Lo que subyace en el caso de Siria es lo que dijo el periodista
británico George Monbiot en los días previos a la invasión a Irak, cuando
afirmó que “si Estados Unidos no se estuviera preparando para atacar Irak, se
estaría preparando para atacar otra nación. Estados Unidos irá a la guerra
porque necesita un país con el cual ir a la guerra”.
Sergio
Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
"Nuestra comunidad de
inteligencia ha determinado que el régimen de Assad ha usado armas químicas,
incluyendo el agente nervioso sarín, a pequeña escala, contra la oposición en
múltiples ocasiones el último año". Esas palabras de Ben Rhodes, vice
asesor de seguridad nacional del presidente estadounidense, Barack Obama bastaron para que el
gobierno estadounidense justificara la decisión de enviar armas a los
mercenarios que combaten contra el gobierno sirio.
Aunque Rhodes no proporcionó detalles sobre tales informes que
según él fueron elaborados por la
"comunidad de inteligencia" ni dio pruebas científicas avaladas por
instituciones respetables y creíbles,
sus aseveraciones fueron determinantes toda vez que aseguró que
provenían de "fuentes múltiples e independientes" de información que
aseguraban una "alta confianza".
El gobierno ruso refutó de
inmediato tal decisión diciendo que las pruebas –que según el New York Times
fueron presentadas por la CIA- pueden
ser falsas, mientras que la OTAN y la UE han pedido que una comisión internacional
investigue los alegatos.
La invención de pruebas ha sido
algo natural en la política exterior de Estados Unidos. A través de la historia
han sido innumerables las ocasiones en que han recurrido a tales subterfugios
para justificar ante la opinión pública su política agresiva, la intervención
militar y la guerra.
A comienzos de 1898, el presidente
Mckinley envió el acorazado Maine al puerto de La Habana para “proteger” los
intereses de los estadounidenses que en la isla hubieran podido ser afectados
por la lucha que sostenían los independentistas cubanos contra el gobierno
colonial español. EL 15 de febrero de 1898 en circunstancias “extrañas”, dicha
nave estalla frente al puerto de La
Habana falleciendo 260 oficiales y soldados, de los 355 que había a bordo lo
que provocó el reclamo inmediato de Estados Unidos contra España,
responsabilizándola por el hecho ocurrido (las investigaciones posteriores
arrojaron que los españoles no tuvieron nada que ver, y que en realidad se cree
que fue una explosión interna debido a la gran cantidad de explosivos que había
dentro del barco). Los magnates de los medios de comunicación Hearst y Pulitzer
magnificaron el hecho y culpabilizaron a España
con el objetivo de que su gobierno emprendiera una guerra contra este
país, cosa que logran cuando el gobierno de Washington envió un ultimátum,
-casi declaración de guerra- a Madrid, obligando a ésta a iniciar hostilidades,
en una confrontación en la que fueron rápidamente derrotados conduciendo a una
independencia mediatizada que se legalizó posteriormente a través de la
Enmienda Platt y que permitió una descarada injerencia de Estados Unidos en
Cuba por sesenta años.
El 7 de diciembre de 1941, Japón atacó y
destruyó la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawái, hundiendo 18
barcos, 5 acorazados, con el saldo de 3.435 estadounidenses muertos (militares
y civiles), convirtiendo este hecho en la justificación de Estados Unidos para
entrar formalmente en la II Guerra Mundial, lo que no se menciona, es que antes
de este acontecimiento ya las relaciones bilaterales eran muy tensas, no por
las acciones imperialistas que realizó Japón en China sino por las medidas
que Estados Unidos había adoptado
unilateralmente contra el imperio japonés.
Investigaciones posteriores han
demostrado que Estados Unidos estaba en conocimiento de la preparación japonesa
para el ataque e incluso el día del mismo pudieron detectar en sus radares la
avalancha de aviones nipones que se acercaban a Hawái, sin que hicieran nada
por impedirlo. El ataque japonés le permitió al gobierno justificar su ingreso
en la guerra, decisión que no habían tomado esperando la derrota de la Unión
Soviética a manos del ejército nazi.
En otro escenario, a principios de agosto
de 1964 ocurrieron una serie de acontecimientos provocados en el golfo de
Tonkín (ubicado en la costa de Vietnam) que “justificaron” la intervención
militar de Estados Unidos, se acusó a Vietnam del Norte de lanzar un ataque con
torpedos al destructor estadounidense Maddox cuando realizaba una misión
rutinaria en aguas internacionales el 2 de agosto, dos días después, se imputó
nuevamente al gobierno norvietnamita querer torpedear al destructor Turner Joy.
