Los
escenarios simultáneos de dos grandes eventos internacionales organizados por
la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) parecen haber tenido la
tribuna mediática óptima para el desarrollo de manifestaciones sociales que han
estremecido el mundo político en dos
países tan ambivalentes, como presentes en el acontecer de la
problemática internacional actual: Turquía y Brasil.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Por una parte
desde el pasado viernes 21 de junio, se está desarrollando en Turquía, la XIX edición de la Copa Mundial
de Fútbol Sub-20. Dicho evento que finalizará el próximo 13 de julio de
2013 se realiza en diez ciudades, una de
las cuáles Gaziantep se encuentra a tan sólo 64 Km. de la frontera con Siria y
a 129 de la atribulada ciudad de Alepo, que ha sido el principal bastión de los
mercenarios que con el apoyo de Occidente intentan derrocar al gobierno de
Bashar el Assad.
De otro lado,
a partir del 15 de junio dio inicio en 6 estadios de Brasil la IX edición de
la Copa FIFA Confederaciones, torneo que involucra a los campeones de cada
continente, al campeón del mundo y al país que la organiza. La final se jugará
el 30 de junio en el Estadio Maracaná de Río Janeiro.
Es difícil
establecer una relación directa entre la realización de estos magnos eventos y
las grandiosas movilizaciones populares que han sacudidos estos países
obligando a la mirada de la opinión pública mundial. Pero, es indudable que la
atracción mediática que provocan los grandes eventos deportivos ha mostrado
estas luchas mucho más allá de la simple magnificencia de las mismas logrando
desbordar el manejo interesado que las grandes empresas transnacionales de la
comunicación intentan dar en ambos casos estableciendo parámetros comprometidos
de análisis que como casi siempre no corresponden con la realidad. Similitudes y diferencias animan uno y otro
hecho que se inscriben en la lógica de crisis que afecta al sistema
capitalista, generando luchas sociales transversales que no necesariamente
cuestionan el modelo, pero que sirven como grandes escuelas de organización,
educación y participación popular que redundarán en ganancias de futuro para
luchas superiores que sobrevendrán sin duda alguna.
Vale debatir
el manejo que uno y otro gobierno han dado a tales expresiones de la opinión
popular. De un lado, el gobierno del
partido islamista de ultra derecha Justicia y Desarrollo de Turquía del
Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan y de otro, el del Partido de los
Trabajadores (PT) de Brasil de la Presidenta Dilma Rousseff.
En Turquía,
el 29 de mayo se iniciaron acampadas de centenares de manifestantes en el
parque Gezi de Estambul, a fin de impedir
que sea destruido para construir un centro comercial. Dos días después
interviene la policía para desalojar el parque y la céntrica Plaza Taksim
desatando violentos enfrentamientos en los que resultan heridas decenas de
personas.
El primer día
de junio, las protestas se extienden por otros sectores de Estambul, el sentido
de la lucha se amplía, a través de sus
demandas, algunos manifestantes
comienzan a pedir la dimisión del primer ministro y su gobierno. La zona
central de la ciudad permanece bloqueada por la policía. Por primera vez
aparece Erdogan declarando que no cederá.
Las mismas se extienden a otras ciudades del país, incluyendo la capital
Ankara.
Al 2 de
junio, la brutal represión a las protestas había ocasionado 939 detenidos, dos
fallecidos y alrededor de mil ciudadanos
heridos. Después de violentos enfrentamientos la policía logra desalojar la
Plaza Kizilay de Ankara empleando balas de caucho y gases lacrimógenos. La
protesta se traslada a los barrios.
Estados
Unidos, preocupado porque una probable extensión de las manifestaciones, ponga
en peligro la estabilidad política de su principal trampolín para la agresión a
Siria, reacciona con determinación haciendo un llamado de atención a su aliado.
El 6 de junio , la vocera del Departamento de Estado Jen Psaki manifiesta que "Seguimos apoyando a los
individuos que se manifiestan pacíficamente y ejercen su libertad de expresión y
animamos a los responsables a evitar toda retórica inútil, todo comentario
inútil que no contribuye a apaciguar la situación en Turquía".
Finalmente,
el 14 de junio el gobierno declara que no
realizará las obras en el Parque Gezi hasta que los tribunales tomen una
decisión al respecto y que ha iniciado una investigación sobre la represión,
pero al día siguiente arremete contra los manifestantes al calificarlos como
maleantes.
