El capitalismo y sus
afanes de lucro, dominio y control han estado en el origen de múltiples
guerras, de enconados enfrentamientos, de opresiones coloniales e
imperialistas, y de especulaciones lucrativas y deshonestas y de ganancias
prácticamente usurarias, todo lo cual no ha podido frenarse ni corregirse
prácticamente en un solo ápice, lo cual ha llevado a nuestra sociedad a los
colapsos que vive en muchos aspectos.
Cuando menos, a través de
los medios de comunicación más difundidos, la impresión del mundo y de la vida
actual es la de un caos sin remedio. Entendiendo por caos no sólo el desorden
extremo en muchos ámbitos de la vida individual y social, sino su penetración
frecuente, mucho más de lo que pudiéramos pensar, también en la vida interior o
espiritual de las personas, porque es allí lo más grave y pernicioso del
asunto, del panorama.
El escándalo y el dolor
del alma surgen cuando vemos que en demasiados ámbitos de la vida hay, por
ejemplo, violencia, asesinatos diarios, miseria extrema difundida en el mundo,
engaños y trampas, corrupción y complicidades, traiciones y muchas otras formas
de destrucción, o autodestrucción, que pudieran mencionarse. Al lado de esta
vergüenza, y para hacerla más evidente, el tintineo del oro de los millonarios
y sus supuestos goces que al final se empatan con lo más sórdido y vulgar.
Me temo que la
explicación más cercana a la verdad, en una paradoja inadmisible, tiene que ver
con el dinero que rueda por el mundo y que, aparte de su capacidad real para
resolver problemas de la vida, resulta un factor central para el cambio de
vidas, en más de un sentido es el progenitor del narcisimo y de la frivolidad
más escandalosa. El dinero como palanca de corrupción y centro de
complicidades. Pero, además, visto más de cerca, fenómeno y con amplitud, como
explicación efectiva de la autodestrucción y el envilecimiento.
Y, para colmo, resulta
uno de los bienes peor distribuidos en el mundo, más inequitativos, ya que un
relativo puñado de gente concentra la riqueza y la dispendia, en tanto millones
de seres humanos carecen aún de lo más estricto. Tal es sin duda uno de los
crímenes y problemas mayores que vive el mundo actual, que debe corregirse ya,
o se debe ir corrigiendo lo antes que sea posible, bajo pena de provocar
estallidos mayores de los que existen prácticamente en todos los continentes.
Simplemente lo tomo de ejemplo, porque viene al caso, pero no hay duda de que
el lado civilizatorio más claro en las actuales campañas estadunidenses está
del lado demócrata, en tanto que el bando republicano se distingue ya por la
barbarie irrenunciable en muchos aspectos.
Pero no sólo se trata de
la riqueza concentrada y de la ausencia de equidad, sino que en definitiva se
trata del sistema económico en que vivimos, sí del capitalismo y de la
brutalidad que lleva consigo (como antes la llevó consigo el esclavismo o el
feudalismo). Es verdad, muchos dirán que el capitalismo ha sido la piedra
angular de nuestra moderna sociedad, del desarrollo tecnológico, de la
posibilidad de una salud y de una alimentación mejores, y de muchos otros
beneficios de que gozamos hoy y que no terminaríamos de enumerar. Pero también
es cierto que el capitalismo y sus afanes de lucro, dominio y control han
estado en el origen de múltiples guerras, de enconados enfrentamientos, de
opresiones coloniales e imperialistas, y de especulaciones lucrativas y
deshonestas y de ganancias prácticamente usurarias, todo lo cual no ha podido
frenarse ni corregirse prácticamente en un solo ápice, lo cual ha llevado a
nuestra sociedad a los colapsos que vive en muchos aspectos. Y no por la
ausencia de consejos o análisis en la línea de estos que proponemos, sino por
el hecho de que cualquier concepto que implique equidad o sacrificio de unos en
favor de otros es repudiado tajantemente, sin análisis ni mínima reflexión.
Tal es sin duda una de
las raíces de la descomposición de la actual sociedad y, lo que es peor, de la
descomposición de las vidas que habitan en estas sociedades. ¿Seguirá entonces
multiplicándose la violencia, la corrupción, la impunidad y el afán de lucro?
Si no existe un horizonte de solución efectiva, mucho me temo que ocurrirá de
esa manera. La historia parece enseñarnos que no hay soluciones drásticas o
efectivas al instante, sino que en todo caso son a mediano o largo plazo, en el
mejor de los casos. La sociedad, todas las sociedades, se constituyen por una
acumulación de medidas que se dinamizan unas a otras, fortaleciéndose
mutuamente, y es tal contribución agregada de un sinúmero de factores que
muevan a un ente muy complejo como es la sociedad, en una dirección u otra,
según la voluntad humana. ¡Ojalá fuera siempre en el sentido positivo!
Pero ahí está justamente
el problema: el acuerdo o el desacuerdo entre las partes. No tengo duda que en
un clima de acuerdos o coincidencias sería posible llegar a un tipo de
sociedad, digamos, como antes sostenían los oradores de concurso, en que nadie
tenga derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto. Pero este
tipo de sociedad, o estos acuerdos hay que pelearlos siempre valiente,
encarnizadamente, si no estamos llamados otra vez al fracaso.
Es imprescindible un
cambio fundamental en la sicología, en la voluntad que dirige los acuerdos, en
el espíritu igualitario supuesto todo lo anterior requiere de una suerte de
revolución cultural profunda que abra los cambios a estas modificaciones, a
estas diferentes perspectivas del mundo que se postulan aquí.
Tal vez, como es el
mundo, necesita una revolución cultural acompañada de otro conjunto de cambios
drásticos en la mentalidad de nuestros contemporáneos. No es fácil la tarea y
los objetivos planteados, preo no parece haber otra salida para trascender el
gran dilema de nuestro tiempo: socialismo democrático o barbarie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario