Es viable afirmar que en un eventual nuevo gobierno Michelle Bachelet se enfrentará a un país distinto, desencantado
con las políticas de estas dos últimos décadas y con el poder de plantarse en
las calles para exigir sus demandas. De una u otra manera, tendrá que hacerse
cargo de este clamor.
Paul
Walder / www.puntofinal.cl
El ministro Larraín y su lógica neoliberal. |
El ministro de Hacienda,
Felipe Larraín, rompió una regla tácita que habían mantenido los titulares de
esa cartera desde hace más de veinte años. Durante una cena con los dueños y
gerentes del gran retail , lanzó uno de los discursos más políticos
emitidos desde el gobierno durante los últimos meses. Larraín se sacaba la
careta de tecnócrata que mantuvieron durante décadas los encargados de
Hacienda, para mostrar al neoliberalismo tal cual es: la mayor ideología de la
contemporaneidad.
El titular de Hacienda
desplegó una clásica arenga política basada en el terror económico y social,
algo no ausente en la política chilena durante esta larga transición, como
tampoco en el debate partidario del siglo pasado. Las palabras de Felipe
Larraín Bascuñán se parecen a las de un joven Andrés Zaldívar Larraín agitando
el cuco de la Unidad Popular cuando llevaba las finanzas del gobierno de Frei
Montalva, y no a las de sus colegas de las dos décadas pasadas. En la
actualidad, la campaña del terror está dirigida hacia un eventual gobierno de
la oposición influido por las demandas ciudadanas.
No es que un eventual
futuro gobierno de la Concertación -alianza híbrida de neoliberales y
comunistas-, pueda compararse con el gobierno de Salvador Allende. Pero la
retórica política es muy útil, en especial en tiempos de elecciones. El
discurso de Larraín no fue un exabrupto sino una idea bien ilada y reiterada
ante otras audiencias a través de una serie de entrevistas. Es probable que
articule una línea argumental cuyo horizonte no se extienda más allá de
noviembre. Pero también es posible que encierre una verdad de mayor profundidad
y alcances: el temor de la derecha política y económica a una inundación de los
futuros gobernantes con ideas y demandas de las organizaciones sociales.
No hay que olvidar una
cosa esencial: la derecha y la clase empresarial se sienten propietarias del
modelo económico chileno, que tantos beneficios les ha entregado. Tienen su
paternidad desde el mismo golpe de Estado hasta la refundación capitalista de
los años setenta y ochenta del siglo pasado. El modelo tiene su sello, que se
extiende a la institucionalidad económica y política. El Estado chileno actual
es una creación de la dictadura para beneficio y goce de sus propietarios. Una
estructura que, sin embargo, desde hace unos años se está fracturando, tanto
por fatiga propia del material como, principalmente, por fuerzas que vienen
desde fuera. Esto es lo que ha observado Larraín, visión que ha estimulado la
articulación de este nuevo argumento de la derecha.
La Alianza acusa a la
Concertación de haber integrado al Partido Comunista. Pero esta denuncia es
elaborada hacia los votantes del centro, por lo que es simple retórica
electoral. El verdadero temor de la derecha es que en un eventual nuevo
gobierno de Michelle Bachelet, esta vez las cosas no sean iguales que durante
el periodo 1990-2010, cuando la coalición concertacionista administró
ordenadamente el modelo instalado por la derecha.
¿FIN DE LOS CONSENSOS?
Larraín habla por el
gobierno, pero principalmente por la clase empresarial que representa. Y es
allí donde surge la verdadera inquietud, como quedó de manifiesto hace casi un
mes cuando el Centro de Estudios Públicos (CEP), que preside el multimillonario
Eliodoro Matte Ossa, le pidió la renuncia a Arturo Fontaine, quien había dirigido
el centro por más de 31 años. El motivo, la percepción de un cambio en las
políticas de consenso que marcaron la transición chilena por más de veinte
años. El modelo neoliberal -parece haber percibido este centro de estudios-, ya
no será más un espacio compartido y elogiado por ambas caras del binominal,
sino un modelo que habrá que defender con múltiples herramientas, la ideológica
y comunicacional entre ellas. El CEP, ya se ha dicho, mutaría, bajo la
dirección del ex ministro de Educación Harald Beyer a partir de marzo del 2014,
a un organismo de trinchera al estilo del Instituto Libertad y Desarrollo, con
un evidente sesgo ultraderechista.
