La crisis económica internacional, iniciada
hace cinco años y con epicentro en Estados Unidos y Europa, no cesa. La
dificultad estadounidense para reafirmar su hegemonía, la debilidad del proceso
de integración europeo y el acelerado ascenso chino renuevan las disputas entre
las principales potencias por el control de América Latina.
Leandro Morgenfeld* / Marcha
Intereses políticos, económicos y militares gravitan sobre América Latina. |
A pesar de
los presagios optimistas, la crisis iniciada en Estados Unidos en 2008 no se
superó. Su epicentro se trasladó a Europa. Pero todo el mundo desarrollado
sigue estancado y no logra volver a crecer como antes. El derrame de la crisis
hacia los países emergentes es indudable. No hay desacople posible. China crece
menos. No hay locomotora que traccione la recuperación esperada.
En este
lúgubre contexto, crecen las tensiones entre las potencias. En el plano
comercial, se manifiestan en la Organización Mundial de Comercio (OMC),
paralizada, según se sinceró su nuevo director brasilero, quien logró imponerse
a pesar de que Estados Unidos y Europa apoyaban al candidato mexicano, un
neoliberal cuyo mayor pergamino fue la negociación del NAFTA.
También en
el plano político y en el militar se multiplican las tensiones. No es casual
que Washington apunte sus cañones hacia el Pacífico, que intente cercar a
China, que se agite un clima pre-bélico entre las dos Coreas, a la vez que la
crisis en Medio Oriente no parezca tener una resolución a la vista.
América
Latina, luego de las rebeliones populares que lograron un retroceso parcial de
las políticas neoliberales, inició una nueva etapa, en lo económico sostenida
en un crecimiento gracias a la demanda mundial de bienes agro-mineros (lo cual
produjo una profundización del extractivismo), con mayor autonomía en relación
con la Casa Blanca. La derrota del ALCA, el ascenso de algunos gobiernos con
prédicas anti-imperialistas y la constitución de instancias de integración por
fuera de la dirección otrora omnipresente de Washington, permitieron incluso
debatir sobre la construcción del "socialismo del siglo XXI".
Estados
Unidos, con su hegemonía desafiada, no se resigna a perder influencia en su
"patio trasero" -grosera denominación que hace pocas semanas volvió a
utilizar el Secretario de Estado John Kerry- y en consecuencia viene reforzando
sus rasgos agresivos y guerreristas. Como bien recuerda Atilio Borón en América
Latina en la geopolítica del imperialismo, la región está lejos de ser un
área irrelevante para Washington, lo cual se manifiesta en su creciente
presencia militar. Las luchas y guerras del siglo XXI serán por los
bienes comunes de la tierra, gran parte de los cuales se encuentran en América
latina, tan apetecida también por otras potencias.
Telma
Luzzani, en su reciente Territorios vigilados, demuestra que el poder
del Pentágono en la región sigue intacto. Con novedosas modalidades, Estados
Unidos asienta su presencia militar y geopolítica gracias a una extensa red de
bases. Su principal función es garantizar el acceso total e inmediato de las
fuerzas comandadas por la Casa Blanca, pero a la vez se encargan de otras
funciones como el espionaje, la protección de oleoductos, la vigilancia de los
flujos migratorios, el monitoreo político, el control del narcotráfico y, en
situaciones particulares como la de Honduras en 2009, las acciones desestabilizadoras.
El Viejo
Continente, en medio de una crisis que amenaza el propio proceso de
construcción de la Unión Europea -la eurozona esta semana entró oficialmente en
la recesión más prolongada de su historia, con 9 de 17 de sus miembros en esa
condición-, no está dispuesto a abandonar su influencia en una región en la
cual hace cinco siglos tiene una destacada presencia política, económica y
cultural. Bruselas pretende reiniciar las negociaciones para el acuerdo
comercial MERCOSUR-Unión Europea, a la vez que defender las inversiones de
capital en la región, para evitar más casos como el de REPSOL-YPF. Madrid
apuesta a revivir el proceso de las Cumbres Iberoamericanas (aquel iniciado en
1991, como contracara de las Cumbres de las América alentadas por Washington) a
la vez que Rajoy pretende confluir con los gobiernos derechistas. No
casualmente, participará la semana que viene en la Cumbre de la Alianza del
Pacífico, junto a sus pares de México, Colombia, Chile, Perú y otros países
centroamericanos.
China, por
su parte, viene avanzando a pasos acelerados en el vínculo económico con la
región. Ya es el tercer socio comercial de América Latina, y el primero de
algunos países. El vicepresidente Li Yuanchao, en su primer viaje oficial luego
de resultar electo el año pasado, visitó esta semana Argentina y Venezuela. La
relación con el gigante asiático amenaza con reconstruir la vieja dependencia
con Gran Bretaña y Estados Unidos: América Latina exporta bienes primarios
(petróleo, soja, cobre, hierro) y compra manufacturas.
De acuerdo
a la CEPAL, China ya el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú y el
segundo de Argentina, Cuba y Costa Rica. Además, China amplió sus inversiones
directas (más de 250.000 millones de dólares; hacia 2015 superará a la Unión
Europea) y sus bancos se transformaron en los principales prestamistas (75.000
millones de dólares entre 2005 y 2011), superando a Estados Unidos. Venezuela,
Brasil, Argentina y Ecuador ya acumulan importantes deudas con China. La
succión de recursos agro-mineros latinoamericanos (el 28% de estas
importaciones chinas provienen de nuestra región) sólo tiene parangón con las
que el gigante asiático despliega en África.
La crisis
económica impulsa a las potencias a intensificar las disputas para mantener o
modificar la configuración del poder mundial. En ese contexto, América Latina,
con un creciente mercado de consumo y una disponibilidad de bienes naturales
renovables y no renovables, está en el centro de las luchas entre Estados
Unidos, Europa y China, sean éstas comerciales, financieras, políticas o
militares. El riesgo para nuestra América es plantear, como lo hacen viejos
cultores de la teoría del "realismo periférico", la conveniencia de
establecer una alianza estratégica con el gigante asiático. Eso implicaría
simplemente diversificar la dependencia, repitiendo patrones
primario-exportadores como los establecidos en el siglo pasado con Gran Bretaña
y Estados Unidos. La alternativa, en cambio, debe construirse en alianza con
los países latinoamericanos y con autonomía respecto a las grandes potencias,
no resignándose a la conformación de un sistema capitalista mundial que genera
y regenera periferias.
* Docente UBA e ISEN. Investigador del
CONICET. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las
conferencias panamericanas (Ed. Continente, 2011), de Relaciones peligrosas.
Argentina y Estados Unidos (Capital Intelectual, diciembre 2012) y del blog.
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