El lunes 17
de junio, el gobierno a través del el vice primer ministro, Büllent Arinç
amenazó con emplear a las Fuerzas Armadas para acabar con las protestas
ciudadanas. Afirmó que “La ley nos da la autoridad para emplear a las Fuerzas
Armadas. Lo que se requiere de nosotros es acabar con las protestas que sean
ilegales. Está la Policía y si no es bastante la Gendarmería. Y si no basta, la
Fuerzas Armadas. La ley nos da esa autoridad".
En el caso de
Brasil, al igual que en Turquía, las manifestaciones se iniciaron a partir de
demandas ciudadanas. Un movimiento
espontáneo, surgido de pequeños grupos de estudiantes de clase media
desató el sábado 6 de junio una ola de protestas en contra del aumento del
precio del transporte público. El gobierno del estado de Sao Paulo, controlado
por el Partido de la Social Democracia Brasileña, del ex presidente Fernando
Henrique Cardoso, intentaba un incremento de 20 centavos de real (menos de 10
centavos de dólar) en las tarifas del transporte. Estudios realizados por
prestigiosos centros de investigación brasileños demuestran que el pasaje de
autobús de Sao Paulo y Río de Janeiro
está –proporcionalmente- entre los más altos del mundo.
La primera
convocatoria atrajo a muy poca gente (alrededor de 3000 personas, en su mayoría
jóvenes), sin embargo en 10 días se transformó, hasta que, –al igual que
Turquía, al igual antes que en Túnez y Egipto- las demandas se ampliaron:
surgieron exigencias por la mejora del servicio, el costo de la vida, la
corrupción y la educación, entre otros.
De la misma
manera que en Turquía, las demandas se comenzaron a extender por todo el país,
han crecido en cantidad, sin que tengan un núcleo de dirección organizado.
El gobernador
de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, vinculado al Opus Dei ordenó a la policía una
brutal represión que hizo crecer las jornadas de protesta. La respuesta vino el
lunes 15 cuando en por lo menos 23 ciudades importantes del país se realizaron
manifestaciones masivas.
Hoy también
se protesta contra la represión, porque así como los brasileños habían olvidado
por años la necesidad de movilizarse para luchar por sus demandas, pensaban que
la bestial represión a la que fueron
sometidos había quedado en el pasado. La policía militar que reprimió las
manifestaciones en Sao Paulo y Río de Janeiro fue creada por la oprobiosa
dictadura militar que gobernó ese país entre 1964 y 1985 y que los gobiernos
democráticos no han podido desmantelar.
Los
indicadores macroeconómicos de Brasil hacían impensable que situaciones como
ésta pudieran ocurrir. En los años recientes Brasil puede mostrar bajos niveles
de inflación, aumento del poder adquisitivo del salario medio real, niveles bajos de desempleo y, lo más
relevante, más de 50 millones de ciudadanos abandonaron el umbral de pobreza.
El pueblo en
la calle ha demostrado que no basta, que vivir en democracia es mucho más que
eso o, visto de otra manera, que la democracia tal como es concebida en la actualidad es insuficiente
para llenar las expectativas de vida de las mayorías.
La presidenta
Dilma Rousseff ha dicho que su gobierno “está oyendo a las voces democráticas
que quieren cambio, a las voces que fueron pacíficamente a las calles (…). No
voy a pactar con la violencia; va a ser siempre con paz y democracia que vamos
a resolver nuestros problemas”. Asimismo, indicó que está dispuesta a
establecer conversaciones con los indignados.
El
cuestionamiento es transversal, ha ocurrido en diversos y distantes lugares del
mundo, en Túnez y Egipto, en Grecia y España, en Estados Unidos y en Chile y
ahora, en Turquía y Brasil. En su origen, son movimientos que no se proponen el
derrocamiento de los gobiernos, no tienen una estructura política tradicional
ni liderazgo reconocido. Como apunta el periodista brasileño Pepe Escobar
"Básicamente, quieren más democracia, menos corrupción, ser respetados
como ciudadanos, obtener al menos algún valor por su dinero en términos de los
servicios públicos”.
¿Y dónde está
la diferencia? El contraste es que mientras Erdogan amenazó con las Fuerzas
Armadas, Dilma dijo que hay que oír las
voces de la calle. En uno y otro país las manifestaciones tienen su origen en
las desiguales generadas por el capitalismo depredador, pero la respuesta es
distinta. He ahí el signo de los tiempos… “por ahora”.
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