Estamos ante un Estado construido como
un aparato de clase para garantizar los intereses de esa oligarquía que, en
tanto núcleo dirigente principal de la burguesía local, ha sabido sortear las
crisis en las cuales su poder ha sido impugnado y ha sorteado hábilmente las
estrategias reformistas o revolucionarias. Es este Estado el que está en
cuestionamiento y en disputa.
Mario
Sosa /Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
En varias ocasiones he afirmado que este
Estado no nos sirve y nunca nos ha servido a las inmensas mayorías
empobrecidas, explotadas y oprimidas de este país.
Los profundos y extensos problemas
nacionales, los indicadores sociales y las demandas y reivindicaciones de
diversos sujetos sociales así lo confirman. El Estado ha sido útil, no
obstante, para una oligarquía que, mediante su control y dirección estratégica,
ha garantizado un modelo de acumulación de capital, un régimen político y una
hegemonía que garantizan su reproducción como clase dominante.
Siendo el Estado la concreción de una
correlación de fuerzas históricas, se constata que la gran ganadora ha sido la
oligarquía. Esa oligarquía que hoy se configura principalmente a partir de
grupos corporativos en proceso de expansión local y transnacional, controlados
por familias autoidentificadas como criollas y blancas, cuyo paradigma de
sociedad está afincado en su origen español, en su supuesta superioridad racial
y en el Occidente consumista y degradado de Miami o del cliché de la cultura
europea. Esa oligarquía que tiene en el Cacif a su principal partido político
(en sentido gramsciano), a la mayoría de instituciones políticas (partidos
políticos en sentido liberal-institucionalista) como operadores en los
organismos Legislativo y Ejecutivo, oficinas de abogados corporativos como
principales operadores en el Organismo Judicial y medios de difusión masiva
como principales instrumentos para la construcción de hegemonía. Circula en su
entorno otro conjunto de actores que intentan antagonizar y negociar cuotas de
acumulación tanto en el ámbito de la economía como en el Estado.
Estamos ante un Estado construido como
un aparato de clase para garantizar los intereses de esa oligarquía que, en
tanto núcleo dirigente principal de la burguesía local, ha sabido sortear las
crisis en las cuales su poder ha sido impugnado y ha sorteado hábilmente las
estrategias reformistas o revolucionarias. Es este Estado el que está en
cuestionamiento y en disputa.
Por un lado, quienes controlan el
régimen (entre los que habrá que incluir la Embajada de Estados Unidos)
pretenden una reforma limitada al sector justicia tal que permita un respiro al
sistema por la vía de cambios acotados predispuestos, de un supuesto diálogo
que limite la participación de sujetos sociales y de un procedimiento que deje
en manos de un Congreso cuestionable la aprobación final y la convocatoria a
consulta popular. Es una reforma que persigue hacer gobernable la
implementación de planes económicos y geoestratégicos.
Por otro lado están quienes cuestionan
el régimen político y este Estado. En general, unos se orientan por una vía de
reforma constitucional integral, que se oriente a disminuir el poder de la
oligarquía y democratice la economía y la competencia por el control de los
organismos del Estado. Otros, si bien conciben una etapa reformista, persiguen
abrir un camino que pase por una asamblea nacional constituyente que permita la
redacción de una Constitución Política nueva, que geste un Estado
plurinacional, democrático y popular, es decir, una estrategia democrática y de
ruptura.
En este marco surge la propuesta de
refundación del Estado encabezada por el expresidente Jorge Serrano Elías
(1991-1992), quien después de intentar un golpe de Estado salió del país a
refugiarse en Panamá. Esta es una propuesta de la cual se han desmarcado
sujetos que proponen un nuevo Estado plurinacional, democrático y popular, así
como otros actores que pretenden reformas democráticas en el país. El llamado
frente político anunciado con ese liderazgo parece haber nacido muerto, sin
respaldo real, salvo que sectores de poder dominantes lo promuevan para
intentar cooptar las luchas y los sujetos históricos que pretenden, con
justificación y legitimidad, la creación de un nuevo Estado.
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