Cada vez más va
quedando en evidencia que, en el actual escenario, el comercio se convierte en
mampara de la sujeción política, y esta, a su vez, en el fin último de la
guerra que, en todos los frentes, se libra contra los procesos
nacional-populares nuestroamericanos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
“El tigre, espantado
del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa… No se le oye venir, sino
que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre
encima”.
José Martí.
Obama y Piñera: el tigre sobre la presa. |
La fotografía dio la
vuelta al mundo: ufano, con sonrisa de campaña electoral, el presidente de
Chile, Sebastián Piñera, el heredero del neoliberalismo pinochetista, posa para
las cámaras sentado en el escritorio del Salón Oval de la Casa Blanca –la
mismísima oficina de Barack Obama-, mientras el presidente estadounidense lo
abraza sutilmente y parece dar una palmada en la espalda en gesto de aprobación
de su fidelidad. Más tarde, en una conferencia de prensa, Obama alabará el
estado de las relaciones entre ambos países, e ignorando las enormes
movilizaciones ciudadanas en Chile y la profunda desigualdad social que produce el milagro chileno, calificará a su huésped como “un
líder sobresaliente”, “no sólo en el hemisferio, sino
también en el mundo”. Imposible no pensar en los brindis que, en otro tiempo,
pero con idénticos motivos, realizaron George Bush padre y Carlos Ménem para
celebrar las relaciones carnales
entre EE.UU y Argentina, cuando el saqueo de los bienes públicos y la riqueza
nacional estaba en marcha.
Para Piñera,
seguramente será un recuerdo inolvidable en su devocionario político, y no
debería sorprendernos si la próxima semana, cuando el mandatario peruano
Ollanta Humala visite la Casa Blanca, “en
el momento más alto de las relaciones bilaterales”, según dijo el embajador
de Perú en Washington, las agencias de noticias nos muestren otra de esas
fotografías que alimentan el relato de los gobiernos buenos y malos en el continente.
Lo cierto es que este
tipo de imágenes trascienden el efectismo mediático de los gurús de la comunicación política, pues representan toda una declaración de las nuevas
formas diplomáticas con las que EE.UU seduce a sus aliados –que encima se
solazan en su profesión de fe proimperialista- y con las que afina sus
estrategias de control sobre América Latina.
Bastaría repasar el
reciente itinerario de viajes del presidente Obama a México y Costa Rica, dos
países de inobjetable dominio neoliberal, o la lista de presidentes
latinoamericanos que han peregrinado a la Casa Blanca a renovar votos de
sumisión, para comprobar que el hábil manejo de la retórica como arma de
seducción política (la clave está en decir lo que el anfitrión –o el invitado-
y la prensa hegemónica quieren escuchar) responden a un bien orquestado plan de
Washington para acentuar la división entre nuestros países, fracturar el
proceso de integración regional e introducir nuevas dinámicas en el pulso de
las relaciones interamericanas.
Para Estados Unidos, el
dominio de América Latina o, cuando menos, el resguardo de sus posiciones
hegemónicas frente a la autonomía del bloque suramericano y la creciente
presencia de China, Rusia y otros países, pasa hoy por el control del Pacífico
latinoamericano. Para lograr ese objetivo, su estrategia comprende dos
dimensiones fundamentales: una tiene que ver con el cambio de las prioridades y
los matices discursivos de la diplomacia estadounidense, con el paso de la geopolítica del narcotráfico a la geopolítica del desarrollo, que le ha
permitido al presidente Obama ganar influencia entre la derecha
latinoamericana, que por fin encuentra
el vocero de sus aspiraciones y delirios antinacionales.
La otra dimensión en la
que avanzan los EE.UU es la político-comercial, en la que su mayor apuesta
consiste en el apuntalamiento de la Alianza del Pacífico para disputar mercados
y espacios de acumulación capitalista a otras iniciativas de integración como
ALBA y MERCORSUR, y a la vez, para debilitar a
UNAUSUR y CELAC. Aquí, el desconocimiento del triunfo de Nicolás Maduro
en Venezuela y el apoyo a la campaña desestabilizadora de la oposición juegan
un papel esencial, pues Washington reconoce en la Revolución Bolivariana un
pilar continental y mundial de la resistencia antineoliberal y
antiimperialista, por lo que intenta derribarla a toda costa.
Cada vez más va
quedando en evidencia que, en el actual escenario, el comercio se convierte en
mampara de la sujeción política, y esta, a su vez, en el fin último de la
guerra que, en todos los frentes, se libra contra los procesos
nacional-populares nuestroamericanos.
No advertir las maniobras
del imperialismo en la coyuntura que vivimos, o hacerlo y permanecer en la
inacción, cediendo la iniciativa al enemigo, sería un error imperdonable que la
historia cobrará a esta generación de líderes políticos latinoamericanos, y a
los gobiernos nacional-populares y posneoliberales, que tan lejos se atrevieron
a llegar ya en este siglo XXI.
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