Las demandas de una
educación gratuita de calidad, el fin del sistema de AFP de cotización
individual, así como otras exigencias levantadas por la sociedad civil tales
como la recuperación de los recursos naturales en manos de corporaciones
privadas, una revisión de las políticas energéticas, una profunda reforma
tributaria y la convocatoria a un plebiscito que conduzca a la instalación de
una Asamblea Constituyente para la redacción de una nueva Constitución, son
aspectos que provocarán un cambio radical en las próximas elecciones
presidenciales en relación con todas las anteriores. En pocos años, la
cartografía social de Chile ha cambiado lo suficiente como para influir en el
acotado y cristalizado espacio político.
Las movilizaciones, las
organizaciones ciudadanas y laborales integradas en redes son una realidad que
la clase política ya no puede ignorar. Las políticas oblicuas y engañosas, como
las que llevó a cabo la Concertación y el actual gobierno, sólo han servido
para huir hacia delante, mientras los problemas crecen día a día. Se trata de
una estrategia que sólo ha atendido a sus efectos, a la satisfacción de demandas
puntuales, en tanto la ciudadanía exige hoy soluciones a las causas. Una bola
de nieve que de no atenderse, amenaza con estrellarse violentamente.
La derecha económica y
política parece hacer este diagnóstico. Allí están las declaraciones de Felipe
Larraín y de los precandidatos presidenciales de la Alianza, de ministros del
gobierno y de dirigentes de partidos de derecha. Hay evidentes alertas, más
estimuladas por el nuevo clima social y político que por un claro programa
gubernamental. Pero es también un hecho innegable que la oposición, con la
mirada puesta en las elecciones de noviembre, ha recogido demandas de la
ciudadanía que hace poco ignoraba. Las menciones a educación gratuita y de
calidad, o de una nueva Constitución, son realidades que expresan este cambio
en el escenario político.
LA ECONOMIA , DE MAS A
MENOS
Hay también otra
variable, que tal vez escorará todas las decisiones en un futuro muy cercano.
Al nuevo clima político y social habrá que sumarle un nuevo espacio económico,
bastante menos dinámico que el presente. Larraín, en una posterior entrevista,
precisó sus afirmaciones que calificó de “técnicas” y absolutamente alejadas de
la política. Hay una desaceleración en la economía, reiteró, la que está
relacionada con el temor de los empresarios a invertir, miedo que les surge
cuando escuchan las propuestas económicas de la oposición. Así tenemos que la
formación bruta de capital fijo ha caído desde un 18 por ciento el año pasado,
a un 9,6 por ciento este primer trimestre de 2013. Una desaceleración similar
ocurre con la inversión extranjera, lo que lo lleva a concluir que todas las
cifras duras revelan disminución. Larraín dice que tiene información
confidencial de empresarios asustados que han frenado proyectos de inversión.
En suma, explicó a La Tercera cuál es el triángulo del terror, formado
por una Asamblea Constituyente, una AFP estatal y un paquetazo tributario de
nueve mil millones de dólares. “El tema de la Asamblea Constituyente es una
preocupación muy, muy central, porque implica cambiar la institucionalidad del
país; y el tema tributario también”.
Hay cifras del Banco
Central que avalan la desaceleración, la que no es un fenómeno exclusivo
chileno ni tampoco tiene una relación directa con el terror empresarial al que
alude Larraín. El empeoramiento de la economía es un hecho objetivo que tiene
un origen previo al discurso opositor. El Banco Central ha cambiado sus
percepciones de la realidad económica desde marzo pasado, cuando entregó su
informe de política monetaria en la cual hacía importantes referencia a la
plena actividad de la economía nacional. El problema entonces era más un
recalentamentamiento de la economía que los riesgos esgrimidos por Larraín.
Pero en abril y mayo, el discurso de esta entidad cambió radicalmente, influido,
entre otros aspectos, por la caída en el precio del cobre. En documentos de
abril y mayo pasado, la entidad económica se refirió a la caída del precio de
los metales, a la restricción en los créditos y a “la desaceleración de la
actividad y de la demanda interna”.
De acuerdo al Banco
Central, al mismo Larraín y a otros observadores, está claro que viene un
escenario futuro de alta complejidad. Porque si el malestar social estalló en
tiempos de alto crecimiento económico y bajo desempleo, en tiempos de
decrecimiento y mayor cesantía tenderá a incrementarse. La economía chilena,
hasta el momento apoyada en la demanda interna y los créditos a destajo, está
dando claras señales de agotamiento, que tenderá a profundizarse en los
próximos meses. Se sabe de sobra que las empresas tienden a reducir costos con
despidos y reducciones salariales, prácticas que hoy, con una ciudadanía activa
y conectada, serán chispas que derivarán en grandes llamaradas sociales. El
modelo chileno, desfondado por abajo, por el lado de los consumidores y
trabajadores, no está hoy preparado para enfrentar tales eventos.
INCOGNITAS DEL FUTURO
Nadie sabe con claridad
qué políticas pondrá en marcha un probable próximo gobierno de Michelle
Bachelet. Es posible pensar que la tradicional relación de la Concertación con
los poderes económicos y las grandes corporaciones le impidan canalizar las
demandas de la ciudadanía, como fue la experiencia de veinte años. Pero también
es viable afirmar que Bachelet se enfrentará a un país distinto, desencantado
con las políticas de estas dos últimos décadas y con el poder de plantarse en
las calles para exigir sus demandas. De una u otra manera, tendrá que hacerse
cargo de este clamor.
Con el paso de los días
la fractura del modelo se hace cada vez más evidente. Porque la instalación
neoliberal, que ha sido la privatización con fines de lucro de todas las áreas
humanas, exhibe sus errores en todas sus esquinas. Ya no podemos hablar sólo de
la educación, pueblos originarios, previsión, abusos financieros y
empresariales o atentados ambientales. Las carencias se extienden a todos los
espacios en los cuales las grandes corporaciones han hallado lugar para lucrar,
tales como hoy ocurre con la salud y muy próximamente, con la vivienda. Tras el
auge crediticio y la burbuja inmobiliaria veremos protestas contra la banca,
como las que suceden actualmente en España y Grecia.
El problema no está
acotado a uno u otro sector. Es sistémico. Hace unas semanas un grupo de
enfurecidos chilotes de Quellón protestaron con cortes de rutas por la mala
atención de la salud pública. A raíz de la muerte de una persona por un mal
diagnóstico salieron nuevamente a luz las precarias condiciones en que opera el
sistema estatal. Porque pese a los grandilocuentes anuncios, la salud pública
chilena se ha subdesarrollado bajo políticas que no interfieran con el sistema
privado de salud. Pese a todos esos cambios, la salud pública no debe ser nunca
una competencia que amenace el lucro del sistema privado.
Quellón es sólo un
espacio más de malestar y conciencia entre millares. Porque a este rincón se
suman Freirina, Huasco, Aysén, Magallanes, Calama, los mineros, bancarios,
empleados del retail y portuarios y millones de trabajadores y
estudiantes. Lo que hace un tiempo fueron demandas aisladas hoy están
armonizadas, como ocurre por ejemplo con el clamor de millones por un cambio al
sistema de previsión privado, sistema que ha fracasado en la entrega de
pensiones dignas a los trabajadores.
El deterioro del modelo
neoliberal ingresará en una nueva etapa, impulsada por la ciudadanía, por el
freno en la actividad económica y tal vez por los temores de Larraín, que
tienen su verdadero origen no en la Concertación, sino en las organizaciones
sociales y en el inicio de una recomposición de las fuerzas de Izquierda,
ausentes durante décadas en el debate público. Podemos decir que es éste el
lugar, calificado por las elites como la calle, desde donde surge el verdadero
discurso que llena hoy el espacio político y que hace temblar a la derecha y el
establishment neoliberal.
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