La esencia del ser humano
es el corazón que debe ser cuidado para ser afable, comprensivo y amoroso. Toda
la educación que se prolonga a lo largo de la vida consiste en cultivar la
dimensión del corazón.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Nuestra cultura, a partir
del llamado siglo de las luces (1715-1789) aplicó de forma rigurosa la
comprensión de René Descartes (1596-1650) de que el ser humano es “señor y
maestro” de la naturaleza y puede disponer de ella a su antojo. Confirió un
valor absoluto a la razón y al espíritu científico: Lo que no consigue pasar
por la criba de la razón, pierde legitimidad. De aquí se derivó una severa
crítica a todas las tradiciones, especialmente a la fe cristiana tradicional.
Con esto se cerraron
muchas ventanas del espíritu que permiten también un conocimiento sin que pase
necesariamente por los cánones racionales. Ya Pascal notó ese reduccionismo
hablando en sus Pensamientos de la logique du coeur (“el corazón tiene
razones que desconoce la razón”) y del esprit de finesse, que se
distingue del esprit de géométrie, es decir, de la razón calculadora e
instrumental analítica.
Pero lo más marginado y
hasta difamado fue el corazón, órgano de la sensibilidad y del universo de las
emociones, bajo el pretexto de que atropellaría “las ideas claras y distintas”
(Descartes) del mirar científico. Así surgió un saber sin corazón, pero
funcional al proyecto de la modernidad, que era y sigue siendo el de hacer del
saber un poder, un poder como forma de dominación de la naturaleza, de los
pueblos y de las culturas. Esa fue la metafísica (la comprensión de la
realidad) subyacente a todo el colonialismo, al esclavismo y eventualmente a la
destrucción de los diferentes, como las ricas culturas de los pueblos
originarios de América Latina (recordemos a Bartolomé de las Casas con su Historia
de la destrucción de las Indias).
Curiosamente toda la
epistemología moderna que incorpora la mecánica cuántica, la nueva antropología,
la filosofía fenomenológica y la psicología analítica han mostrado que todo
conocimiento viene impregnado de las emociones del sujeto, y que sujeto y
objeto están indisolublemente vinculados, a veces por intereses ocultos (J.
Habermas).
A partir de tales
constataciones y con la experiencia despiadada de las guerras modernas se pensó
en rescatar el corazón. Al fin y al cabo, en él reside el amor, la simpatía, la
compasión, el sentido del respeto, la base de la dignidad humana y de los
derechos inalienables. Michel Mafessoli en Francia, David Goleman en Estados
Unidos, Adela Cortina en España, Muniz Sodré en Brasil y tantos otros por todo
el mundo, se han empeñado en rescatar la inteligencia emocional o la razón
sensible o cordial. Personalmente estimo que frente a la crisis generalizada de
nuestro estilo de vida y de nuestra relación con la Tierra, sin la razón
cordial no nos moveremos para salvaguardar la vitalidad de la Madre Tierra y
garantizar el futuro de nuestra civilización.
Esto que nos parece nuevo
y una conquista –los derechos del corazón–, era el eje de la grandiosa cultura
maya en América Central, particularmente en Guatemala. Como no pasaron por la
circuncisión de la razón moderna, guardan fielmente sus tradiciones, que vienen
a través de las abuelas y los abuelos a lo largo de generaciones. Su principal
texto escrito, el Popol Vuh, y los libros de Chilam Balam de Chumayel
testimonian esa sabiduría.
Participé muchas veces en
celebraciones mayas con sus sacerdotes y sacerdotisas. Se hace siempre
alrededor del fuego. Comienzan invocando al corazón de los vientos, de las
montañas, de las aguas, de los árboles y de los antepasados. Hacen sus
invocaciones en medio de un incienso nativo perfumado que produce mucho humo.
Oyéndolos hablar de las energías
de la naturaleza y del universo, me parecía que su cosmovisión era muy afín,
guardadas las diferencias de lenguaje, a la de la física cuántica. Todo para
ellos es energía y movimiento, entre la formación y la desintegración (nosotros
diríamos: la dialéctica del caos-cosmos) que dan dinamismo al Universo. Eran
eximios matemáticos y habían inventado el número cero. Sus cálculos del curso
de las estrellas se aproximan en muchas cosas a lo que nosotros con los
modernos telescopios hemos alcanzado.
Bellamente dicen que todo
lo que existe nació del encuentro amoroso de dos corazones, el corazón del
Cielo y el corazón de la Tierra. Esta, la Tierra, es Pacha Mama, un ser vivo
que siente, intuye, vibra e inspira a los seres humanos. Estos son los “hijos
ilustres, los indagadores y buscadores de la existencia”, afirmaciones que nos
recuerdan a Martin Heidegger.
La esencia del ser humano
es el corazón que debe ser cuidado para ser afable, comprensivo y amoroso. Toda
la educación que se prolonga a lo largo de la vida consiste en cultivar la
dimensión del corazón. Los Hermanos de la Salle tienen en la capital Guatemala
un inmenso colegio –Prodessa– donde jóvenes mayas viven en internado, bilingüe,
donde se recupera y se sistematiza la cosmovisión maya al mismo tiempo que
asimilan y combinan saberes ancestrales con los modernos, ligados especialmente
a la agricultura y a relaciones respetuosas con la naturaleza.
Me complace terminar con
un texto que una mujer maya sabia me pasó al final de un encuentro sólo con indígenas
mayas: “Cuando tienes que escoger entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos
tiene corazón. Quien escoge el camino del corazón nunca se equivocará” (Popol
Vuh).
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