El mayor enemigo de la
integración es el modelo de desarrollo. En este momento los procesos de
integración están en medio de dos modelos de desarrollo que se encuentran en
disputa.
Kintto Lucas* / ALAI
En su genial novela El
año de la muerte de Ricardo Reis, José Saramago señala: “A esta ciudad le
basta saber que la rosa de los vientos existe, este no es el lugar donde los
rumbos se abren, tampoco es el punto magnífico donde los rumbos convergen, aquí
precisamente cambian los rumbos”.
Trasladando las palabras
de Saramago al sistema mundo, como diría Immanuel Wallerstein, podríamos decir
que cambiarán los rumbos el día que construyamos un sistema mundial multipolar
que contribuya a crear un mundo democrático, justo y equitativo. En ese necesario cambio
de rumbos, la integración es un objetivo estratégico para lograr la
independencia de América Latina. En ese sentido, es importante fortalecer los
distintos niveles de integración y consolidar un bloque suramericano y
latinoamericano.
América del Sur vive un
momento importante en términos de integración regional, capitalizada más
claramente en la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). Un bloque que más
allá de las diferencias políticas o económicas de los países que lo integran, ha
logrado levantarse como espacio de acuerdos y entendimientos desde la
diversidad y ha generado un proceso integrador diferente.
Unasur es la propuesta
más importante de integración desde toda América del Sur. Las que surgieron
antes, además de ser regionales fueron condicionadas por el libre comercio,
porque apostaban a eso, no a la integración.
El Mercosur (Mercado
Común del Sur), por ejemplo, fue una propuesta surgida desde el libre comercio
desde el neoliberalismo. Si bien luego fue procesando cambios positivos con la
irrupción de gobiernos progresistas y es una confluencia fundamental, todavía
le falta mucho para consolidarse como Mercosur Suramericano, que sea eje de un
modelo de integración productiva de Américas del Sur dentro de Unasur.
La CAN (Comunidad Andina
de Naciones), en cambio, surgió como una propuesta integradora distinta, pero
finalmente terminó absorbida por la hegemonía neoliberal en los años 90.
Unasur surgió de una
forma diferente, y se posicionó como una propuesta de integración desde lo
político, llevando adelante acciones trascendentes para solucionar conflictos,
consolidar una mirada de defensa de la democracia en común, fortalecer
políticas de defensa y sociales integradoras, e inclusive posicionándose como
un bloque a tener en cuenta a nivel mundial en el desarrollo de un mundo
multipolar.
Unasur ha demostrado que,
dentro de las diferencias, se puede llegar a ciertos acuerdos que parten de un
punto central: para competir, para ser escuchados en un mundo que va a ser de bloques,
tenemos que participar como un todo más compacto, que en este caso es el bloque
de América del Sur.
Por ejemplo, el acuerdo
del Consejo de Defensa en Unasur, de transparentar gastos militares, de parar
la instalación de bases militares estadounidenses, son temas que se han
resuelto, con discrepancias pero finalmente llegando a ciertos consensos.
También a nivel económico, hubo algunos acuerdos, desde los presidentes,
quienes creían que Unasur debía jugar un papel importante para enfrentar la crisis
económica internacional en conjunto. Lamentablemente los ministros de Economía
han desentonado.
Ahora es necesario
consolidar Unasur como bloque de poder e interlocución mundial. Y dentro de ese
proceso es fundamental consolidar la institucionalidad de Unasur en sus
diferentes instancias, y particularmente la Secretaría General.
Néstor Kirchner, cuando
fue secretario general, puso las bases políticas de la Secretaría. Ecuador,
cuando fue Presidencia Pro Tempore puso las bases materiales y constitutivas, y
le dio institucionalidad. Enma Mejía y Alí Rodríguez consolidaron la
institucionalidad. Rodríguez, además, aportó una base teórico-práctica a Unasur
con su propuesta sobre los recursos naturales como eje integrador. Es necesario
consolidar la gestión de Unasur desde la Secretaría, para fortalecer las
acciones del bloque a nivel regional y mundial.
Por su parte la Celac
(Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), surgió con la necesidad de
consolidar un espacio amplio que promueva un proceso integrador desde la
pluralidad latinoamericana, desde procesos más diversos y complejos, pero sin
la tutela de Estados Unidos.
Mientras la OEA
(Organización de Estados Americanos) surgió como la opción de un determinado
momento histórico en que los países vivían sometidos al “liderazgo” de Estados
Unidos, que en realidad era una imposición desde ese país, Celac y Unasur
surgieron desde los propios países latinoamericanos y suramericanos. La OEA fue
un proceso de imposición, Unasur y Celac son, con todas sus dificultades,
procesos de integración.
El Alba (Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), que surgió como una propuesta
frente a otro intento de imposición estadounidense como el Alca (Área de Libre
Comercio de las Américas), ha implementado procesos de complementariedad y
solidaridad creando propuestas de integración productiva interesantes. Es
necesario establecer un puente entre el Mercosur y el Alba, buscando instancias
de cooperación y complementación. Uruguay podría ser un país puente entre el
Mercosur y el Alba promoviendo la cooperación y complementación. Uruguay debe
fortalecer el Mercosur y fortalecerse en el Mercosur, y paralelamente
consolidar su presencia en el Alba y actuar como puente Alba-Mercosur.
Un gran reto en Unasur y
en todos los niveles de integración, es involucrar a las organizaciones
sociales y a los movimientos sociales en una confluencia desde abajo, desde los
pueblos. Obviamente no todas las organizaciones sociales representan al pueblo
en general pero sí son instancias importantes que dan base social a los
procesos integradores. Si no se produce una integración desde los pueblos, si
no hay una integración cultural y de procesos culturales conjuntos de los
países, es muy difícil consolidar un proceso integrador de largo plazo.
El mayor enemigo de la
integración es el modelo de desarrollo. En este momento los procesos de
integración están en medio de dos modelos de desarrollo que se encuentran en
disputa. Un modelo de desarrollo que es más soberano, vinculado a la producción
nacional, con la idea de cambiar la matriz productiva y dejar de ser solo
países primarios exportadores, con una visión desde el sur, desde nuestros
países. El otro modelo, por ahora hegemónico, apuesta al libre comercio mal
entendido, donde quienes dirigen el mercado terminan siendo las grandes
corporaciones, la política comercial se basa en los tratados de libre comercio
con las grandes potencias, tratados neocoloniales que van contra la integración
y la política económica favorecen la especulación financiera, las importaciones
y el consumismo. Ese modelo de desarrollo a veces disfrazado de progresista es
el mayor enemigo de la integración. Si no es derrotado a nivel regional y
dentro de cada uno de nuestros países no habrá integración y seremos cada día
más dependientes. Ahí seguramente recordemos aquella frase del final de Ensayo
sobre la ceguera de Saramago cuando dice “Creo que no nos quedamos ciegos,
creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”.
*Embajador
Itinerante de Uruguay para UNASUR, CELAC, ALBA y la Integración
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