En un mundo de
‘multibloques’ que se superponen, tenemos dos opciones: aislarnos y ser presas
fáciles de la dependencia o integrarnos y ser independientes.
Fander Falconí / El Telégrafo
Ya en la antigüedad
había bloques de naciones unidas por un propósito común. Desde las alianzas
selladas con matrimonios entre miembros
de familias reinantes, hasta los actuales tratados formales entre Estados
soberanos, llegamos a nuestros tiempos. La II Guerra Mundial determinó por
primera vez en la historia la conformación de dos posiciones irreconciliables
en las que deberían incrustarse todas las naciones de la Tierra. En una ocasión
única, capitalistas y socialistas se unieron contra las oscuras hordas
fascistas del Eje Berlín-Tokio.
No obstante, a fines de
1945 ya se hicieron visibles dos bloques rivales, ambos poderosos y ambos
convencidos de ser los portavoces del porvenir: el bloque capitalista, liderado
por Estados Unidos, y el bloque socialista, liderado por la Unión Soviética.
Lo cierto es que poco a
poco, desde los años 60, fueron fisurándose los dos bloques principales. Entre
los países capitalistas, los europeos buscaron su propio camino (en una fusión
irreconocible entre Francia y Alemania); entre los países socialistas, la China
de Mao se alejó de la URSS. Y el llamado Tercer Mundo (término para designar a
los países en vías de desarrollo o, despectivamente, a los países del Sur) comenzó
a tomar conciencia de su fuerza, surgiendo uniones en África y Asia (aunque en
ambos continentes había que separar a los árabes que reclamaban su propia
unidad). En América demoró el proceso porque el continente estaba atado a la
alianza con Estados Unidos, con una OEA demasiado dependiente de Washington. El
final de los dos grandes bloques ocurrió con la caída de la ‘cortina de hierro’
en Europa Oriental, simbolizada en forma gráfica por la caída del muro de
Berlín (1989) y en la práctica por la disolución de la Unión Soviética (1991).
Ya no quedaban los dos bloques y el llamado Tercer Mundo nunca había sido un
bloque unido. Volvíamos a la situación del mundo anterior a la II Guerra
Mundial: un mundo ‘multibloques’. Pero ya para entonces los bloques tenían un fuerte componente
económico.
Aunque los intereses
económicos suelen primar en la conformación de bloques, la geografía y la
cultura también tienen importancia. La geografía, como es obvio, está muy
relacionada con la economía y hasta suele usarse como pretexto principal de una
relación. Esta mención nos lleva al caso específico de Sudamérica, como bloque
y en cuanto a su integración. A escala mundial, no solemos actuar como bloque.
Mientras seguimos soñando, varios proyectos de integración se hacen realidad a
una velocidad pasmosa:
Unión Europea-Estados
Unidos. La firma de un tratado de libre comercio concretaría una realidad de
intercambio ya existente; además, incluiría la libre inversión. Esta alianza
juega fuerte: basta ver cómo dejaron sin efecto la participación de Rusia en el
G-8, luego de la crisis de Ucrania.
Los cinco países que se
denominan hoy Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) son las mayores
economías emergentes del planeta, por su influencia global. La creación del Banco
de Desarrollo del Brics fue un paso fundamental. Así mismo, 57 países miembros
participaron en la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura,
con sede en China. Este organismo será el mayor financiador en Asia y terminará
por suplantar al Banco Mundial en el continente más extenso y más poblado de la
Tierra.
En un mundo de
‘multibloques’ que se superponen, tenemos dos opciones: aislarnos y ser presas
fáciles de la dependencia o integrarnos y ser independientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario