Las
oligarquías latinoamericanas se tuvieron que acomodar a la decisión de una
modernidad empresarial que acude a la
política por imperiosa necesidad económica en un mundo que ha cambiado y que
hoy hace patente la emergencia de nuevas potencias como China, Rusia, Brasil o
India.
Sergio Rodríguez Gelfenstein /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Al
finalizar la segunda guerra mundial, Estados Unidos, único país de occidente
que no sufrió los embates del conflicto, lanzó
en 1947 el plan Marshall a fin de evitar la influencia de la Unión
Soviética en Europa. Esta decisión se inscribía en el marco de la Doctrina
Truman, que planteaba una confrontación multidimensional con las ideas
socialistas, incluyendo para ello la subversión, el financiamiento de gobiernos
reaccionarios y sus prácticas de represión, tortura y muerte. El año anterior,
Truman ya había hablado de “guerra fría”. Estas acciones dieron al traste con
las grandes alianzas antifascistas que se habían creado durante el conflicto
bélico a fin de erigir un frente único para enfrentar al nazismo y su impacto
en otras latitudes del planeta.
La
implementación de la Doctrina Truman trajo evidentes repercusiones en América
Latina. Después de haber vivido un período de movimientos nacionalistas que
apuntaban positivamente hacia una
elevación de los niveles de organización política y social de distintas capas de
la población, el fin de la conflagración y el comienzo de la guerra fría
condujeron a un retroceso en la construcción de espacios democráticos de
participación. Fue la época nefasta en
que surgió el TIAR y la OEA y en que la derecha perdió el carácter nacionalista
que tuvo durante la guerra para subordinarse servilmente ante Estados Unidos.
En ese marco surgieran dictaduras en Perú, Venezuela, Haití, Cuba y Guatemala.
La llegada al poder de Eisenhower en 1953 fortaleció a los sectores
reaccionarios de América Latina, que así vivieron su primera oleada retrógrada
de la posguerra. En ese período fueron derrocados los gobiernos de Vargas
en Brasil y Perón en Argentina.
El
triunfo de la Revolución Cubana casi al finalizar la década de los 50 vino a
cambiar esa perspectiva. Vale decir que el año anterior la dictadura había sido
derrumbada en Venezuela. En ambos casos se construyeron amplias alianzas de
fuerzas entre sectores populares y de la burguesía que hicieron saltar del
poder a las dictaduras pro estadounidenses. El curso posterior de ambos
procesos tuvieron que ver con las fuerzas que hegemonizaron los mismos. La
historia señala con claridad lo que ha
significado la revolución cubana, así como las implicaciones de 40 años de
democracia tutelada y excluyente para los venezolanos. En el contexto de
comienzos de los años 60 del siglo pasado, la respuesta desde Estados Unidos
fue la Alianza para el Progreso y la expulsión de Cuba de la OEA. La derecha en el poder se plegó lealmente a
los dictados de Washington.
Los
años 70 parecieron traer un cambio en la actitud política de las burguesías
nacionales de América Latina. Una serie de movimientos de las fuerzas armadas
con apoyo popular llevaron al poder a militares progresistas en Perú, Panamá y
Bolivia. El triunfo de Allende en Chile y el regreso del peronismo al poder en
Argentina auguraban buenas nuevas para la región.
La
respuesta no se hizo esperar. Antes que finalizara la década se habían
establecido -con el apoyo material y militar de Estados Unidos- las peores
dictaduras de la historia del continente. La aplicación de la Doctrina de
Seguridad Nacional como método de represión y control popular y la
implementación de modelos de economía neoliberal, privatizadores y excluyentes
encontraron en las derechas criollas su principal sostén cuando éstas
descubrieron que mezclar represión al movimiento obrero y a las
organizaciones de izquierda, con métodos
de flexibilización laboral y apertura de mercados les haría incrementar
ganancias hasta niveles nunca antes alcanzados. Presagiaron buenos dividendos,
toda vez que, si llegara a revertirse el curso que había tomado la
historia no habría riesgos: las fuerzas
Armadas harían el “trabajo sucio” y tendrían que pagar por ello. Los “civiles”
no se mancharían las manos con sangre.
La
Revolución Sandinista en Nicaragua y el efímero movimiento de la Nueva Joya en
Grenada en 1979, anunciaban ser “la diferencia que marca la regla”, pero ambas
fueron abortadas con apoyo militar directo de Estados Unidos, incluyendo la
invasión en el caso de la isla del Caribe. La plenitud de la derecha se logró
cuando desapareció la Unión Soviética y el campo socialista. La “historia había
finalizado” y el capitalismo había triunfado “por los siglos de los siglos”.
Las derechas latinoamericanas se frotaban las manos. Un mundo unipolar les
garantizaría colosales ganancias.
Desataron
lo “mejor” de su alma entreguista y rastrera. Se prestaron a lo más bajo que su
espíritu individualista les ofrecía y una vez superada la década pérdida
desataron el festín neoliberal.
