La disyuntiva es la
misma de hace 50 años, reforma o revolución, no entre participación electoral y
lucha armada (como se malentendió entonces), sino entre capitular al
capitalismo o tomar verdaderas medidas de poder popular y socialistas.
Olmedo Beluche / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
A pesar de todos los
pesares que quiera poner por delante la derecha latinoamericana, las
alternativas políticas populares que propugnan por el cambio social y la
izquierda tienen futuro en este continente. A pesar de las relativas victorias
de frentes electorales de derecha en Argentina y Venezuela, las elecciones
mostraron que casi la mitad de los electores siguen votando a propuestas
progresistas o de izquierda.
En Venezuela, que hace
más de 15 años es la vanguardia de los procesos políticos del continente; donde
la lucha es más álgida; pese a que
Estados Unidos le ha puesto la proa en contra, decreto de por medio de Obama declarándola como peligro a su
seguridad nacional; pese a la campaña mediática mundial de difamaciones
permanentes; pese al desplome abrupto de los precios del petróleo que hizo
trizas los ingresos nacionales; pese al sabotaje y la guerra económica interna;
pese a una buena dosis de corrupción e ineptitud de sus funcionarios (que ni
Maduro puede negar); pese a todo, el Polo Patriótico obtuvo una alta
proporcionalidad de votos que no se ve reflejada en la composición del
Congreso.
¿Por qué un sector del
electorado le da la espalda a los "progresistas" en este momento? En
esencia porque se acabó la bonanza de los altos precios de las materias primas
que Latinoamérica exporta. Desde 2014-15, la economía capitalista mundial se
está estancando, principalmente porque su motor, China, llegó a su tope de
crecimiento y empieza a caer. Hay quienes especulan que estamos ante una crisis
como la de 2008.
El problema es que los
gobiernos "progresistas" no rompieron el ciclo de la dependencia
económica hacia la monoexportación de materias primas y las importaciones de
productos manufacturados. Tampoco nacionalizaron la banca, ni controlaron las
importaciones. El socialismo se quedó más en las consignas que en los hechos.
Es decir, dejaron el grueso de la economía en manos de los capitalistas.
Con la exportación
petrolera en Venezuela, por ejemplo, durante los años buenos hubo para pagar
los planes sociales, las "misiones", como las llamó Hugo Chávez y fue
la manera de drenar hacia abajo, de repartir un poco de la renta petrolera que
antes se quedaba en manos de un puñado de empresarios y políticos. En la
abundancia se cumplían los planes sociales, se le aseguraba su parte a la
burguesía y no se notaban los errores de gestión, el burocratismo y la
corrupción.
Con la crisis llegó la
disyuntiva, habiendo menos para repartir, ¿Dónde se corta para equilibrar los
presupuestos? ¿Se cortan los planes sociales o se corta la tajada que se
embolsa la burguesía con la especulación cambiaria y otras formas de
acumulación?
La derecha tiene clara
su elección: cortar lo poco que le llega al pueblo. Es lo que siempre ha hecho
y vuelve a hacer donde gana, miren a Macri. Si en esta coyuntura crítica, los
procesos electorales devienen en más victorias para gobiernos de derecha, ya
veremos a la vuelta de pocos años a los pueblos en las calles luchando para
sacárselos de encima. Así fue como empezó el "ciclo progresista",
desde los años 80.
Sólo la izquierda, si
corrige y aprende de los errores recientes, puede ofrecer una alternativa de
cambios reales basados en la justicia social.
Por eso tiene futuro a pesar de todo. ¿Pero qué hay que corregir?
Romper con el
capitalismo dependiente latinoamericano requiere como primer requisitos, la
movilización popular, con organismos de poder popular de tipo asambleario y
verdadero control obrero de la industria y control comunal de la democracia
verdaderamente incluyente. En segundo lugar, no se puede dejar la economía en
manos de los capitalistas quienes a través los bancos pueden ahogar la
industria nacionalizada. Se requiere nacionalización de la gran industria (para
su diversificación) y nacionalización de la banca.
Es obligante la
nacionalización del comercio exterior, incluyendo las importaciones, si no se
quiere sufrir la estafa que ha sucedido en Venezuela, donde el estado entrega
las divisas (dólares) a importadores privados, que luego no las usan para
comprar lo que dijeron, falsifican las facturas y usan los dólares para
especular en el mercado negro contra la moneda nacional.
Para enfrentar los
embates económicos del imperialismo yanqui, hay que continuar promoviendo y
desarrollando mecanismos de integración autóctonos e independientes de la
tutela imperialista, basados en la solidaridad y complementariedad entre
nuestras naciones, no en la expoliación económica, como las instituciones
fundadas por Hugo Chávez: ALBA, Petrocaribe, CELAC, etc.
Lo último, pero no
menos importante, es el combate a la corrupción y los empresarios
“progresistas” que le chupan la sangre al estado para enriquecerse y que al
final son peores que los opositores de derecha, porque solo sirven para el
sabotaje desde adentro y para desprestigiar pues, las masas populares, que no
son pendejas, son movidas a la desconfianza y la incertidumbre.
Aquí es donde se
escinde la izquierda: entre el reformismo que teme romper con la burguesía,
frena las medidas necesarias y acaba por confrontar a su propia base social con
lo cual ayuda a la derrota; y el sector
dispuesto a avanzar hacia medidas realmente socialistas, los revolucionarios.
La disyuntiva es la misma de hace 50 años, reforma o revolución, no entre
participación electoral y lucha armada (como se malentendió entonces), sino
entre capitular al capitalismo o tomar verdaderas medidas de poder popular y socialistas.
El dilema sigue puesto
en el sentido que el Che Guevara dio en su Mensaje a la Tricontinental (abril
de 1967): “Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su
capacidad de oposición al imperialismo –si alguna vez la tuvieron– y sólo
forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista
o caricatura de revolución”.
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