Las ONGs ambientalistas panameñas aún deben encarar la
tarea de referir su iniciativa a nuestra circunstancia nacional, que tiene sus
propias complejidades. Aquí, en efecto, está ocurriendo un proceso de formación
de una economía, una sociedad y un Estado nuevos, marcado por toda suerte de
contradicciones y conflictos, al calor de debates fragmentarios y a menudo poco
informados.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Un colectivo de ONGs de Panamá ha emprendido, con el
apoyo de la Fundación Friedrich Ebert, la tarea de elaborar –una vez más– una
agenda que contribuya a orientar la discusión pública en torno a los graves
problemas ambientales que enfrenta nuestro país. Esta iniciativa renueva el
esfuerzo de promoción del diálogo y la colaboración en torno a estos problemas
en los términos propuestos por la Carta de la Tierra emitida una
generación atrás por las organizaciones sociales que participaron en la Cumbre
de la Tierra realizada en Rio de Janeiro en 1992.
El abordaje del problema por las ONGs panameñas,
además, no se reduce al plano técnico y de propuestas de política pública. Por
el contrario, además y más allá de esa importante dimensión del problema, los
ambientalistas del Istmo procuran relevar la dimensión ética del problema, que
renueva el dilema de origen de toda la tradición ética judeocristiana: aquel
expresado por Caín cuando Jehová le pregunta por su hermano Abel.
La respuesta evasiva de Caín –“¿Acaso soy yo el
guardián de mi hermano?”-, en efecto, resalta la dificultad ética que plantea
la pregunta de Jehová, la cual demanda un sí o un no, aunque pueda admitir
la consideración de circunstancias específicas en casos puntuales.
Porque, en efecto, si de lo que se trata es de la sostenibilidad del desarrollo
de nuestra especie, quien no se considera a sí mismo guardián de su hermano no
puede ser tampoco guardián de los ecosistemas de los que depende la vida de
toda la familia humana.
El tiempo transcurrido desde Rio 92, por otra parte, ha
sido uno de conflicto y renovación constantes. Lo que empezó pareciendo ser un
problema de los ambientalistas, antes que del ambiente, se transformó para
fines de la década de 1990 en un problema de tecnócratas y organismos
financieros internacionales, para convertirse ahora en uno de ecología
política, en la medida en que se amplía sin cesar la dimensión ambiental de las
luchas de los nuevos movimientos sociales. En el proceso, la relación entre
esas partes ha ganado se ha tornado cada vez más compleja. Lo que parecía ser
una voluntad de armonía en Rio 92 se convirtió en una confrontación abierta en
los debates sobre cambio climático en Copenhague, y discurre desde entonces por
cauces distintos, que parecen divergir cada vez más.
Pero esto es apenas una reflexión de orden general. Las
ONGs ambientalistas panameñas aún deben encarar la tarea de referir su
iniciativa a nuestra circunstancia nacional, que tiene sus propias
complejidades. Aquí, en efecto, está ocurriendo un proceso de formación de una
economía, una sociedad y un Estado nuevos, marcado por toda suerte de
contradicciones y conflictos, al calor de debates fragmentarios y a menudo poco
informados. Esta circunstancia exige sobre todo concreción, precisión,
concisión y fundamentación en datos y hechos comprobables en todo planteamiento
que se haga. Y esto es tanto más difícil, cuanto venimos de una cultura de la denuncia inmediata, y debemos pasar
a una del análisis crítico basado en tendencias de largo plazo.
En este sentido, la iniciativa misma de formular una
agenda colectiva puede y debe ser asumida como un proceso de aprendizaje y
desarrollo para las propias ONGs, en el paso a una fase superior y más compleja
en la historia de la ecología política en Panamá. De ese aprendizaje forma
parte la presentación de la agenda a los políticos en campaña -aunque lo que
podamos aprender aquí sea realmente poco, considerando las experiencias de toda
la primera década del siglo XXI. Pero, y sobre todo, ese aprendizaje resultará
ser de gran riqueza en cuanto incluya lo que resulte de la presentación de la
agenda a los movimientos sociales, en particular indígenas, pobres de la ciudad
y del campo, y organizaciones obreras y empresariales.
Si la elaboración de la agenda contribuye a hacer del
ambiente y sus problemas un tema de interés general para todos los sectores de
la sociedad, se habrá obtenido un logro de enorme trascendencia, por pobres que
puedan parecer sus frutos inmediatos. Porque, en el fondo, resaltará cada vez
más que, siendo el ambiente el producto de la acción social sobre el mundo natural,
si deseamos un ambiente distinto será necesario crear una sociedad diferente.
Todo fluye, de todos modos, en esa dirección. Lo que
empieza a faltar es tiempo para culminar la tarea antes de que se empiecen a
sentir, en toda su inexorabilidad irreversible, las consecuencias del colapso
en curso de los sistemas vitales del Planeta, y emerjan con ellas la
degradación de la vida que conocemos, primero, y el riesgo cierto de nuestra
extinción como especie, después.
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