En varios países del Cono Sur se realizarán –en un lapso relativamente
breve– elecciones muy importantes. Sobre todas ellas pesa la sombra de la
muerte dramática de Hugo Chávez y la incertidumbre respecto al curso posterior
del proceso bolivariano, que crea la difícil situación económica en que se
encuentra el gobierno de Nicolás Maduro, socio de todos esos países en el Mercosur
y la UNASUR.
Guillermo Almeyra /
LA JORNADA
Michelle Bachelet intentará desplazar a la derecha del poder en Chile. |
Si tuviésemos que resumir
al máximo el análisis, se podría decir que en Bolivia, Brasil, Uruguay y
Argentina los futuros gobiernos estarán en una situación más difícil que en el
pasado y entrarán en un periodo de turbulencias, y que sólo Chile estará mejor,
ya que es casi segura la derrota de la derecha en la sucesión del gobierno
desastroso y conflictivo de Sebastián Piñera.
En primer lugar, los que
por profesión o masoquismo intelectual se dedican a echar incienso a los
gobiernos “progresistas”, sólo ven cuando hay que encontrar excusa a una mala
noticia nacional, debe ser considerado, en cambio, como un factor fundamental
para el análisis de las perspectivas. Me refiero al curso probable de la
economía mundial, del cual ellos prescinden en sus proyecciones como si sus
respectivos países estuviesen situados en Marte y no en este atribulado planeta
en crisis económica política, social y ecológica.
Ahora bien, la levísima
recuperación de la economía estadunidense tiene bases muy frágiles, y el único
sector al que realmente le va bien es el financiero, precisamente el causante
de la crisis. Por su parte, las economías china y la de India, cada vez más
importantes para Venezuela, Brasil y Argentina, tienen ahora un crecimiento
inferior al de hace unos años (China crece cerca de 6 por ciento, contra el 8
considerado mínimo para evitar graves conflictos sociales, y muy lejos del 10
de hace un lustro). Por consiguiente, las cuantiosas inversiones, sobre todo
chinas, y las compras masivas de bienes primarios, si bien no pueden disminuir
demasiado, dado el tamaño que han logrado esas economías, de todos modos
podrían estancarse o incluso disminuir. La recesión europea, al mismo tiempo,
perdurará y se agravará en el periodo próximo y Estados Unidos está
sustituyendo el petróleo que importa con el que extrae de los exquistos
bituminosos, lo que disminuye, tendencialmente, su dependencia de Venezuela (y
también tendencialmente hace temer por los excedentes venezolanos de la venta
de petróleo que han servido para sostener el Alba, Petrocaribe y los planes en
Unasur). En cuanto a Caracas, estamos en la hora del ahorro y del
reordenamiento de una economía que gasta más de lo que obtiene vendiendo su
petróleo, tiene deudas que hay que pagar y deberá recurrir a la racionalización
económica, si no al racionamiento de muchos productos de consumo esencial que
deben ser pagados en divisas cada vez más escasas.
En segundo lugar, la
“luna de miel” de gobiernos como el argentino o el boliviano con las mayorías
dejó el paso a un “casamiento de interés”, o sea, al apoyo a gobernantes que
empiezan a aparecer no como salvadores, sino como los menos peores. No
hay duda de que el kirchnerismo ganará las elecciones parlamentarias de octubre
próximo y muy probablemente mantendrá su mayoría en ambas cámaras, pero 54 por
ciento de los votos que obtuvo Cristina Fernández posiblemente se reducirá a 35
o 40 por ciento, lo que convertirá al kirchnerismo en la primera minoría,
agravando sus tensiones internas, con vistas a las presidenciales de 2015.
Igualmente, la sucesión
de José Pepe Mujica –casi seguramente por un segundo mandato de Tabaré
Vázquez– marcará una oscilación hacia la derecha en el Frente Amplio y en el
país, y agravará la posibilidad de nuevos conflictos con Argentina y de
acercamientos a Estados Unidos.
En Bolivia, por su parte,
Evo Morales sin duda reafirmará su mayoría con el apoyo de los campesinos, pero
en las ciudades –con el Movimiento Sin Miedo y la Central Obrera Boliviana y su
partido de los trabajadores– tendrá una oposición de izquierda, y ya no una de
derecha, porque la misma está hecha trizas. Los conflictos sociales y
ecológicos estarán a la orden del día y Bolivia agravará su dependencia de los
mercados brasileño y argentino, y de la exportación de gas y minerales para la
industria ajena.
En Chile, en cambio, la
candidatura de Michelle Bachelet, que cuenta con el apoyo del Partido
Comunista, probablemente, si la futura presidenta cumple sus promesas sobre la
educación estatal, gratuita y laica, canalizará hacia el aparato estatal parte
de la protesta social urbana y rural, lo cual dará relativa paz y oxígeno
político al gobierno reformista y tibio de Bachelet, pero habrá que ver qué
cambios se producen en la política exterior de Chile y si el país se acercará
al Mercosur y reforzará la Unasur o mantendrá su alianza privilegiada del
Pacífico con Perú, Colombia, México (y Estados Unidos). La piedra de toque será
próximamente la posición chilena ante el conflicto marítimo con Perú y ante la
reivindicación boliviana de su salida al mar.
En todos los partidos y
grupos que apoyan a los gobiernos del Cono Sur se están tejiendo y retejiendo a
toda máquina alianzas externas e internas, pues también estarán en juego
gubernaturas, diputaciones, bancas de senador y alcaldías, o sea, poderes
locales.
En todas partes las
oposiciones, como en Argentina, son muy heterogéneas y están muy desunidas como
para presentar en las urnas una alternativa creíble. Por ese motivo recurrirán
cada vez más brutalmente a su poder de facto, a los medios de
información, que funcionan como partidos de opinión, y a las palancas
económicas que dominan en el campo financiero o de la exportación. En resumen:
dada la falta de una alternativa de izquierda, la lucha en el establishment
será aún más dura en este periodo de “vacas flacas”.
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