Solo con participación
y organización política se podrá garantizar ese bienestar y calidad de vida del
que hoy disfrutan amplias mayorías de la población en Argentina, Ecuador y
otros países de nuestra América, donde felizmente se entienden el trabajo, la
educación, la salud, la vivienda y la cultura como derechos intrínsecos a la dignidad
humana y no como limosnas del poder.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
"La patria es el otro", dijo Cristina Fernández en su discurso en Plaza de Mayo. |
Y es que si algo
distingue a los dirigentes de la generación del Bicentenario, esos mandatarios
y mandatarias que llegaron al poder en América del Sur a partir de 1999 –entre
ellos, los ya desaparecidos Néstor Kirchner y Hugo Chávez- para emprender
proyectos políticos de signo nacional-popular, es su compromiso con la
recuperación de la memoria, la dignidad, la palabra y la voz de nuestros
pueblos, prácticamente arrancadas a la fuerza por la oleada neoliberal que
devastó a América Latina en las dos últimas décadas del siglo XX.
En sus intervenciones,
emotivas, vehementes y sin dobleces, y que deberían ser vistas y conocidas por
todas y todos los latinoamericanos, Correa y Fernández no se limitaron a
realizar un simple balance de su gestión y a presentar un mensaje vacío. Por el
contrario, delinearon los principales elementos del cambio de época y de las alternativas posneoliberales que se
vienen gestando en nuestra América en
este siglo XXI, que reestablecen a la política –y no al mercado- como el
espacio de deliberación y toma de decisiones para la construcción de democracias
más auténticas.
Estas alternativas o
rumbos posibles de la acción política pueden agruparse en cuatro ámbitos de
acción fundamentales, a partir de lo expresado por los mandatarios en sus
discursos: uno es el de la
reconfiguración del Estado y su regreso como actor protagónico del
desarrollo social y económico, apoyado en nuevas alianzas con los sectores
populares –clase media y baja-, con los movimientos sociales –en sus distintas
reivindicaciones- y con una parte del empresariado. Otro ámbito es del diseño y aplicación de políticas públicas
de amplio alcance (en educación, empleo, salud, jubilaciones) para promover
y garantizar el bienestar de la población, en particular, de los sectores más
pobres y excluidos del crecimiento económico desigual; es decir, la prioridad
del poder público es la atención de las necesidades sociales de las mayorías
(vía asignaciones universales) antes que la defensa de privilegios de los
grupos de poder económico, como lo apuntaló durante años la ortodoxia neoliberal.
Para Correa, el ser humano está por encima del capital. |
En
el caso argentino, la presidenta Fernández plantea la cuestión en clave de
solidaridad y humanismo: “la patria es
el otro, es el que todavía no ha podido conseguir trabajo o que
consiguiéndolo no está registrado; la patria es el que todavía tiene y lucha y
trabaja para conseguir su casa propia. El otro es ese joven que tal vez no
pueda estudiar todavía porque tiene que trabajar para ayudar al hogar; el otro
también es el que sufre adicciones y tenemos que ayudarnos [como] hermanos a rescatarlos
entre todos para combatir los flagelos modernos que tiene nuestra sociedad”.
Los otros dos ámbitos
características del posneoliberalismo latinoamericano son, por un lado, la recuperación de empresas y bienes
públicos que habían sido subastados –cuando no regalados- en espurias
privatizaciones, y su incorporación a los planes nacionales de desarrollo como
factores de generación de riqueza y fuentes de empleo; y por el otro, la
conquista de espacios de soberanía en materia de política interior y
exterior, lo que se expresa claramente en la
nueva arquitectura de la integración regional, con organismos y proyectos
como ALBA, UNASUR o CELAC, que fortalecen la autonomía de la región y la
complementariedad entre los países miembros.
La articulación de este
conjunto acciones, de políticas, de actitudes y sensibilidades frente a lo
social, explican el éxito social y económico de los gobiernos posneoliberales
de Ecuador y Argentina. Pero también, emplazan a sus ciudadanos, pues ningún
dirigente es eterno y sin participación y organización política desde abajo los procesos de cambio están
expuestos a peligros de enorme magnitud (como lo vemos en Venezuela), que
podrían poner en riesgo la continuidad de las conquistas de esta época.
En ese sentido, las
palabras de Cristina Fernández ante una multitud congregada en Plaza de Mayo,
en Buenos Aires, encierran un mensaje que trasciende fronteras y nos interpela
a todos y todas: “si no se organizan, si
no participan, si no cuidan ustedes mismos lo que es de ustedes, van a venir
otra vez por todos ustedes como lo han hecho a lo largo de toda la historia.
Tenemos los argentinos el deber de no
depender de una persona; tenemos el deber, pero sobre todo la necesidad, de
empoderarnos de esas conquistas y de
esos derechos y de organizarnos para defenderlas. Con eso sueño”.
Asumir ese desafío,
profundizar los cambios que ya se iniciario y responder a la altura de la
exigencias de este tiempo histórico es la gran responsabilidad de los pueblos
latinoamericanos, a pesar del odio que siembra la derecha sin contemplaciones y
de la estridencia que su maquinaria mediática
reproduce por doquier. Solo con participación y organización política se podrá
garantizar ese bienestar y calidad de vida del que hoy disfrutan amplias
mayorías de la población en Argentina, Ecuador y otros países de nuestra
América, donde felizmente se entienden el trabajo, la educación, la salud, la
vivienda y la cultura como derechos intrínsecos a la dignidad humana y no como
limosnas del poder.
Discurso de Rafael Correa, presidente de
Ecuador
Discurso de Cristina Fernández, presidenta
de Argentina
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