Videla ha muerto y lo ha hecho en una celda común, como un reo
cualquiera. Esa es la noticia. La sociedad argentina apoyó un Nunca Más y
esperemos que así sea. Pero su fantasma va a ser evocado por las minorías
progresistas que sueñan y educan en inglés y se escandalizan de solo pensar que
no recalarán los fines de semana en Miami en tours de compras.
Roberto Utrero / Especial para Con
Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Videla: del poder dictatorial a la condena por crímenes de lesa humanidad. |
Seguramente los teclados de los periodistas de Argentina y gran parte
del mundo estarán ardiendo, dando la información con que los argentinos nos
despertamos el viernes 17 de mayo: murió el dictador Jorge Rafael Videla a los
87 años, en el penal de Marcos Paz, una prisión común a las afueras de Buenos
Aires.
Siempre la muerte de un hombre nos disminuye porque estamos involucrados
en la humanidad, como decía John Donne; razón por la que jamás alegra una
muerte.
Por el contrario el sagrado valor de la vida en todas sus
manifestaciones nos obliga a su respeto y defensa. De allí que las
organizaciones de Derechos Humanos, Madres y Abuelas, como las de Hijos y
Nietos recuperados, siempre se han manifestado por conocer la verdad, someterse
a la justicia, ejercitar el perdón y nunca optar por la venganza. Siempre
bregaron por ello, pese a las idas y venidas que tuvo el largo proceso,
intentando recuperar la dignidad desde las cenizas.
Esta muerte nos obliga a ejercitar la memoria. Nos impone recorrer una
época nefasta, porque no existe manera de evaluar las graves, dolorosas e
irreversibles consecuencias que ha tenido la dictadura y tiene aun, en la vida
del país, ya que el pacto macabro entre Videla y su ministro de economía José
Alfredo Martínez de Hoz, recientemente fallecido, no sólo aniquiló a 30.000
argentinos, niños, jóvenes y ancianos, sino que construyó el corsé económico y
social al que se tuvo que asimilar la recuperada democracia, que este año
cumplirá tres décadas.
Este mesiánico general de la Nación tuvo una invención perversa, dentro de lo que él entendía como
el ejercicio pragmático de la doctrina católica de los derechos humanos: la
figura del “desaparecido”. Con este vocablo designaba a una persona que no
estaba ni detenida ni muerta, simplemente no existía y mientras estuviera en
esa situación, no tenía entidad posible. No había dónde buscarlo ni tampoco
tumba para recordarlo. Algo metafísica y ontológicamente siniestro.
La invisibilidad del dolor de las víctimas eliminaba la culpa de los
asesinos. Ocultar la tierra bajo la alfombra, enseñanza que tuvo como correlato
– dentro del individualismo feroz que se impuso después – la queja de las
clases medias por la inseguridad, frente a la pobreza que se hacía presente en
calles y plazas en los momentos de la crisis del 2001 y después. Mientras
estaban en las villas miserias no se los veía ni tampoco estaban como
“trapitos” en las esquinas limpiando parabrisas. Ello obligó a ejercitar la
beneficencia desde el podio de la opulencia y ejercer “el derrame” de la
misericordia con lo que les sobraba. Cuestión vergonzante en un país que
produce alimentos para diez veces su población.
Videla justificaba su accionar totalmente convencido, del mismo modo con
que comulgaba e iba a misa, orgulloso de la eficacia de la tarea emprendida, de
la higiene ideológica que hacían sus sicarios en las sombras. En una entrevista
en otoño de 1999 expresó: “La sociedad
argentina no se hubiera bancado los fusilamientos… No había otra manera. Todos
estuvimos de acuerdo en esto. Y el que no estuvo de acuerdo se fue.”[1]
Tal seguridad era abalada por sacerdotes, la alta jerarquía de la
Iglesia local y parte de la sociedad, que en ese momento emprendía una nueva
cruzada puesto que encarnaban la Verdad y estaban respaldados desde el Imperio
a través del Plan Cóndor.
El Poder Judicial brindó la legitimidad ética al Proceso de
Reorganización Nacional y los medios de comunicación hegemónicos colaboraron
para la construcción del consenso necesario para colonizar la subjetividad de
la comunidad, tal como lo hacen ahora en beneficio del consumismo y el american
way of life y en contra de la Patria Grande y su integración.
Hasta nos dimos el lujo de tener un Mundial de Fútbol en donde el slogan
impuesto fue: “los argentinos somos derechos y humanos”.
La corporación de la Justicia se resiente actualmente dado el proyecto
de su democratización, a pesar de que ha sido el único poder intocable en los
doscientos años de vida independiente y, en aquellos años de plomo, hacía oídos
sordos y miraba al costado ante los reclamos de los familiares de las víctimas.
La vigencia de la Ley de Medios destapó la olla de los colosales
negocios ocurridos con el gobierno de facto. El grupo Clarín, se benefició con
Papel Prensa S. A. la mayor productora de papel de diarios del país, cuya
incidencia a partir de entonces será fundamental. Razón de más para que en su
nerviosismo le preocupe instalar la tragedia, la inseguridad de las ciudades, el nivel de la
inflación o del dólar paralelo, y mucho más por desestabilizar un gobierno
democrático surgido del voto popular.
Hay que volver a ser la dócil factoría pampeana, la periferia próspera.
Para ello cuentan con una legión de comunicadores de elevado sueldo enrolados
en diarios, revistas, canales de televisión, sitios de Internet, libros,
programas y por si fuera poco, una pedagogía de la opresión de más de
quinientos años.
Videla ha muerto y lo ha hecho en una celda común, como un reo
cualquiera. Esa es la noticia. La sociedad argentina apoyó un Nunca Más y
esperemos que así sea.
Pero su fantasma va a ser evocado por las minorías progresistas que
sueñan y educan en inglés y se escandalizan de solo pensar que no recalarán los
fines de semana en Miami en tours de compras, aunque sus metejones, como
ocurría otrora con París, sólo aseguren la dependencia y la miseria.
Le queda entonces una gran tarea y responsabilidad a la memoria
colectiva, recordar para que las generaciones venideras construyan su identidad
con los dolores de todas las derrotas y el orgullo de tanta resistencia.
NOTA
[1] Seoane María y Muleiro
Vicente, El Dictador La historia secreta
y pública de Jorge Rafael Videla, Editorial Sudamericana, Buenos Aires,
2001, p. 233
No hay comentarios:
Publicar un comentario