado por la guerrilla y el ejército en venganza
alevosa, con todos los elementos agravantes que le proveía el terror sembrado
en la localidad (abuso de fuerza, nocturnidad, uso de armas y un largo
etcétera) sacó a todos los pobladores a las calles, los formó uno por uno, y
así los fue matando… caían unos sobre otros, aun en tremor de muerte… Luego, a
instancias de ese ministro de la defensa, que llegó en helicóptero, se
suspendió la matanza… ordenaron a los restantes sobrevivientes abrir una fosa y
enterrar (algunos vivos aun) a las víctimas de tal carnicería… Allí no hubo
juicio ninguno, no se levantaron pruebas, no se suministraron elementos de
descargos, nada… sólo se sentenció.
El sindicado general
tiene el privilegio, de que, aun después de pasados tantos años, años en los
que no se olvidó, se le puede juzgar, proveer prisión domiciliar y otras
prebendas quizá por acuse de su edad. Debe agradecer al Dios de los ejércitos,
a aquel que dijo “no revocaré su castigo; porque entregaron a todo un pueblo
cautivo y no se acordaron del pacto de hermanos”, el sólo hecho de poder hacer
uso de defensa, defensa aquella que no tuvieron los hermanos y hermanas
ixiles.
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