Además de defender la democracia y desenmascarar el impeachment como un golpe
parlamentario contra la presidenta Dilma, es importante asegurar la revolución
brasileña, por la que esperamos desde hace siglos. Repito lo que escribí en un
twitter: «Si los pobres supiesen lo que se está armando contra ellos, las
calles de Brasil serían insuficientes para contener el número de manifestantes
que protestarían en contra».
Leonardo
Boff / Servicios Koinonia
Soy uno de los pocos que
ha dicho y repetido que la ascensión del PT y de sus aliados al poder central
del estado, ha significado la verdadera revolución pacífica brasilera que, por
primera vez, ocurrió en Brasil. Florestán Fernandes escribió sobre La
revolución burguesa en Brasil (1974) que representa la absorción por parte
de la iniciativa empresarial post-colonial de un patrón de organización de la
economía, la sociedad y la cultura, con la universalización del trabajo
asalariado, con un orden social competitivo y una economía de mercado de base
monetaria y capitalista (cf. en Intérpretes de Brasil, vol 3, 2002 p.
1512).
Si miramos bien, no se
produjo exactamente una revolución, sino una modernización conservadora que
impulsó el desarrollo brasilero, pero no hizo lo que es decisivo para hablar de
revolución, un cambio del sujeto de poder. Aquellos que siempre habían estado
en el poder, de diversas formas continuaron y profundizaron su poder. Pero no
hubo un cambio de sujeto del poder como ahora.
Esto es, en mi opinión,
lo que ocurrió con la llegada del PT y aliados al elegir al presidente Lula. El
sujeto no forma parte de los dueños del poder, tradicional o moderno, siempre
conservadores, sino que forma parte de los sin-poder: los provenientes de la Senzala,
de las periferias, del Brasil profundo, del nuevo sindicalismo, los
intelectuales de izquierda y la Iglesia de la liberación con sus miles de
comunidades de base. Todos estos, en un largo y doloroso proceso de
organización y articulación, consiguieron transformar el poder social que
habían acumulado en un poder político de partido. Vía el PT realizaron
analíticamente una auténtica revolución.
Superamos la visión
convencional de la revolución como un proceso de cambio vinculado a la
violencia armada. Asumimos el sentido positivo dada por Caio Prado Jr. en su
clásico libro La revolución brasileña (1966, p.16): «transformaciones
que reestructuran la vida de un país de manera en consonancia con sus
necesidades y aspiraciones más generales y profundas, y las aspiraciones de la
gran masa de su población que, en el estado actual, no son debidamente
atendidas, algo que lleve la vida del país por un rumbo nuevo».
Pues esto fue lo que
realmente ocurrió. Se dio un nuevo rumbo al país. El presidente Lula tuvo que
hacer concesiones a la macroeconomía neoliberal para asegurar el cambio de
rumbo, pero se abrió al mundo de los pobres y marginados. Consiguió montar
políticas sociales, algunas inauguradas previamente en forma solo inicial, pero
ahora oficiales como políticas de Estado. Ellas «atendieron a las necesidades
más generales y profundas que no habían sido antes debidamente atendidas» (Caio
Prado Jr.).
Vamos a enumerar algunas
conocidas por todos, como la Bolsa Familia, Mi Casa Mi Vida, Luz para Todos y
numerosas universidades y escuelas técnicas, el FIES y los diversos sistemas de
cuotas para el acceso a la universidad. Nadie puede negar que el paisaje social
de Brasil ha cambiado. Todo el mundo, incluso los banqueros y los ricos (Jesse
de Souza) han salido ganando.
Lógicamente, herederos de
una tradición perversa de exclusión y desigualdades, aún queda mucho por hacer,
sobre todo en los campos de la salud y la educación. Sin embargo, hubo una
revolución social.
¿Por qué nos referimos a
todo este proceso? Porque está en marcha en Brasil un anti-revolución. Las
viejas élites oligárquicas nunca aceptaron a un obrero como presidente. En
relación con la crisis económica y política (que destruye el orden capitalista
mundial), una derecha conservadora y rencorosa, aliada de los bancos y el
sistema financiero, los inversores nacionales e internacionales, la prensa
empresarial hostil, partidos conservadores, sectores del poder judicial, el FP
y MP sin excluir la influencia de la política exterior norteamericana que no
acepta una potencia en el Atlántico Sur vinculada a los BRICS, esta derecha
conservadora está promoviendo la anti-revolución. El impeachment de la
presidenta Dilma es un capítulo de esa negación. Quieren volver al estado
anterior, a la democracia patrimonialista, de espaldas al pueblo, para
enriquecerse como en el pasado.
Además de defender la democracia y desenmascarar el impeachment
como un golpe parlamentario contra la presidenta Dilma, es importante asegurar
la revolución brasileña, por la que esperamos desde hace siglos. Repito lo que
escribí en un twitter: «Si los pobres supiesen lo que se está armando contra
ellos, las calles de Brasil serían insuficientes para contener el número de
manifestantes que protestarían en contra».
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