Durante la década pasada, la
percepción de Rusia respecto de las verdaderas intenciones de Estados Unidos
para con ella se despejaron, al punto que en ocasión de la celebración del 60
aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial el presidente Putin, sin
ambages, sentenció que "la desaparición de la Unión Soviética había sido
una catástrofe geopolítica”.
Alberto Hutschenreuter / RT Internacional
Más allá de la diplomacia, las tensiones entre Rusia y Estados Unidos siguen abiertas. |
El arribo a Rusia del exanalista de
la CIA Edward Snowden sumó otra nueva instancia de discordia entre Estados
Unidos y Rusia, puesto que las autoridades de este último país han informado
que Snowden, acusado por Estados Unidos de revelar datos oficiales sensibles,
no sería deportado a su país de origen mientras permaneciera en Rusia. El
hecho, que sigue a la reciente expulsión de Rusia del funcionario
estadounidense Ryan Fugle, acusado de realizar actos de espionaje, precipitó un
torrente de notas y análisis de expertos y diletantes sobre la erosión de las
relaciones ruso-estadounidenses y el "regreso a una nueva
confrontación".
Una mirada menos centrada en los
eventos y más atenta a los procesos en las relaciones entre los dos países nos
proporcionaría un contexto de continuidad que obedece a una lógica de poder que
signó las relaciones entre estos dos singulares actores desde la desaparición de
la Unión Soviética, en 1991.
Entonces, el (último) Gorbachov y el
presidente ruso, Borís Yeltsin, creyeron haberse unido al bando vencedor de la
Guerra Fría: según ellos, sobre todo Yeltsin y su joven canciller, Andréi
Kozyrev, Estados Unidos "y Rusia" habían ganado la confrontación
porque ambos habían derrotado al comunismo, que había sido una elección muy
dañina para los rusos (de allí que la experta francesa Héléne Carrere
D’Encausse aludiera a la "Rusia victoriosa").
Pero desde la visión estadounidense,
no solamente hubo un único ganador, sino que el fin de la Unión Soviética no
implicó dejar de considerar a su "Estado continuador", la Federación
de Rusia, como un eventual desafío a su singular estado de supremacía.
Ello explica que Estados Unidos, bajo
la pátina de una política de cooperación, confianza e incluso de
"asociación estratégica" con Rusia, haya impulsado iniciativas
relacionadas con maximizar su poder e impedir la recuperación del de Rusia, por
caso, alentando la adopción sin cortapisas de la economía de mercado (en un
país carente de tradición en la materia); ampliando la OTAN al este de Europa
(sin respetar pactos implícitos que comprometían a Occidente a no hacerlo y
sobre los que se habría establecido el fin del conflicto); logrando acuerdos en
materia de armas estratégicas y convencionales que desfavorecían a Rusia, etc.
Hasta mediados de los años noventa
Rusia no solamente creyó que la cooperación era efectiva, sino que, por vez
primera en su historia, desestimó la defensa y promoción de sus intereses
nacionales en pos de un orden interestatal basado en la defensa de
"valores universales". Pero pronto fue comprendiendo la advertencia
de Bismarck, respecto a que "una política exterior sentimental jamás
reconoce reciprocidad".
Durante la segunda mitad de aquella
década, Rusia asumió una conducta externa proactiva; sin embargo, su profundo
grado de debilidad interna solamente le permitió un ejercicio retórico frente a
políticas de maximización de poder por parte de Estados Unidos, por caso, en
Kosovo, cuando la OTAN intervino sin autorización de la ONU; en países del
"extranjero cercano" de Rusia, alentando fuerzas políticas
refractarias a Moscú y deseosas de cobertura estratégica occidental; dando
impulso a una nueva ampliación de la OTAN , etc.
Durante la década pasada, la
percepción de Rusia respecto de las verdaderas intenciones de Estados Unidos
para con ella se despejaron, al punto que en ocasión de la celebración del 60
aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial el presidente Putin, sin
ambages, sentenció que "a desaparición de la Unión Soviética había sido
una catástrofe geopolítica, puesto que no solamente se había perdido la Guerra
Fría, sino que Rusia, su heredera, podía perder lo que se había ganado en la
Gran Guerra Patria" (es decir, poder, reconocimiento y capacidad de
deferencia). Sin duda fue la expresión más contundente y sintetizadora en
relación con aquella percepción nacional.
Más recientemente, la política
externa rusa se tornó más activa, alcanzando en Georgia y en Siria su mayor
afirmación ante las políticas de poder estadounidenses.
En breve, la Guerra Fría nunca
terminó. Nunca existió un tratado que pusiera fin a la misma. Por ello, el
experto Serguéi Karagánov ha dicho: "La confrontación permanece inacabada.
Pese a que el enfrentamiento militar e ideológico de aquellos tiempos ha
quedado muy atrás, se lo está sustituyendo por un nuevo punto muerto: entre
Rusia, por un lado, y, por otro, Estados Unidos y algunos 'nuevos europeos'.
Europa, Rusia y Estados Unidos deben poner fin a la 'guerra inacabada'.
Después, tal vez en 2019, año en que se cumplirá el centésimo aniversario del
Tratado de Versalles, podremos despedirnos del siglo XX”.
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