Una ética de la Tierra no
se sustenta sola por mucho tiempo sin ese supplément d’âme que es la vida del espíritu, que nos convoca a
lo alto y a acciones salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra. Ética y
vida del espíritu son dos hermanas gemelas inseparables.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Si es verdad que los
trastornos climáticos son antropogénicos, es decir, que tienen su génesis en
los comportamientos irresponsables de los seres humanos (menos de los pobres, y
mucho más de las grandes corporaciones industriales), entonces es claro que la
cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras
relaciones con la naturaleza y con la Casa Común no eran y no son adecuadas y
buenas. Dice el Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Sii:
sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Nunca maltratamos y herimos nuestra
Casa Común como en los dos últimos siglos... Esas situaciones provocan los
gemidos de la hermana Tierra, que se unen a los gemidos de los abandonados del
mundo, con un clamor que reclama de nosotros otro rumbo» (n. 53).
Ese otro rumbo implica,
urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra. Esta ética debe estar
fundamentada en algunos principios universales, comprensibles y practicables
por todos. Es el cuidado esencial, que es una relación amorosa con la
naturaleza; es el respeto por cada ser porque tiene un valor en sí mismo; es la
responsabilidad compartida por todos acerca del futuro común de la Tierra y de
la humanidad; es la solidaridad universal por la cual nos ayudamos mutuamente;
y, por último, es la compasión por la cual hacemos nuestros los dolores de los
otros y de la propia naturaleza.
Esta ética de la Tierra
debe devolverle la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar
regalándonos todo lo que nos ha regalado siempre durante todos los tiempos de
nuestra existencia sobre este planeta.
Pero no es suficiente una
ética de la Tierra. Necesitamos acompañarla de una espiritualidad. Ésta hunde
sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el
cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión por la
Casa Común.
El conocido y siempre
apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta
al General “X” , afirma con gran énfasis: “No hay sino un problema,
solamente uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es aún más alta
que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano”
(Macondo Libri 2015, p. 31).
Otro texto, escrito en
1936, cuando era corresponsal de Paris Soir durante la guerra civil
española, lleva como título «Es preciso dar un sentido a la vida». En él retoma
el tema de la vida del espíritu. Para eso, afirma, “necesitamos entendernos
recíprocamente; el ser humano solamente se realiza junto con otros seres
humanos, en el amor y en la amistad; sin embargo, los seres humanos no se unen
aproximándose los unos a los otros, sino fundiéndose en la misma divinidad.
Tenemos sed, en un mundo convertido en desierto, sed de encontrar compañeros
con los cuales compartir el pan” (Macondo Libri 2015, p. 20). Y termina la Carta
al General “X” : “Tenemos tanta necesidad de un Dios...” (op. cit. 36).
Efectivamente, sólo la
vida del espíritu satisface plenamente al ser humano. Ella es un bello sinónimo
para espiritualidad, a veces identificada o confundida con religiosidad. La
vida del espíritu es más, es un dato originario de nuestra dimensión profunda,
un dato antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a
nuestra esencia.
Sabemos cuidar de la vida
del cuerpo, hoy un verdadero culto celebrado en tantas academias de gimnasia.
Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la
psique, de cómo equilibrar nuestras pulsiones, los ángeles y demonios que nos
habitan, para llevarla con un relativo equilibrio.
Pero en nuestra cultura
prácticamente olvidamos cultivar la vida del espíritu, que es nuestra dimensión
más radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más
osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se
alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la compasión, el
cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí,
desenraizados y sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible.
Una ética de la Tierra no
se sustenta sola por mucho tiempo sin ese supplément d’âme que es la vida
del espíritu, que nos convoca a lo alto y a acciones salvadoras y regeneradoras
de la Madre Tierra. Ética y vida del espíritu son dos hermanas gemelas
inseparables.
1 comentario:
Cuando me dijeron
y me dieron a entender
en carne propia
que la tierra
no me pertenecía
me sentí solo y perdido
vacío y sin sentido
abandonado y traicionado
en tanto que pase a ser
dependiente
como preso absoluto
de los que se adueñaron
de mi vida
pasando a vivir
el sometimiento
y la esclavitud
como única condición
de sobrevivencia.
Dependiendo
pasando a depender
como cualquier animal
privado de su mundo
de las paupérrimas
condiciones del zoológico
de las decisiones
y los objetivos
como de la supuesta
buena voluntad
del supuesto propietario
captor de mi vida
como dueño de la tierra.
Los vínculos
amorosos
y de plenitud
como de amor
y compromiso
con la tierra
nuca los pude
desarrollar
cultivar
alimentar
ya que la tierra
me fue negada
como el fruto prohibido
y no teniendo más remedio
me he hecho dependiente
de sus intermediarios
mercaderes y mercenarios
que la explotan y exprimen
ante mis impotentes ojos
mi propia humillación y dolor
mi anulación castración
angustia e impotencia.
La desesperación
de amor
con un otro
por un otro
condenado
como uno
tal vez tenga
sus orígenes
en esta falta.
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