Con sus actos y palabras, Darío alcanzó paralelamente la gloria
literaria y los laureles de la dignidad patriótica. Por todo lo expuesto, es
absolutamente justo que su país natal lo haya proclamado héroe nacional y lo
haya colocado como símbolo de su recuperada dignidad.
Rubén Darío |
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo (Ecuador)
Este seis de febrero de
celebró el centenario de la muerte de Rubén Darío, el gran escritor
nicaragüense que lideró la renovación de la literatura latinoamericana por
medio del movimiento modernista y la puso en la delantera de las letras de
habla hispana.
Innumerables homenajes le
han sido rendidos a este ‘Príncipe de las letras castellanas’ en todos los
rincones del continente y su país natal lo ha proclamado ‘héroe nacional de
Nicaragua’.
Pero mientras todos
homenajean fundamentalmente al excelso poeta, yo quiero rendir tributo al
periodista combativo, que abogó por la unidad de nuestros países y fue
admirador de Juan Montalvo y Eloy Alfaro, cuyas ideas hizo suyas. Y quiero
homenajear también al pensador antiimperialista, que se enfrentó al presidente
estadounidense Teodoro Roosevelt en defensa de su pequeña patria
centroamericana, acosada entonces por las tropas y barcos de guerra de EE.UU.
La admiración de Darío
por Montalvo ha sido reseñada por sus biógrafos más acuciosos, que han
destacado la imitación estilística e ideológica que hizo Darío, en sus primeros
tiempos, de los escritos del ambateño.
A su vez, la amistad de
Alfaro y Darío se inició en 1886, cuando el ‘Águila Roja’ llegó por primera vez
a Nicaragua y fue entrevistado por Darío, entonces un joven periodista liberal
de 18 años que trabajaba en el periódico La Verdad. Tres años más tarde, Alfaro
y Darío volverían a encontrarse en Lima y establecerían una franca amistad bajo
el amparo de la fraternidad masónica.
Hablemos ahora del
enfrentamiento con Roosevelt, el presidente de EE.UU. que preconizó una
política expansionista contra América Latina y que, incitando el separatismo de
los comerciantes panameños contra Colombia, creó un país a la medida de los
intereses imperiales y proclamó: “Yo tomé Panamá”.
En 1909, una agresión
norteamericana contra Nicaragua provocó un clamor internacional. Rubén Darío,
preocupado por la situación de su patria lejana, escribió en el Paris Journal:
“Hay en este momento en
América Central un pequeño Estado que no pide más que desarrollar, en la paz y
el orden, su industria y su comercio; que no quiere más que conservar su
modesto lugar al sol y continuar su destino, con la seguridad de que, no
habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de represalias de
nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta revolución está fomentada por una gran
nación. Esta nación es la República de los Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha
hecho que pueda justificar su política.
Más bien se encontraba segura, si no de su protección, al menos de su
neutralidad, en virtud del tratado y de las conferencias firmadas en Washington
en diciembre de 1907.
Pregunto, pues, a míster
Roosevelt si, en nombre de sus principios, él no ve allí una doble violación,
una doble abjuración de esa moral internacional que él defiende y preconiza… Si
él califica de ‘crimen contra la humanidad’ una guerra injusta, ¿qué nombre
daría a los que suscitan y alimentan una guerra civil?”.
Así, con sus actos y
palabras, Darío alcanzó paralelamente la gloria literaria y los laureles de la
dignidad patriótica. Por todo lo expuesto, es absolutamente justo que su país
natal lo haya proclamado héroe nacional y lo haya colocado como símbolo de su
recuperada dignidad.
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