Probablemente uno de
los hechos que ha desencadenado la
enorme protesta popular que han movilizado cientos de miles de personas en 17
ciudades del país, sea que el proyecto de Lula y su continuidad en el gobierno
de Rousseff se enfocó en las políticas sociales que favorecían el consumo
privado y olvidó los gastos en infraestructura que redundan también en calidad de vida: transporte, educación y
salud.
Carlos Figueroa Ibarra /Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
En una entrevista hecha
por los colegas Emir Sader y Pablo Gentili,
publicada recientemente por el diario argentino Página 12, Luiz
Inazio da Silva, Lula, hizo un recuento de su paso por la presidencia
y los dos años de presidencia de Dilma Rousseff. Los últimos diez años eran
parte del mejor período de Brasil en décadas, se hizo lo que en otros
países no lograron hacer en treinta años: Brasil creció distribuyendo riqueza,
el salario mínimo creció en un 74% y no hubo inflación, se aumentó al mismo
tiempo el comercio exterior y el mercado
interno, las políticas sociales como la Beca Familia, el crédito para la
agricultura familiar, el programa Luz para Todos y diversas políticas
sociales hicieron expandir el mercado
interno al darle poder de compra a millones de brasileños. Se crearon 14
universidades nacionales nuevas, 126 campus universitarios y 214 escuelas
técnicas superiores. Los trabajadores ganaron mucho y sin embargo “las elites
nunca ganaron tanto dinero como durante mi gobierno. Ni las emisoras de
televisión, que estaban casi todas quebradas. Ni los periódicos, que también
estaban casi todos quebrados cuando asumí. Las empresas y los bancos nunca
ganaron tanto”. Y es tan verdadero todo
esto que se espera que en 2016, Brasil sea la quinta economía del mundo.
Como lo ha recordado
recientemente el periodista cubano Ángel Guerra los datos de la Cepal
indican que Brasil con sus 200 millones de habitantes en los últimos diez años redujo la pobreza de 37.5 a 20.9, la indigencia de 13.2 a 6.1.
Veintisiete millones de personas
salieron de la pobreza y el ingreso del 10% de los más pobres subió un 50%. Con el gobierno de Rousseff 50
millones de brasileños se han beneficiado con los programas contra la pobreza y
Brasil tiene hoy la tasa de desempleo más pobre en su historia.
¿Qué pasó entonces?
Probablemente uno de
los hechos que ha desencadenado la
enorme protesta popular que han movilizado cientos de miles de personas en 17
ciudades del país, sea que el proyecto de Lula y su continuidad en el gobierno
de Rousseff se enfocó en las políticas sociales que favorecían el consumo
privado y olvidó los gastos en infraestructura que redundan también en calidad de vida: transporte, educación y
salud. El costo del transporte en Río de Janeiro es uno de los más caros del
mundo y en las ciudades la mala planificación urbana, que implica un aumento
desmedido de automóviles, hace que el transporte público además de caro sea
lento. El costo de la política en Brasil
se ha elevado al extremo que alguien que quiere ser diputado debe tener en la
bolsa 10 millones de reales (1 real: 0.46 de dólar). Los partidos políticos de
izquierda y de derecha se encuentran sumamente desprestigiados. El eminente
sociólogo Boaventura Souza dos Santos ha
acusado a Dilma Rousseff de haber descuidado los temas de la democracia participativa, las políticas de inclusión social y
despreciar a las luchas sociales. La especulación financiera ha elevado el
costo de los alquileres y precio de terrenos en un 150%. Y los programas
habitacionales empujaron a los pobres a una periferia mal comunicada. Pareciera
que la clase gobernante de Brasil se
hubiera mareado por el éxito del lulismo.
Los gastos que se están haciendo en la copa mundial de fútbol de 2014 se estiman en 15 mil millones de
dólares. Y es ultrajante que se esté construyendo un estadio en Brasilia, una
ciudad sin un equipo de futbol de primera división, a un costo de 800 millones
de dólares.
Triste realidad: un
aumento de 20 centavos en el precio del transporte público, ha hecho caer al
lulismo de la nube en la que andaba.
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