Es evidente que Colombia se ha
transformado en el principal caballo de batalla de los Estados Unidos que, ahí,
cuenta con gobiernos que se sienten gozosos de cumplir con ese papel, y que se
asientan en una zona del continente con una ubicación geográfica privilegiada
para que sirva de trampolín hacia el norte y hacia el sur.
La sumisión del gobierno de Santos a EE.UU no admite ninguna duda. |
Rafael
Cuevas Molina
Presidente AUNA-Costa Rica
Colombia se ha transformado en la punta
de lanza de la política norteamericana en la región. Ha sido su más fiel e
incondicional aliado en los últimos diez años y, por lo tanto, desde y a través
de ella se articulan distintas estrategias, en distintos planos, dirigidos a
mantener y profundizar el dominio de Washington en América Latina.
El Plan Colombia, que gira en torno al
tema de la seguridad, tan caro a los Estados Unidos para asegurar presencia
militar, pone la vista en la represión interna, poniendo como objetivo visible
el combate al narcotráfico, pero
manteniendo bajo la mesa el objetivo real: el combate a las guerrillas,
la de las FARC y el ELN.
Pero, además, el Plan apunta a apuntalar
la presencia militar norteamericana en una zona rica en agua, biodiversidad y
petróleo, que se encuentra asentada en un territorio en el que los Estados
Unidos han visto jaquear su dominio desde principios del siglo XXI, que lo
conforman Venezuela, Ecuador y, en parte, Brasil. Para ello, Colombia le ha
servido como plataforma para establecer bases militares próximas a estos
países, de tal suerte que la potencia ha podido establecer un verdadero cerco
militar.
Colombia forma parte central, también,
de lo que fuera el Plan Puebla-Panamá, que posteriormente se transmutó en
Proyecto Mesoamérica, y que articula a la Iniciativa Mérida. Con este proyecto,
los Estados Unidos han establecido un cordón geoestratégico de primer orden en
su área de influencia más cercano, que incluye lo militar pero no se limita a
él.
En efecto, el Proyecto busca, además,
establecer un área de cooperación bajo los términos en los que se formuló el
ALCA, es decir, bajo la égida del libre comercio tal y como lo entienden los
Estados Unidos, es decir, buscando promover los intereses de las grandes
transnacionales, creando condiciones para su asentamiento en la región.
Como se ha podido observar en los
últimos días, Colombia ha sido activo participante y entusiasta promotor de la
Alianza del Pacífico, que busca extender y profundizar todavía más al sur la
condiciones que pretende construir el Proyecto Mesoamérica de Colombia hacia el
norte.
Es decir, que se constituye en una
especie de bisagra que articula la política norteamericana hacia el norte y el
sur de América.
Para poner el broche de oro, Colombia
solicitó el ingreso al Tratado del Atlántico Norte (OTAN), asociación de tipo
militar remanente de la Guerra Fría, que articula a algunas de las principales
fuerzas armadas de Europa más Estados Unidos, y que desde hace algún tiempo
acepta el ingreso de socios extra continentales, como son los casos, por
ejemplo, de Australia y Argentina.
El presidente colombiano, Juan Manuel
Santos, calificó la iniciativa como el deseo de “jugar en las grandes ligas”,
es decir, como un paso cualitativamente superior de la presencia de Colombia en
el mundo. Es el mismo argumento con el que sustenta el apoyo y empuje a la
Alianza del Pacífico, pues ésta tiene como horizonte un área de libre comercio
que dé el salto de América hacia Asia.
Es evidente que Colombia se ha
transformado en el principal caballo de batalla de los Estados Unidos que, ahí,
cuenta con gobiernos que se sienten gozosos de cumplir con ese papel, y que se
asientan en una zona del continente con una ubicación geográfica privilegiada
para que sirva de trampolín hacia el norte y hacia el sur.
Por el momento, Colombia no ingresó a la
OTAN pero, seguro, nos esperan nuevas sorpresas en el futuro próximo.
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