Es “vox populi” que Bergoglio fue
elegido Papa para sacar a la Iglesia de su tremenda crisis. ¿Pero cómo
encaminar a la sociedad de hoy en la senda de lo espiritual y religioso si el
capitalismo neoliberal ha colonizado nuestras mentes con el materialismo, el
relativismo, el egoísmo, el consumismo, la idolatría del dinero y el poder
económico?
Pacho
O’Donell / Página12
“Cuando alimenté a los pobres me llamaron
santo; pero cuando pregunté por qué hay tantos pobres me llamaron
comunista”(frase del obispo brasileño Helder Cámara, referente de la Teología
de la Liberación).
Más que preocupado, Francisco I está horrorizado por la violencia y la
descomposición moral de la sociedad global en que vivimos. Pecados que no
adjudica a causas ligadas con un deterioro relacionado con el tiempo y el
cambio de hábitos sino que señala un culpable con insistencia y claridad: el
sistema capitalista neoliberal.
En nuestro país se han politizado o banalizado actitudes suyas, como el
rosario a Milagros Sala o la frialdad con Macri, reduciéndolos a coyunturas
circunstanciales, perdiendo de vista la formidable significación ecuménica de
su lucha contra la inequidad y la exclusión, eje vertebral de su labor
pastoral. No se limita a lamentaciones o a condenas retóricas, sino que
diagnostica y denuncia al sistema social, político, cultural, pero sobre todo
económico imperante en Occidente. Su mensaje ha encendido manifestaciones a
favor y en contra, también entre nosotros, en un mundo acostumbrado a que lo
religioso se deslice por vía separada de las angustias sociales.
Ya en 1998, el entonces arzobispo Bergoglio, a raíz de una visita a Cuba
acompañando al entonces papa Juan Pablo II, escribió “Lo que la iglesia critica
es el espíritu que el capitalismo ha alentado al utilizar el capital para
someter y oprimir al hombre” en su libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel
Castro. También “el capitalismo se desarrolla con características de
individualidad, en una vida donde los hombres buscan su propio bien y no el
bien común”. Y no vaciló en afirmar “Nadie puede aceptar el neoliberalismo y
ser un buen cristiano”.
Una vez en el trono eclesiástico no disminuyó el tono de sus combativas
admoniciones. En Santa Cruz de la Sierra dijo “el sistema capitalista ha
impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo”, y agregó “este sistema
no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los
trabajadores... no lo aguantan los pueblos”.
Es imposible no recordar a Juan XIII, quien como Francisco abogó por una
Iglesia “pobre y para los pobres”. Ambos asumieron el Papado a los 76 años,
provenían de hogares humildes, compartieron la devoción por San Francisco, el
“poverello” de Asís, de quien Bergoglio tomó el nombre mientras Roncalli era
seglar franciscano.
Este último con su Concilio Vaticano II, al que se sumó la Conferencia
de Medellín en 1968, dio origen a la “Teología de la Liberación” de amplia
difusión en América Latina, también en Argentina. El teólogo argentino Juan
Carlos Scannone escribió: “Lo común a todas las distintas ramas o corrientes de
la teología de la liberación es que teologiza a partir de la opción
preferencial por los pobres y usa para pensar la realidad social e histórica de
los pobres, no solamente la mediación de la filosofía, como siempre utilizó la
teología, sino también las ciencias humanas y sociales”.
Si bien Francisco I ha expresado algunas críticas, sobre todo
relacionadas con la influencia excesiva del marxismo, no hay dudas de su
simpatía y coincidencia, como lo demostró al recibir al sacerdote peruano
Gustavo Gutiérrez, principal referente de dicha orientación católica, a pesar
del recelo de muchos en el Vaticano.
Es oportuno entonces desarrollar algunas de las ideas rectoras de la
teología de la liberación:
1. Opción preferencial por los pobres.
2. La salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica,
política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre.
3. La espiritualidad de la liberación exige hombres nuevos y mujeres
nuevas en el Hombre Nuevo Jesús.
4. La liberación como toma de conciencia ante la realidad socioeconómica
latinoamericana y de la necesidad de eliminar la explotación, la falta de
oportunidades e injusticias de este mundo.
5. La situación actual de la mayoría de los latinoamericanos contradice
el designio histórico de Dios y es consecuencia de un pecado social.
6. No solamente hay pecadores, sino que hay víctimas del pecado que
necesitan justicia y restauración.
7. El método del estudio teológico es la reflexión a partir de la
práctica de la fe viva, comunicada, confesada y celebrada dentro de una
práctica de liberación.
No es de extrañar entonces que Francisco I haya acelerado el proceso de
canonización de Juan XXIII, demorada por años con el pretexto de que no se le
puede adjudicar ningún milagro. En una decisión de alto vuelo político, a las
que el Papa argentino es proclive, la hizo simultánea a la de Juan Pablo II,
quien no despertaba resistencias. No puede pasarse por alto el contraste con la
celeridad con que se cumplió el trámite de Escrivá de Balaguer, fundador del
Opus Dei.
Las encíclicas, discursos y escritos del Papa argentino son un claro
llamado a la acción: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y
excluidos, pueden y hacen mucho –dijo durante su visita a Bolivia–. Me atrevo a
decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en
su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda
cotidiana de las tres T (trabajo, techo, tierra). ¡No se achiquen!”?
Es “vox populi” que Bergoglio fue elegido Papa para sacar a la Iglesia
de su tremenda crisis. ¿Pero cómo encaminar a la sociedad de hoy en la senda de
lo espiritual y religioso si el capitalismo neoliberal ha colonizado nuestras
mentes con el materialismo, el relativismo, el egoísmo, el consumismo, la
idolatría del dinero y el poder económico? Es por ello que se ha asignado la
indesmayable misión de concientizar acerca de que la miseria humana y la
destrucción del planeta no son fenómenos “naturales” e irreversibles sino la
consecuencia de un sistema desviado. Tampoco excluye de su discurso pastoral
“bajar” a la crítica de teorías económicas en boga, también en Argentina:
“Algunos todavía defienden las “teorías del derrame”, que suponen que todo
crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar
por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que
jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua
en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos
sacralizados del sistema económico imperante” (“Evangelii gaudium”).
Francisco I nos convoca a la lucha: “Digámoslo sin miedo: queremos un
cambio, un cambio real, un cambio de estructuras”. Se ha convertido en el líder
de la resistencia contra el cáncer de entronizar a la economía como centro de
la existencia humana, desplazando a la solidaridad, al amor al prójimo, a la
responsabilidad. Ese Papa que llama al capitalismo “una dictadura sutil” y al
dinero “estiércol del diablo” suscita inquietud en quienes se sienten
interpelados. No es casual que los candidatos del derechista Partido
Republicano de los Estados Unidos compitan en denostar Francisco: “El
Vaticano debería despedirlo” (Ted Cruz) o “Los curas no se tienen que meter con
la política ni con la economía” (Donald Trump). Ellos están también molestos
porque la intervención papal fue decisiva en la reanudación de las relaciones
diplomáticas con Cuba y en el pronto levantamiento del bloqueo.
Son muchas y muchos, sobre todos jóvenes, quienes ven hoy como valiente
líder de la resistencia contra los males del liberalismo a quien no es ajeno a
la acuciante y dramática realidad, como lo demuestra haber elegido a refugiados
para el lavado de pies pascual, diferenciando un rito secular de una toma de
partido y denuncia ante una horrenda tragedia cuyas causas y consecuencias no
ignora.
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