Esto llevó al presidente estadounidense Lyndon Johnson y el secretario de
Estado, Robert McNamara a mentirle a la opinión pública respecto de esa
supuesta agresión que sirvió como argumento principal para la escalada del
conflicto y el incremento de la presencia directa de las tropas estadounidenses
en la región, la cual fue aprobada por el Congreso otorgándole al presidente Johnson
“el poder para tomar las medidas militares que creyera necesarias en el sudeste
asiático”. Con esto se dio inicio a la guerra de Vietnam. El pasar del tiempo
hizo público que el hecho usado como argumento para la invasión fue falso.
El 13 de marzo de 1979, el líder
revolucionario Maurice Bishop y su movimiento de la Nueva Joya, tomaron el
poder en Granada, el nuevo gobierno se distanció políticamente de Estados
Unidos y buscó el apoyo del campo socialista. En octubre de 1983, una conjura
militar encabezada por el vice primer ministro Bernard Coard, logró derrocar a
Bishop, disponiendo su arresto domiciliario y posterior ejecución, esto provocó
una revuelta social en la isla que derivó en la intervención estadounidense. El
presidente Ronald Reagan, informó a la ciudadanía que a raíz del golpe de estado en Granada corría peligro
la vida de un grupo de estudiantes estadounidenses que cursaban sus estudios de
medicina en la isla, por lo que se hacía necesaria la intervención de sus
tropas,. Lo cierto es que los dichos estudiantes jamás estuvieron en riesgo
alguno, el objetivo real fue impedir que
un gobierno revolucionario se estableciera en el Caribe, cuestionando junto a
Cuba y la Nicaragua sandinista la hegemonía estadounidense en un territorio
estratégico para sus intereses.
Los sucesos ocurridos
en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001 le dieron a George Bush
el momento histórico y la oportunidad “perfecta” para derrocar a uno de los
“enemigos” de su nación, con el argumento falso
de que Irak poseía armas de destrucción masiva, nucleares, biológicas y
químicas, así como ser una de las naciones que albergaba y “protegía” a grupos
terroristas, entre ellos Al Qaeda, a quién responsabilizaba por el ataque
contra las torres gemelas. Por ello Estados Unidos inició el 20 de marzo de
2003 el conflicto bélico contra Irak sin declaración de guerra formal, toda vez
que el Congreso norteamericano le confirió tal potestad al presidente Bush sin
el aval del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El Secretario de Estado Colin Powell llegó a presentarse en la ONU con un despliegue de
fotografías por satélite que “demostraban” tal verdad, pero después de la
invasión, las armas nunca aparecieron.
En el caso actual que nos
compete, el de Siria, las pruebas que se han presentado son débiles. Así lo
explica el teniente
coronel Francisco Berenguer
Hernández, analista del Instituto Español de Estudios
Estratégicos (IEEE),
dependiente del Ministerio de Defensa, en un documento publicado el pasado mayo en el que afirma que "Las apreciaciones visuales, las muestras
obtenidas no se sabe de qué modo, que posteriormente llegan a laboratorios
situados fuera del territorio sirio, los posibles equipos de inspección
independientes que serían dirigidas por las autoridades de uno u otro bando por
el territorio bajo su control, y todos los demás intentos de verificación son indignos de confianza
en la situación actual”.
Los analistas
internacionales afirman que tal decisión fue tomada por el Presidente Obama
“bajo presión” y que dicha situación está precisamente sustentada en las
dificultades para probar la veracidad de las mismas. Obama habló de una
supuesta “línea roja” que El Assad no debería pasar. Esa “línea roja” sería el
uso de armas químicas. Lo cierto es que la supuesta confirmación del uso de
tales armas llega en momentos en que los sectores más reaccionarios tanto del
partido republicano como del demócrata actuando bajo el influjo del lobby
sionista exigen un involucramiento mayor de Estados Unidos en el
conflicto. Influyen también los éxitos
militares del gobierno sirio en los escenarios de combate y las dificultades
internas que atraviesa el gobierno turco, principal plataforma para las operaciones militares contra el
vecino país.
En cualquier caso, en el ambiente flota la variable de que, de
manera directa o indirecta, Estados Unidos podría estar armando fuerzas
terroristas radicales que podrían utilizar su poder bélico contra intereses
occidentales en el Oriente Medio o en la propia Europa. Evidentemente, al igual
que en Libia, Estados Unidos está dispuesto a correr dicho riesgo, incluso
poniendo en peligro a sus propias ciudadanos.
Lo que subyace es lo que
dijo el periodista británico George Monbiot en los días previos a la invasión a
Irak cuando afirmó que “Si Estados Unidos no se estuviera preparando para
atacar Irak, se estaría preparando para atacar otra nación. Estados Unidos irá
a la guerra porque necesita un país con el cual ir a la guerra”.
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