Sería maravilloso que el
poder que nace de la organización/movilización popular se viera potenciado y
retroalimentado por la participación electoral. La realidad dice lo contrario.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Hace cuatro décadas, el
intelectual y militante peruano Alberto Flores Galindo desgranaba su opinión
sobre las elecciones, en un breve comentario a propósito de los resultados de
las votaciones para la Asamblea Constituyente, en las que el dirigente campesino-indígena
Hugo Blanco obtuvo 30 por ciento de los sufragios, en junio de 1978.
“El voto universal,
individual y secreto ha sido una invención genial de la burguesía. El día de
una votación las clases y grupos sociales se disgregan en una serie de
individuos que dejan de pensar colectivamente, como sí ocurre en las huelgas,
las manifestaciones o cualquier otro acto de protesta, y en la ‘cámara secreta’
emergen entonces las dudas, los temores, las incertidumbres que llevan a optar
por lo establecido, por el pasado y no por el cambio” ( Obras Completas, tomo
V, Lima, 1997, p. 89).
Flores Galindo fue uno de
los más consecuentes y notables pensadores en los años 70 y 80, cuando el Perú
estaba atenazado entre la violencia estatal y la de Sendero Luminoso, en una
guerra que tuvo un costo de más de 70 mil muertos. Su investigación Buscando un
Inca: identidad y utopía en los Andes, publicada en 1986, obtuvo el Premio
Ensayo de Casa de las Américas en Cuba. Fue fundador de SUR, Casa de Estudios
del Socialismo, que agrupó a buena parte de la intelectualidad de la época, y
militó en el Partido Unificado Mariateguista, al que también pertenecía Hugo
Blanco.
Su breve reflexión sobre
las elecciones tiene gran actualidad y muestra la crisis del pensamiento
crítico. En primer lugar, permite distinguir entre las libertades democráticas
y el hecho de fundar una estrategia política en la participación electoral. Si
las libertades fueron conquistadas por largas y potentes luchas colectivas de
los oprimidos, las elecciones son el modo de dispersar esa potencia plebeya.
En segundo lugar, no
critica la participación electoral, sólo advierte sobre el hecho incontestable
de que se trata de jugar en el terreno de las clases dominantes. No esgrime un
juicio ideologizado, sino centrado en cómo el sistema electoral disgrega a los
de abajo en una miríada de individuos aislados que, al estar atomizados, dejan
de ser una fuerza social para entregarse a la manipulación de los poderes del
sistema. El pensamiento colectivo que emerge en las acciones populares deja
paso a la individualización, en la que siempre se imponen miedos y prejuicios.
Sería necesario
desarrollar ambos argumentos. Por un lado, la reflexión de Flores Galindo
conecta con la de Walter Benjamin en su Tesis sobre la historia, cuando
asegura: El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma,
cuando combate (Tesis XII). No es un tema menor. En el recodo de la historia
que le tocó vivir, Benjamin entendió que si los oprimidos no están organizados,
son incapaces de comprender el mundo, están ciegos y son presa del modo de ver
de los poderosos. El problema no son los medios del sistema (y vaya que son un
problema), sino nuestra incapacidad de organizarnos, que es el modo de ser
nosotros, o sea colectivos que combaten y, por tanto, comprenden.
El problema de lo
electoral consiste, a mi modo de ver, en fundar una estrategia de cambios en la
participación en elecciones, en la llamada acumulación de fuerzas que se resume
en sumatoria de votos. En nuestro continente hemos asistido a una sucesión de
luchas muy potentes capaces de desplazar gobiernos conservadores, que poco
después se disuelven en las urnas, instalando otros gobiernos –a veces mejores,
otras veces peores– que suplantan la acción colectiva y la organización de los
de abajo.
La mayor parte de los
partidos comunistas focalizaron su actuación en una estrategia de este tipo,
colocando la organización popular a remolque de la acumulación electoral. Con
el tiempo, esa estrategia se generalizó y se convirtió, después de la caída del
socialismo real y de las derrotas de las revoluciones centroamericanas, en el
modo de acción único de las izquierdas institucionales.
La individualización a
través del voto tiene varias consecuencias nefastas. Además de la mencionada
por Flores Galindo, la disolución o neutralización de la organización
colectiva, aparece otra: en el proceso de trocar lo colectivo en individual se
facilita la cooptación de los dirigentes porque en estos procesos se
autonomizan las bases, algo prácticamente inevitable cuando se convierten en
representantes. El sujeto se disuelve cuando impera la lógica de la
representación, ya que sólo es posible representar lo que está ausente.
Sin embargo, el voto
universal, individual y secreto reviste de legitimidad a los elegidos, y esa es
la genialidad que denuncia el peruano. Cuando los gobiernos de las clases
dominantes se sienten acorralados, como le sucedió al presidente Eduardo
Duhalde en junio de 2002 en Argentina, ante una potente arremetida popular,
convocan a elecciones como forma de dispersar los poderes de abajo. Es un
dispositivo de vigilancia y control que consiste, como aseguraba el propio
Duhalde, en sacar a la gente de la calle para devolverla a sus casas y sentarla
frente a los televisores.
Porque la lógica del
elector y la del televidente es la misma: al poder no le importa lo que cada
quien piensa, siempre que lo haga en la soledad de su casa, sentenció en algún
momento Noam Chomsky. El problema para los de arriba, por tanto, es la acción y
la reflexión colectivas.
Sería maravilloso que el
poder que nace de la organización/movilización popular se viera potenciado y
retroalimentado por la participación electoral. La realidad dice lo contrario,
como podemos apreciar en todos los procesos, y estos días de modo especial en
el Estado español, donde los electores de Podemos contemplan cómo sus elegidos
negocian en nombre de quienes los eligieron, pero cada vez más distantes de
ellos. La actividad institucional que se deriva de los procesos electorales
termina por desplazar del centro del escenario a las organizaciones de los de
abajo.
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