La crisis ha develado que
la democracia es apenas el taparrabo que usan los de arriba para esconder sus
vergüenzas: la primera y básica es que no están dispuestos a compartir el
pastel con negros y mestizos. Para ellos, sólo las migajas que sobran. Pero el
problema es otro: nos creímos el cuento. Unos por conveniencia. Otros por
pereza o miedo.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
La pregunta decisiva,
ante la crisis brasileña, debería ser: ¿por qué los grandes empresarios que
habían apoyado a Lula y a Dilma rompieron con los gobiernos del PT y lanzaron
una potente ofensiva hasta conseguir la destitución? La ofensiva de la derecha
brasileña contra la presidenta Dilma Rousseff fue producto de un viraje
abrupto, a consecuencia de la intensificación de las luchas de clases, en
particular de los pobres, negros y habitantes de las favelas.
Para dilucidar esta
hipótesis es necesario reconstruir lo sucedido en los años pasados. Los hechos
dicen que el punto de inflexión en la tolerancia de la burguesía sucedió en
2013. Con la distancia del tiempo es posible mostrar la confluencia entre
diversos sectores de trabajadores y de jóvenes en una coyuntura que permitió
dar un enorme salto cualitativo en la capacidad de movilización de los sectores
populares. Para ello veremos tres hechos: las movilizaciones de junio de 2013,
el alza notable de las huelgas y la creciente organización de los diversos
abajos.
Sobre el primer punto
hemos hablado bastante: en junio de 2013 millones de jóvenes ganaron las calles
contra el aumento al transporte urbano y la represión policial, en acciones que
deben comprenderse como una gigantesca denuncia contra la desigualdad que los
gobiernos del Partido de los Trabajadores no modificaron, aunque hayan
disminuido la pobreza. Hoy sabemos que la desigualdad no sólo no cayó, sino que
tiende a aumentar, incluso en los periodos de bonanza económica, cuando el uno
por ciento acaparaba 25 por ciento de la riqueza, porcentajes que habrán subido
durante la presente crisis.
La segunda se relaciona
con las huelgas. Las luchas obreras en Brasil habían alcanzado un pico luego de
la salida de la dictadura, en el periodo de aprobación de la nueva Constitución
Federal en 1988 y las primeras elecciones presidenciales directas en 1989. En
esos años se alcanzó un pico histórico de mil 962 huelgas, en 1989, y algo
menos en 1990, para descender abruptamente en la década neoliberal y
estabilizarse bajo los dos gobiernos de Lula en torno a 300 huelgas anuales.
En 2013 se produjo un
aumento repentino de las huelgas (aunque en 2012 ya habían crecido), batiendo
el récord de la serie histórica de los 30 años pasados. Según el informe del
Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Económicos, Balance de
las huelgas en 2013 (http://goo.gl/o35Wi6),
ese año hubo 2 mil 50 huelgas. Pero el crecimiento cuantitativo es un dato que
no alcanza a mostrar los fuertes cambios registrados en las protestas.
El informe citado destaca
que hubo una expansión de las luchas hacia sectores que habitualmente no se
movilizan. Sostiene que hubo un “desborde” de “las categorías profesionales más
frágiles, tanto desde el punto de vista de las remuneraciones como por las
condiciones de trabajo, salud y seguridad”. Se refiere, de modo particular, a
los trabajadores de la industria de la alimentación y la limpieza urbana.
En la industria
frigorífica trabajan 800 mil personas, de las cuales entre 20 y 25 por ciento
presentan problemas de salud, ya que realizan entre 70 y 120 movimientos por
minuto, cuando se recomienda no superar 35. En 2010, 70 por ciento de los
obreros de la multinacional Brasil Foods sufrían dolores por el trabajo, y 14
por ciento pensaron en suicidarse por la presión a que los someten (http://goo.gl/x0Bxfi). Un joven que ingresa a
la industria a los 25 años, a los 30 ya tiene lesiones irreversibles.
Los trabajadores de la
limpieza urbana de Rio de Janeiro realizaron una huelga memorable durante el
carnaval de 2014 y consiguieron aumentos de 37 por ciento en sus salarios. Fue
una huelga masiva y combativa que se sostuvo con base en la democracia directa,
desconociendo al sindicato burocrático (http://goo.gl/zvl58G).
La inmensa mayoría son negros y mestizos que viven en las periferias urbanas y
en las favelas.
En 2014 irrumpieron las
camadas menos calificadas y peor pagadas de la clase trabajadora, alentadas por
las movilizaciones de junio de 2013 e impulsa-das por la crisis que se comenzó
a sentir en 2012.
La tercera cuestión
consiste en el aumento de la organización y el activismo en las favelas, donde
viven los brasileños más pobres. El 24 de junio de 2013, mientras millones se
manifestaban en paz en las avenidas, la policía ingresó disparando al Complexo
da Maré, en Rio de Janeiro, y asesinó a 10 jóvenes negros. Es lo común. Lo
diferente fue la respuesta de los favelados: 5 mil vecinos cortaron la
estratégica avenida Brasil durante dos horas. Fue el comienzo. En julio, las
acciones se multiplicaron por la desaparición del obrero Amarildo de Souza en la
Unidad de Policía Pacificadora (UPP), de la favela Rocinha.
En diciembre y enero
sucedieron los rolezinhos de miles de jóvenes pobres que se reúnen en
los shoppings y desafían, bailando, a la policía. De ahí hubo decenas de
reacciones a la brutalidad policial. Los favelados neutralizaron el control y
comenzaron a organizar en muchas favelas grupos culturales, de denuncia, de
defensa de los derechos humanos, que se conectan con otros grupos de otras
favelas. Han perdido el miedo.
Los de abajo relanzaron
su lucha por la dignidad y por la vida. Fue la señal de alarma para los de
arriba. En uno de los países más desiguales del mundo, donde las clases
coinciden con el color de piel, el clasismo y el racismo se expresan con la
brutal violencia que caracteriza a las sociedades coloniales. Porque Brasil
debe ser analizada como sociedad colonial, donde la acumulación de capital se
apoya en la segregación que supone el no reconocimiento de la humanidad de los
de abajo.
La crisis ha develado que
la democracia es apenas el taparrabo que usan los de arriba para esconder sus
vergüenzas: la primera y básica es que no están dispuestos a compartir el
pastel con negros y mestizos. Para ellos, sólo las migajas que sobran. Pero el
problema es otro: nos creímos el cuento. Unos por conveniencia. Otros por
pereza o miedo.
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