"¡Alca! ¡Alca!... ¡Al
carajo!”, dijo el comandante Hugo Chávez durante la cuarta Cumbre de
presidentes de Mar del Plata (noviembre 2005). Diez años después, en apenas
seis meses, las fuerzas políticas más abyectas de América Latina dieron jaque
mate al capítulo más duradero de nuestras luchas emancipadoras (1992, a la
fecha).
José
Steinsleger / LA JORNADA
Golpes estratégicos y
demoledores, que de “blandos” tuvieron nada (Argentina, Venezuela, Brasil).
Roguemos, pues, al Altísimo para que Bolivia y Ecuador no sigan por el mismo
camino, y la cuna de la revolución bolivariana no acabe en las llamas de la
guerra civil.
¿Dónde recae “la culpa
principal” del desastre en curso? ¿En la previsible ferocidad de las derechas
que con sangre o vaselina recuperan la iniciativa política? ¿En el imperio
yanqui? ¿En el capitalismo globalizado? ¿En la “corrupción” de los gobiernos
“progresistas”? ¿En las izquierdas de “abajo” que priorizaron sus fobias con el
“reformismo” so pretexto de guardar bajo la manga los ases de la revolución
imaginada?
Con lenguaje apodíctico,
los ayatolas del materialismo histórico dibujado con regla y compás dicen: ¡ha
llegado el momento de la “autocrítica”! Y los menos rígidos retoman,
patéticamente, la dicotomía “optimismo/pesimismo”. ¿Acaso los pueblos no tienen
“la última palabra”? Puede ser. Pero, en los próximos años, los avances
logrados en asuntos de alimentación, trabajo, educación, salud, vivienda,
volverán a fojas cero.
Subrayemos –entonces– las
coincidencias:
1) una “crisis sistémica”
que acorraló a la economía de los países dependientes; 2) que la “corrupción”
salpique a “lado y lado”; 3) que el “reformismo” tenga vuelo corto; 4) que para
muchos políticos, la moral es un árbol que da moras; 5) que las tecnologías
“extractivistas” acaban con el medio ambiente; 6) que los medios masivos
hegemónicos mienten, distorsionan, satanizan, difaman; 7) que las luchas
sociales requieren de algo más que líderes “providenciales”; 8) que las guerras
de todo tipo se han privatizado, y lucran con políticas deliberadas de miedo,
“inseguridad” y control social.
Y revisemos las
diferencias.
En los unos: 1) que la
realidad contradiga a la teoría; 2) que lo pensado para siempre deba ser
revisado mañana; 3) ser convidado de piedra de los cambios; 4) el divorcio
entre ideología y política; 5) que la democracia sea algo más que epifenómeno
de la “lucha de clases”; 6) que en la sociedad dividida en clases haya más de
dos; 7) que la subjetividad de las personas importe; 8) que por gravitación
natural, la “unidad” tienda a desdoblarse.
En los otros: 1) que la
“utopía” se conjugue en presente; 2) que los pueblos identifiquen el cambio
social, con la satisfacción inmediata de sus necesidades básicas; 3) que el
Estado no desaparezca por definición; 4) que la política conduzca la economía;
5) que sin ciencia y técnica no hay revolución; 6) que hambre más miseria no es
igual a “concientización”; 7) que el centro izquierda y centro derecha existen;
8) que la pretensión de cambiar el mundo sin tomar el poder conduce al
vegetarianismo.
Sin embargo, lo más
desquiciante es el tono apodíctico y simplista para abordar las calamidades
referidas. Cosa que viene de lejos. Por fijar una fecha, aquellos feroces
debates entre Bakunin y Marx durante la Comuna de París y la de Lyon (1871),
cuando el autor de El capital acusó gratuitamente al otro de ser “agente
del zarismo”.
Allí empezó el invencible
sectarismo de las izquierdas teóricas, que marchó en paralelo con la lectura
neocolonial de nuestras historias nacionales. Y que luego, junto con los
grandes debates de la revolución rusa, nos fueron encorsetando, sucesivamente,
en las opciones “civilización/barbarie”, “atraso/progreso”,
“desarrollo/subdesarrollo”, “capitalismo/socialismo”.
Las consecuencias saltan
a la vista. Con lenguaje común, coordinadamente, las derechas de verdad vuelven
a recuperar el espíritu golpista y depredador, con maniobras parlamentarias,
mediáticas, judiciales, financieras y, también, ganando elecciones libres y
democráticas, como en el caso argentino.
Cuando se cree ser
“independiente” (eufemismo del no compromiso político con nada y con nadie) el
lenguaje apodíctico causa estragos. En las izquierdas, este tipo de lenguaje se
caracteriza por ignorar las lecciones del pasado, fiscalizar el presente desde
el Estado Mayor de la revolución virtual, y anunciar, jupiterinamente, la
liberación de los trabajadores o “los de abajo” (se puede elegir), “siempre y
cuando…”
Seminarios programados
para los próximos 40 años: “Fin del ciclo progresista y posneoliberal
ya-lo-decía-yo”, convocado por los intelectuales políticos “de arriba”, y
“Crisis sistémica y extractivismo ya-lo-decía-yo”, convocado por los plebeyos
antipolíticos “de abajo”.
Moraleja: derechas que
vuelven a operar con ideologías veladas (pero capaces de superar sus
diferencias) versus izquierdas cautivas de ideologías reveladas. Y, por
si faltaba más, más interesadas en señalar que tales diferencias responden a
los intereses hegemónicos del imperialismo yanqui y el capitalismo global.
Haberlo sabido.
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