La violencia política no ha sido erradicada de la sociedad neoliberal
chilena. Esta forma societal se funda en la violencia desatada de manera
racional e instrumental que siguió al 11 de septiembre de 1973 hasta la
actualidad.
Juan Carlos Gómez Leyton / Especial para Con Nuestra
América
Desde Santiago de Chile
La muerte accidental del trabajador municipal,
Eduardo Lara, durante las manifestaciones sociales y políticas contrarias al
gobierno, del día 21 de mayo, en la ciudad de Valparaíso, es una muerte
pueril, estúpida, políticamente, inútil. Una muerte que nunca debió haber
ocurrido. No obstante, a pesar de que la muerte del trabajador municipal,
constituye un hecho fortuito es, al mismo tiempo, un infortunio político para
el movimiento social popular y ciudadano. Tanto para la vertiente que lucha y
resiste la dominación capitalista neoliberal como de aquella que rechaza la
administración gubernamental, que hace del orden capitalista, el gobierno de la
Nueva Mayoría y de la Presidenta M. Bachelet.
La desgraciada muerte del trabajador es, como he
dicho, un infortunio, para el movimiento social popular y ciudadano que
legítimamente ha optado por impulsar y seguir un determinado derrotero
político, ideológico como la implementación de formas de lucha política y acciones
sociales que no se enmarcan ni se encierran en los estrechos límites
institucionales de la “democracia protegida”, actualmente, vigente. Lo es,
fundamentalmente, porque todos los sectores políticos hoy los condenan y los
responsabilizan de lo ocurrido en Valparaíso. Todos, incluyendo, aquellos
sectores que hoy disienten del gobierno y exigen que “caiga sobre ellos, todo
el peso de la ley”, o sea, en otras palabras, que el Estado los reprima con
todo.
Por esa razón, considero que la desgracia que hoy enluta
a la familia de Eduardo Lara, no puede servir ni ser utilizada políticamente y
de manera oportunista tanto por los partidos políticos del orden y conformes y
defensores de un sistema político putrefacto, y de un régimen social que diaria
y cotidianamente arranca la vida de muchos; como, tampoco, por los sectores
políticos que hoy disienten del actual gobierno que con una crítica política
fácil, rápida, escasamente, reflexiva, asimilan la acción política de los
sectores presuntamente responsables con la acción represiva de las Fuerzas
Especiales de Carabineros de Chile. Estos sectores, que legítimamente han
optado, por asumir una oposición crítica al gobierno de turno al interior del
régimen político existente no se oponen de manera categórica y radical al orden
social, político y económico que explota y devasta tanto a la vida humana como
la naturaleza, es decir, al régimen capitalista.
La infortunada muerte del trabajador municipal no
puede dar lugar a una utilización descarada y abusiva de parte de los medios de
comunicación adscritos al poder del capital, especialmente, de los canales de
la televisión abierta, para que la exploten comunicacionalmente y manera
sensacionalista, con el objeto de condenar y criminalizar las manifestaciones
políticas y sociales. Al mismo, aprovechar de encubrir o desviar la atención
sobre las motivaciones y razones que tiene el movimiento popular y ciudadano
para protestar en contra del gobierno, la clase política, los partidos del
orden y, sobre todo, contra la dominación capitalista neoliberal.
Ahora bien, como todos sabemos, que las luchas
sociales, las manifestaciones políticas, las protestas sociales populares y
ciudadanas no están libres de violencia política. La memoria popular y los
anales de la historia política ciudadana registran innumerables hechos
violentos protagonizados por la violencia política estatal como por la
violencia política popular. Tengamos presente que la violencia política
estatal, hace exactamente, un año casi mato a un estudiante, Rodrigo Avilés,
cuando el carro lanza agua de Carabineros de Chile, con toda la intención y,
por lo tanto, de ninguna manera fortuita, dirigió el potente chorro de agua
contra el estudiante. Allí la violencia no fue accidental, no fue casual, todo
lo contrario, el objeto era violentar los cuerpos, por ende, la vida, de los
manifestantes. Días antes en la misma ciudad, caían fulminados por un balazo
dos jóvenes estudiantes que protestaban por el derecho a la educación. El
disparo fue realizado por un ciudadano que considero que los manifestantes
atentaban contra su propiedad. Por su parte, los manifestantes, al levantar
barricadas, atacar y saquear locales comerciales representativos del capital
transnacional comunicacional, financieros u otros, también, por cierto, que
ejercen violencia política. Incluso, cuando marchan por las calles de la
ciudad, con o sin permiso de la autoridad, muchos ciudadanos consideran que los
violentan, que interrumpen la normalidad, que alteran el orden público,
etcétera. Todo eso, en realidad, es efectivo. Pues, no hay acto de rebeldía, de
insurgencia, de oposición, de rabia, de descontento, que no sea, violento. Y,
que, a su vez, no tenga una respuesta, por parte de la autoridad política o
policial, violenta.
La violencia política no ha sido erradicada de la
sociedad neoliberal chilena. Esta forma societal se funda en la violencia
desatada de manera racional e instrumental que siguió al 11 de septiembre de
1973 hasta la actualidad. La “democracia protegida” o la “democracia
autoritaria” sostenida por la Concertación como por la Nueva Mayoría es,
básicamente, la continuidad de esa violencia institucionalizada en la
Constitución Política del Estado de 1980, la constitución de Pinochet-Lagos.
La violencia implícita de la sociedad neoliberal se
manifiesta permanentemente, como lo hemos sostenido, en la vida cotidiana que
deben desarrollar hombres, mujeres, niños y niñas, a diario en las diversas
actividades que realizan. Así, como la vida cotidiana, durante la dictadura,
estuvo dominada por el binomio violencia-miedo, en la pos-dictadura, está
dominada por la violencia-explotación y el abuso que diariamente tanto el poder
del capital como el poder político ejerce sobre las y los ciudadanos. La
violencia inunda todo. La vida pública como la privada. Múltiples, ejemplos,
podría citar, pero estoy seguro, que las y los ciudadanos, que lean este
articulo podrán reconocer en su propia biografía hechos de violentos
protagonizados por ellos o por otros. Y, cuando me refiero a la violencia
cotidiana no estoy solo pensando en los hechos delincuenciales. No, me estoy
refiriendo a una actitud característica del ciudadano neoliberal: su constante
agresividad, que lo convierte en un sujeto socialmente violento. Somos una
sociedad violenta y violentada.
Ha sido esa violencia permanente de la dominación
neoliberal la que -desde los años ochenta del siglo pasado- ha tenido una
respuesta por parte de ciertos sectores populares y ciudadanos también
violenta. No, por nada, durante casi una década, la política opositora asumió
que la lucha contra la dictadura debía ser a través de los instrumentos de la
violencia política armada.
La respuesta política, por parte de otros sectores
políticos opositores a la dictadura, fue refugiarse, por el miedo político que
les producía la violencia social popular, en el orden político que había
institucionalizado la violencia política neoliberal o autoritaria desde 1980 en
adelante. Por esa razón, esos sectores, no procuraron modificar, ni cambiar el
orden político producido por la violencia política dictatorial.
Que hoy emerjan y se organicen grupos político que,
con el objeto de luchar en contra de la democracia protegida y el capitalismo
neoliberal, consideren a la violencia política como el mejor y más adecuado
instrumento de lucha, no tiene nada de extraño ni excepcional, es la
consecuencia política e histórica de una cultura política donde la violencia
ocupa un lugar predominante.
Esos grupos políticos y sociales no son la escoria
humana, ni son lumpen, ni son delincuentes, ni vándalos, mi imbéciles, ni
desquiciados, etcétera son, por cierto, ciudadanas y ciudadanos que en su libre
albedrío han decidido asumir esas formas de luchas. Son condenados porque se
“encapuchan”. Porque lanzan piedras, porque lanzan molotov, porque atacan y
destruyen locales comerciales, centros de atención financieros, todos espacios
simbólicos del capital, etcétera. Es su respuesta a los abusos del capital
financiero-mercantil dominante. Es su rabia, son las expresiones de ira, en
contra de la explotación.
Estoy cierto y sería ingenuo suponer que, por
quemar una farmacia, destruir una sucursal bancaria, un local comercial de una
transnacional de las comunicaciones u otros establecimientos de ese tipo, se
esté destruyendo el capitalismo. Por cierto, que no. Pero, nadie podrá negar
que bajo ciertas circunstancias ello ayuda, ayuda.
Pero, esas acciones nos hablan o nos remiten a
otras cuestiones. A la inutilidad de la política tal como hoy se practica, a la
crisis de las organizaciones políticas tradicionales, los partidos políticos
tanto de los que actuales como de los que hoy se organizan y se preparan para
actuar en los espacios del poder constituido. Del fracaso de la democracia
parlamentaria y representativa. De la corrupción generalizada de aquellos que
hoy detentan el poder político, social, económico, comunicacional, policial y
militar. La sociedad neoliberal hoy se pudre, por arriba. Y, los mecanismos
institucionales existentes solo sirven para mover la podredumbre de un lado
para otro, para que todo siga igual.
Lo recientemente acontecido en Chiloé es un ejemplo
claro de la podredumbre de como funciona el sistema. Luego de 17 días de
movilización social, el Ministro de Economía Céspedes, logro terminar, antes
del 21 de mayo, día de la cuenta presidencial al país, con el movimiento de los
pescadores artesanales. Cuando se estudian los acuerdos establecidos entre el
gobierno y los pescadores, se visualiza, que es una “solución de mercado”.
Pero, la devastación que allí el extractivismo marítimo realiza de la vida
humana y marítima sale incólume. En los próximos días, semanas y días todo
volverá todo a ser lo mismo. Como ocurrió en Aysén, o en Magallanes, o en otras
localidades del país donde han estallado rebeliones ciudadanas regionales o
territoriales. No obstante, en esos espacios a muchos ciudadanos les nació la
consciencia social y política: de percibir que el cambio institucional no sirve
y que abrir otros caminos con otros métodos e instrumentos para frenar la
devastación de la vida humana y de la naturaleza.
Estas constantes frustraciones políticas y sociales
son factores que impulsan a la ciudadanía, a un sector de ella, a conformar
organizaciones que asumen la acción social directa para expresar su rabia en
contra la actual dominación. Estos distintos grupos y colectivos hoy emergen en
los cuatro puntos cardinales del país.
Son una opción política tan legítima como aquellos
que hoy se reúnen en las plazas públicas o malls comerciales a juntar firmas
para constituirse en partidos políticos. Podemos discrepar con sus formas, pero
de ninguna, manera asimilarlos a los defensores del orden público y del sistema
opresor. Eso es un error político de proporciones. Pero, también, hay errores
profundos en estos grupos que deberán revisar y reflexionar si quieren contar
con apoyos sociales y políticos ciudadanos.
Lo ocurrido en Valparaíso era de una u otra manera:
"una crónica política anunciada". No, la lamentable muerte de Eduardo
Lara. Pero, si el enfrentamiento entre los manifestantes con las Fuerzas
Especiales de Carabineros como el repertorio de acciones que en este tipo de
marchas se realizan.
Estas marchas y movilizaciones sociales y
ciudadanas convocadas por diversas organizaciones políticas y sociales, tengo
la impresión que han entrado en proceso de rutinización, perdiendo, eficacia e
impacto político. Durante años se ha realizado la marcha del 21 de mayo. Y, nos
podemos, preguntarnos cuál ha sido el impacto político ciudadano de ella.
Desafortunadamente, la respuesta es, ninguna.
Estas marchas son limitadas y vacías políticamente
hablando, pues son convocadas para manifestar el malestar ciudadano en contra
de los gobiernos de turno. La intención de los organizadores en llegar al
Congreso Nacional en donde la autoridad presidencial está rindiendo cuentas al
país de lo realizado durante el último año de ejercicio gubernamental. Y, por
cierto, nunca se llega a ese punto. Pues, cuadras antes las barreras de las
Fuerzas Especiales de Carabineros de Chile, se lo impide. Allí estalla el enfrentamiento.
Dicha rutina es la misma, año tras año. No tiene ninguna productividad
política. Es estéril. Por ende, inútil.
Pienso, por ejemplo, que debiera ser en vez de una
marcha, una concentración ciudadana, que contemplara la participación y la presencia
de oradores que expusieran a la ciudadanía allí reunida y trasmitida por los
canales informales de comunicación a todo resto de la comunidad nacional: una
contra cuenta ciudadana. Que se expusieran y se diera a conocer el proyecto
alternativo que se quiere ofrecer a la ciudadanía, etcétera. Nada de eso hay,
falta creatividad e imaginación, pero también sentido de unidad política. Todos
quieren estar presente desde su individualidad colectiva. Son fragmentos políticos, compitiendo entre
sí, para ganar un espacio, mostrar su fuerza numérica, sus pancartas, etcétera.
Por eso, ya no basta con marchar, portando lienzos, banderas, lanzando gritos y
consignas, bailando, se requieren ideas fuerzas y proposiciones
concretas, posibles y utópicas. La marcha del 21 de mayo está agotada.
Es un acto inútil, que provoco, una muerte estúpida.
Quisiera concluir con la siguiente reflexión. Lo
que el movimiento social y político popular anticapitalista y antineoliberal
luego del fracaso de la marcha del 21 de mayo. Es evitar que la elite política
decadente genere, dada la propia incompetencia del movimiento social y político
popular, un cierre falso de la crisis política de la democracia protegida.
Hay que evitar que la crisis se prolongué por más
tiempo, tengamos presente que el ciclo critico se inició en el año 2006, o sea,
llevamos 10 años, en ella. Hay que evitar la continuidad de un sistema político
y social que “funciona” en base a soluciones de mercado y con la profundización
de la doctrina de la seguridad ciudadana, o sea, del control, coerción,
vigilancia y represión de la ciudadanía. Esto obliga a expandir el campo de lo
posible ofreciendo nuevos escenarios de movilización social y política. Es en
este terreno, el de lo que en el léxico de los estudios de los movimientos
sociales se denomina “procesos
enmarcadores”, o sea, “esfuerzos estratégicos conscientes realizados por
grupos de ciudadanos en orden a forjar formas compartidas de considerar la
sociedad presente como futura y a sí mismas que legitimen y muevan nuevas
formas de acción colectiva”, donde las redes sociales y ciudadanas críticas se
deberían esforzar en a hacer creíble un proyecto histórico-político alternativo
capaz de motivar el paso a la protesta creando conciencia de fuerza colectiva
entre los y las de abajo.
Por cierto, que trata
de una tarea nada fácil que debe saber combinar medidas urgentes y alternativas
de “alcance medio” que vayan a la raíz de la crisis. Porque en la actual
coyuntura histórica los movimientos sociales y políticos que aspiren a ser
“catalizadores” de un nuevo ciclo de luchas no pueden limitarse a ofrecer una
terapia “cortoplacista” frente a la crisis de la democracia protegida y de
descomposición putrefacta de su elite dominante, han de ir más allá plantearse
la transformación radical de la estructura del poder neoliberal. Hacer frente
con propuestas viables, concretas y, por cierto, utópica, la devastación de la
vida humana y naturaleza.
Para hacer frente a la
crisis son necesarias alternativas anticapitalistas, antirracistas,
antiimperialistas, feministas, ecologistas y socialistas. Es un esfuerzo por
demostrar que hay alternativas, que el capitalismo no es el último horizonte
posible de la humanidad, que es necesario romper con su lógica irracional y
depredadora si queremos garantizar la vida.
Todo esto implica
desarrollar políticas de unidad y, sobre todo, evitar “los cierres falsos” a la crisis. La sociedad neoliberal chilena ha
producido dos: el primero en el año
2010, con la elección de Sebastián Piñera, lo implico el regreso de la derecha
al gobierno, y el segundo, en el año 2013, con la elección de Michelle Bachelet
y la Nueva Mayoría.
Hoy los partidos
conformes con el sistema (la Nueva Mayoría) como los nuevos que emergen, están
trabajando en un nuevo cierre “falso de la crisis” ofrecido por el Gobierno, a
través del proceso constituyente, que le dará continuidad por cuatro a cinco
años al decadente sistema político actual
Para evitar esto el
movimiento social y político popular y ciudadano está obligado a superar el
fracaso experimentado hoy. Esa es la tarea que nos deja la lamentable muerte
accidental del trabajador municipal a consecuencia del incendio provocado,
según se dice, por los vándalos y encapuchados de siempre. No dejo de pensar en
las palabras del subMarcos, nos “cubrimos el rostro para que nos vean”. Pero,
también, recuerdo que otros se cubrían el rostro para asesinar impunemente, es
decir, para no ser vistos.
Santiago Centro, 22 de mayo 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario