Solo las comunidades
organizadas podrán asumir con éxito el reto que hoy representa la seguridad
ciudadana, la lucha contra las epidemias, la drogadicción y la delincuencia y
podrán arreglarse calles y aceras, crear
espacios para el deporte y la recreación, embellecer plazas y parques, proporcionar seguridad a escolares y
ancianos.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Mucho se ha hablado
sobre las recién pasadas elecciones municipales. Lo cual demuestra que el haber
separado la fecha de esas elecciones de las generales ha sido un acierto;
constituye un avance de la democracia. Las elecciones de medio período
posibilitan que los gobiernos locales logren una mayor autoestima , pues da
mayor autonomía a las comunidades y las hace asumir sus deberes y derechos
ciudadanos en lo que atañe a la vida
cotidiana. Sin embargo, estos procesos eleccionarios deben mejorarse comenzando
por las comunidades mismas. Hay una
labor de educación que, tanto el TSE, como el gobierno central y los medios de
comunicación, deben llevar a cabo, no solo con ocasión de las elecciones, sino
permanentemente.
Las municipalidades mismas deben inducir a las comunidades a
organizarse para enfrentar sus problemas. Las municipalidades son un reflejo de
las comunidades que representan; no son ni mejores ni peores. Si un buen número
no funciona, es porque las comunidades no están organizadas; por lo que no son
capaces de ejercer presión a las autoridades locales a fin de que cumplan con
sus deberes. Donde hay pueblos y barriadas organizados y conscientes de sus
derechos ciudadanos y dispuestos asumir sus deberes para con su comunidad, nuestra
vida democrática y sus instituciones estarán siempre sólidamente garantizadas.
Por eso, estas
elecciones deben ser vistas como un punto de partida para lograr que nuestro
país configure un sistema político realmente legitimado por el pueblo. La vida
democrática obtiene su savia, como el árbol frondoso del suelo fértil,
gracias a un diálogo permanente,
transparente y desinteresado entre las autoridades locales y las comunidades
organizadas. Solo generando un tejido social sólido se puede levantar el
edificio de la Patria y lograr que la gente
valore la política y confíe en sus representantes. La democracia
comienza en cada barrio, en cada distrito, en cada cantón; de ahí sube hasta la cúspide de los otros poderes de la República.
La organización popular debe abarcar todas las facetas de la vida social;
porque, como decía Aristóteles y repite la doctrina social de la Iglesia, el
hombre es un ser social. La red de sus relaciones sociales define su
personalidad, le da su lugar en el cuerpo social, le reconoce su dignidad de
persona.
Es en su comunidad
donde el ciudadano debe comenzar por enfrentar
los desafíos de su vida en sociedad. Solo las comunidades organizadas
podrán asumir con éxito el reto que hoy representa la seguridad ciudadana, la lucha
contra las epidemias, la drogadicción y la delincuencia y podrán arreglarse
calles y aceras, crear espacios para el
deporte y la recreación, embellecer plazas y parques, proporcionar seguridad a escolares y
ancianos. La función de los gobiernos locales es crear espacios institucionales
donde los ciudadanos puedan desarrollar, según sus capacidades, su condición de
seres humanos plenos. Así se logrará combatir el desarraigue, la soledad y el
abandono que sufren tantas familias que vienen del campo a medrar en barriadas
periféricas. Solo cuando tengamos lúcida conciencia de que una sociedad, que merezca el
calificativo de HUMANA, es aquella en la
que el duro sobrevivir se asume en el convivir solidario, habremos entendido la
importancia de los gobiernos locales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario