Las crisis son buenas
cuando se extraen enseñanzas de ella. Por ello Marx alguna vez dijo de las
revoluciones del siglo XIX que se autocriticaban constantemente y volvían
sobre sus pasos para recomenzar lo que parecía terminado. Habrá que empezar a
hacerlo.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Cuando se habla del fin
de ciclo de los gobiernos de izquierda,
llamados genéricamente “gobiernos progresistas”, me ha tentado hacer un balance
de quienes han sido sus enemigos a lo largo de este tiempo.
Indudablemente, el enemigo principal de
dichos gobiernos ha sido la derecha neoliberal. Es la fuerza política e
ideológica más eficaz en términos de convocatoria en la lucha de calles y
también electoralmente. Hoy tiene
victorias en Argentina, Brasil y Venezuela y ha retomado la iniciativa en
Bolivia y en Ecuador. Salvo errores puntuales como la tontería de llamar a la
abstención en las elecciones parlamentarias de Venezuela en 2005 -lo que
benefició al chavismo al dejarle el control completo del poder legislativo-, la
derecha generalmente no se equivoca en
visualizar quien es su enemigo principal.
Por eso mismo, los gobiernos progresistas también han tenido
adversarios en la izquierda. Por un lado se encuentra una izquierda doctrinaria
inspirada en el marxismo, para la cual
dichos gobiernos no cumplen sus
expectativas porque no están decididos a impulsar una revolución socialista. Lo
que me ha resultado curioso es que una
parte de esta izquierda doctrinaria, en ocasiones ha preferido aliarse con la derecha
neoliberal sea en movilizaciones sociales o en coyunturas electorales. Por otro
lado se encuentra una izquierda posmoderna y autonomista para la cual los
referidos gobiernos son impresentables porque no han abandonado el extractivismo
ni la ilusión del desarrollo, además de que son autoritarios y ajenos a los movimientos sociales. Tanto para la
izquierda dogmática como para la posmoderna, los gobiernos progresistas son
farsantes (se presentan como de izquierda cuando en realidad son de derecha) y
son traidores (han traicionado al marxismo o han traicionado a los movimientos
sociales). Los enemigos de izquierda de los gobiernos progresistas han sido electoralmente
insignificantes y tienen resonancia solamente en los cenáculos doctrinarios o
en medios académicos.
No obstante, cuando después de tres lustros de avance
progresista en América Latina, ésta empieza a tener traspiés, urge más examinar
el núcleo de verdad que tienen las críticas de izquierda a los gobiernos
progresistas. Siendo el extractivismo
realidad ineludible, hoy se advierten de manera clara las consecuencias
de no haber encontrado un sendero para
empezar a salir de él (resulta claro en Venezuela aunque no necesariamente es
así en Bolivia). Habiendo combatido eficazmente la pobreza y beneficiado a las
clases medias, ha faltado un vigoroso trabajo ideológico que realice lo que
Gramsci llamó “la reforma intelectual y moral”. Hoy constatamos que buena parte
de los beneficiados del posneoliberalismo votan por la derecha neoliberal. Como
lo expresara Rafael Cuevas Molina en reciente artículo, esto resulta más
preocupante cuando se leen noticias sobre el desfile de modas Coco Chanel –
agreguemos el entusiasmo popular por la filmación de “Rápido y furioso”- en La
Habana.
Las crisis son buenas
cuando se extraen enseñanzas de ella. Por ello Marx alguna vez dijo de las
revoluciones del siglo XIX que se autocriticaban constantemente y volvían
sobre sus pasos para recomenzar lo que parecía terminado. Habrá que empezar a
hacerlo.
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