Sin trasformaciones legales como las que
se aprobaron en Argentina o Ecuador, que intentan democratizar el acceso a los
medios, los grandes intereses monopólicos seguirán manipulando a diestra y
siniestra. Cada vez se llega más a esta conciencia, pero la batalla por medios
de comunicación democráticos será larga y dura.
Rafael
Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
Los grandes medios de comunicación se
han transformado en la punta de lanza de los intereses más conservadores. Ante
la crisis del sistema político, en la que los partidos han sufrido un enorme
desgaste y se encuentran sumidos en una larga crisis de legitimidad,
periódicos, emisoras televisivas y agencias de noticias han asumido
beligerantemente gran parte de su papel.
Esta situación es posible gracias al
papel privilegiado que ocupan en la vida cotidiana de las personas que,
independientemente de su posición social, están en contacto con ellos
permanentemente.
La revolución tecnológica de las
comunicaciones, iniciada a mediados del siglo XX, pero que encontró un nuevo
impulso a partir de la década de 1990, proporciona la base material sobre la
que se sustenta su preponderancia hoy en día, especialmente la televisión.
Esto queda claro en la coyuntura actual
de América Latina.
En primer lugar en Brasil, en donde a
tono con el papel que han jugado en otros países de la región, no han dudado en
manipular la información que surge de las protestas ciudadanas que han tenido
lugar en estos días.
Los mismos dirigentes de tales protestas
han tratado de demarcarse de la manipulación grosera que hacen redes como O
Globo, pero no solo ella, para llevar agua al molino de las fuerzas
conservadoras neoliberales, que tratan de retrotraer al país a la era de la
aplicación pura y dura de las políticas neoliberales.
Estas manipulaciones se expresan de
múltiples formas: dándole visibilidad a grupos minoritarios que tiene poca o
nula incidencia en las protestas, e invisibilizando a otros, que son fuerzas
sociales relevantes y mayoritarias, pero cuyas reivindicaciones y discurso no se
articula con el de la derecha neoliberal; promoviendo discusiones de
“analistas” interesados en relevar aspectos meramente marginales de las
protestas, con el fin de llevar agua al molino del descredito del gobierno,
etc.
Esta manipulación de los medios, que no
es exclusiva de Brasil ni mucho menos, raya en el gamberrismo y, lógicamente,
la falta de ética, cuando, como en Nicaragua, la semana pasada los medios de
comunicación inventaron una furiosa represión de “fuerzas afines al sandinismo”
contra una protesta que llevaban a cabo personas de la tercera edad. En esa
oportunidad, no dudaron en trasmitir crudas imágenes de ancianos ensangrentados
tras haber sido garroteados. Se trataba, sin embargo, de imágenes tomadas de
una manifestación colombiana.
Lo mismo sucedió en Venezuela, cuando la
oposición al gobierno bolivariano se opuso al reconocimiento de Nicolás Maduro
como presidente de la república. Imágenes tomadas de la represión a
manifestaciones de la llamada Primavera Árabe, fueron trasmitidas y publicadas
como habiendo sido recabadas en Caracas.
En buena medida, todas estas situaciones
son posibles gracias al monopolio que grupos privados tienen sobre los medios.
Habiéndose transformado no solo en un arma ideológica de primer orden sino,
también, en un gran negocio, hace mucho tiempo que en ellos se atrincheraron
grandes intereses corporativos. Televisa, O Globo, Clarín, en México, Brasil y
Argentina, o el Grupo Prisa en España son una muestra de poderosas
corporaciones cuyos tentáculos abarcan diarios, editoriales, televisoras y
redes radiofónicas.
Estos grupos no solo tratan de torcer la
verdad en situaciones como las anteriormente descritas en Brasil, Nicaragua y
Venezuela, sino que son, también, las que orquestan las campañas en las que se
rasgan las vestiduras porque se está “atropellando la libertad de expresión”
por legislaciones como las recientemente adoptadas en Ecuador, o como las
medidas que en Argentina han intentado tomarse en relación con el grupo Clarín.
Sin ese tipo de trasformaciones, que
intentan democratizar el acceso a los medios, los grandes intereses monopólicos
seguirán manipulando a diestra y siniestra. Cada vez se llega más a esta
conciencia, pero la batalla por medios de comunicación democráticos será larga
y dura.
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