En
eso estaban cuando apareció Hugo Chávez y comenzó a cambiar la tendencia. Fue el inicio de un proceso de
transformaciones que posteriormente ocupó a Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia
y Ecuador entre otros. La Alianza de Libre Comercio para las Américas (ALCA)
saltó hecha añicos en Mar del Plata y Estados Unidos se vio obligado a comenzar
a buscar alternativas. También la oligarquía de la región.
No
toda la derecha se amoldó al nuevo contexto, lo cual les llevó a generar
fracciones que enarbolaban visiones contradictorias de la política. Aunque
ambas son reaccionarias y aliadas del imperio tienen enfoques distintos para
enfrentar la coyuntura que, en esto de la táctica y la estrategia se deben
considerar a fin de establecer las políticas más correctas.
Así,
por una parte, existe una oligarquía primitiva, fundamentalista, vinculada a
los sectores más reaccionarios de la iglesia católica como el Opus Dei, los
Legionarios de Cristo y el Yunque, que se fundan en la idea de que la
civilización occidental judeo cristiana está amenazada por una oleada
“comunista” y, por tanto se sienten obligados a
arrogarse como “salvadores” de dicha civilización. Asumen una posición
altamente ideologizada, extremista que en algunas ocasiones raya en el
fascismo. En esta lógica se inscriben –por ejemplo- Fox en México, Uribe en
Colombia, Vargas Llosa y Fujimori en Perú, el partido pinochetista UDI y la
democracia cristiana en Chile.
De
otro lado, ha surgido otro sector pragmático, “moderno”, empresarial que
privilegia la gerencia a la ideología, que no teme establecer relaciones
económicas con quienes adversa porque finalmente su objetivo último es asaltar
el Estado para maximizar ganancias. Son expresión de esta tendencia Martinelli
en Panamá, Calderón en México, Santos en Colombia y Piñera en Chile.
Recuerdo
los grandes debates que se dieron cuando defendí esta idea en momentos previos
a las últimas elecciones colombianas. Argüía que Santos no era lo mismo
que Uribe a pesar de venir de ser su ministro de
defensa y de ser responsable de acciones violentas e ilegales en esa condición.
Sustentaba mi posición en que Santos no era el candidato de Uribe y que la
oligarquía colombiana no podía seguir soportando las grandes pérdidas que le
producía el distanciamiento en las relaciones de su país con Venezuela y
Ecuador. Lo eligieron y le dieron la orden de solventar ese problema como ahora
lo instaron a buscar la paz con las FARC para aprovechar la inmensa
potencialidad productiva de su país para producir ganancias, sin “factores
externos” que impidan tal posibilidad.
Hay
que recordar que Calderón no era el candidato de Fox, como Santos no lo era el
de Uribe (esa designación recayó en Andrés Felipe Arias, hoy preso por
corrupción), tampoco Piñera el de la UDI. En todos los casos las oligarquías se
tuvieron que acomodar a la decisión de una modernidad empresarial que acude a la política por imperiosa
necesidad económica en un mundo que ha cambiado y que hoy hace patente la
emergencia de nuevas potencias como China, Rusia, Brasil o India.
En
Venezuela, pareciera que esta contradicción se instaló en días recientes. El
pasado 13 de mayo el presidente Maduro se reunió con el principal líder de la
derecha empresarial del país, Lorenzo Mendoza. Son conocidas sus ambiciones
políticas. El encuentro produjo un reconocimiento mutuo. Cuando Mendoza aceptó
reunirse con el presidente de Venezuela, estaba admitiendo esa condición. Esta
reunión fue el acta de defunción de Capriles como alternativa de futuro de la
derecha venezolana. En lo inmediato, el
cónclave hizo que su absurda reclamación pos electoral, -que incluso lo
llevaron a la incitación de la violencia- perdiera sustento y validez.
Por
otra parte, Maduro le ha dado un reconocimiento implícito a Mendoza como
contraparte con la que se pudiera negociar. Una vez más la oligarquía ha optado
por el pragmatismo empresarial frente al fundamentalismo fascista que enarbola
Capriles. Al día siguiente de la reunión, Mendoza comenzó a construir su opción
electoral.
Esta
situación ha generado un escenario novedoso e interesante donde imperará la
capacidad táctica de hacer política. Mendoza tendrá que derrotar la opción
violenta que enarbola Capriles y construir una alternativa en los marcos
constitucionales de la república, si quiere ser el líder que la derecha ansía. El gobierno por su parte, en lo inmediato
podrá ensanchar su trabajo con los sectores productivos (al día siguiente de la
reunión aparecieron milagrosamente algunos productos de primera necesidad
ausentes durante semanas de los supermercados), incorporarlos al desarrollo
nacional y demostrar con hechos que está dispuesto a un diálogo que ponga en
primer lugar los intereses de la mayoría y una irrestricta defensa de la
soberanía. Eso creará condiciones de mediano plazo para ampliar su base de
apoyo cuando la ciudadanía, en particular aquellos que dudan, se hagan eco de
las intenciones del gobierno de construir en paz un país distinto.
Asimismo,
el gobierno debe saber administrar este nuevo escenario en que la confrontación
será de otro tipo, sin olvidar que las huestes fascistas siguen vivas y
conspirando y que Estados Unidos siempre “juega una simultánea en varios
tableros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario