En los convulsos años que precedieron a la última dictadura, Sueldo
recibió amenazas de la Triple A. La
reacción no le perdonaba su prédica social abrevada en la Doctrina de la
Iglesia en la materia, su credo humanista hijo de las enseñanzas de su bien
leído Jacques Maritain o que, fiel al legado ético del George Bernanos de “Los
grandes cementerios bajo la luna”, defendiera
los derechos humanos y denunciara
sus violaciones sin importar quiénes y en nombre de qué presuntos valores se
llevaran a cabo torturas, asesinatos y desapariciones.
Carlos María Romero Sosa /
Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires
Horacio Sueldo |
Pienso que de Horacio Sueldo, fallecido el 10 de mayo del corriente
año a los casi 93 de su edad, el mejor elogio que puedo hacer es admitir que lamento de corazón
no haberlo votado. Pocas figuras públicas como la suya inspiran este tipo de
congojas, sobre todo cuando tan acostumbrada está la ciudadanía a sufragar
por opciones en muchos casos promovidas
y manipuladas en forma mediática; haciendo hincapié no en los intereses de la
opinión pública sino de la publicada, en tanto y en cuanto el poder
comunicativo tiende a gravitar absolutamente y convertirse en poder
administrativo y hasta en derecho, como explicó Habermas. Lo cierto es que
aquellas disyuntivas que parecen de hierro resultan en los hechos flaquezas de
la democracia, puesto que se suele votar más en contra de alguien que a favor
de un candidato.
El doctor Sueldo era de la raza de los políticos que trascienden los
partidos, en su caso la Democracia Cristiana que nunca alcanzó a ser en la
Argentina un movimiento de masas pese a la vocación de varios de sus dirigentes
ajenos a todo elitismo. De ella fue él uno
de los fundadores en 1954, junto a Manuel V. Ordóñez, Arturo Ponsati,
Rodolfo Martínez, Leopoldo Pérez Gaudio, Oscar Puiggrós y José Antonio Allende, con las décadas
vicepresidente del Senado de la Nación.
Supo mantener principios al tiempo que revisaba actitudes propias, así
por ejemplo un antiperonismo juvenil. No en vano llegó a integrar el segundo
término de la fórmula presidencial con el médico Raúl Matera en 1963, la que al
ser vetada lo obligó a reducirse a
la testimonial dupla Horacio
Sueldo-Francisco Cerro que obtuvo un
mínimo caudal electoral. Diez
años después conformó con el líder del
Partido Intransigente Oscar Alende la fórmula de la Alianza Popular
Revolucionaria. Resultó ese frente -más programático que de mera coyuntura-
donde convergieron los intransigentes, el Partido Revolucionario Cristiano, el
Partido Comunista y otros grupos de izquierda y centroizquierda como el
liderado por Héctor Sandler, la
tercera opción electoral más votada el
11 de marzo de 1973, merced a lo cual Horacio Sueldo alcanzó sino la Vicepresidencia de la Nación por la
que por tercera vez competía, sí una banca de
diputado nacional.
En los convulsos años que precedieron a la última dictadura, Sueldo
recibió amenazas de la Triple A. La
reacción no le perdonaba su prédica social abrevada en la Doctrina de la
Iglesia en la materia, su credo humanista hijo de las enseñanzas de su bien
leído Jacques Maritain o que, fiel al legado ético del George Bernanos de “Los
grandes cementerios bajo la luna”, defendiera
los derechos humanos y denunciara
sus violaciones sin importar quiénes y en nombre de qué presuntos valores se
llevaran a cabo torturas, asesinatos y desapariciones. Muchos jóvenes de
entonces aplaudimos aquellas palabras
proféticas que a comienzos del gobierno de Héctor J. Cámpora le escuchamos decir en el mismo Congreso
donde días pasados fueron velados sus restos: “Queremos la transformación! Si no se socializan la riqueza, el poder y
la cultura, y si no hay revolución seguirá el camino y la tentación de la
violencia de arriba y de abajo”. Sabemos hoy que no vino –salvo
excepciones- cambio alguno de las estructuras injustas y sí una mayor
concentración de la riqueza, el autoritarismo primero y después una democracia
con cuentas sociales y morales pendientes en vez de la moderna y participativa que soñó y por la que
trabajó también cuando restaurada la
república colaboró con el gobierno de Raúl Alfonsín como asesor en el área de
Desarrollo Humano y Familia.
Otra virtud de este cordobés oriundo de Villa del Rosario, graduado de
abogado en las mismas aulas donde en
1918 se inició la Reforma Universitaria, fue la de no haberse sumado a ningún
coro triunfalista del pragmatismo en boga en los años 90, circunstancia que
suele pagarse con el olvido. Sólo que algunos lo recordamos y lo seguiremos
haciendo con la admiración y el respeto
debidos. Los mismos sentimientos que guardamos
para otros correligionarios suyos de la Democracia Cristiana como Carlos
Auyero, el jurista Guillermo Frugoni
Rey o Augusto Conte Mac Donell, aquel símbolo de la luchas por los derechos
humanos al que sí tuve la oportunidad y la satisfacción de votar en 1983.-
camaroso2002@yahoo.com.ar
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