América Latina cambió desde inicios de
la primera década del nuevo siglo, pero Centroamérica debió esperar todavía un
poco para que esos aires soplaran con fuerza. A partir del 2007, fue evidente
que fuerzas de centroizquierda se habían hecho un lugar en el espectro
político y que avanzaban en toda la región.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El FMLN está cerca de ganar, por segunda vez, las elecciones presidenciales en El Salvador. |
Luego que el sandinismo perdiera las
elecciones en 1990 frente a Violeta Chamorro en Nicaragua, el progresismo
centroamericano vivió una década en la que el panorama que se le presentaba era
desesperanzador. En ese contexto se firmaron los acuerdos de paz en El Salvador
y Guatemala, y las fuerzas políticas de izquierda que surgieron, como partidos
políticos legales, no levantaron cabeza durante esos años. Lo mismo sucedió en
Nicaragua y Costa Rica, y más aún en Honduras, con lo que el panorama político
que tenían por delante parecía desolador.
Hay que acotar que tales circunstancias
y perspectivas no eran exclusivas de Centroamérica, pues ante el derrumbe de la
Unión Soviética, la ofensiva neoliberal y el prepotente sentimiento de victoria
absoluta del capital, toda América Latina se encontraba en circunstancias
parecidas.
Pero en Centroamérica el peso de la
amargura era mayor que en otras partes porque, apenas a inicios de la década de
los 80 con la victoria de la Revolución Sandinista, el ascenso de la lucha
revolucionaria en El Salvador y la guerra en Guatemala, parecían abrirse lo que
Salvador Allende, en aquel fatídico septiembre de 1973, llamó “las anchas
alamedas” por las que transitaría el hombre libre.
Como todos sabemos, ese panorama empezó
a revertirse paulatinamente en América Latina desde inicios de la primera
década del nuevo siglo, pero Centroamérica debió esperar todavía un poco para
que esos aires de cambio soplaran con fuerza. A partir del 2007, fue evidente
que fuerzas de centroizquierda se habían hecho un lugar en el espectro
político y que avanzaban en toda la región. Los síntomas de tales nuevas
circunstancias fueron distintas en función de la realidad de cada uno de los
países: en Costa Rica, se concretó en la oposición al Tratado de Libre Comercio
con Estados Unidos; en Honduras con el viraje hacia posiciones progresistas del
liberal Manuel Zelaya, entonces presidente del país; en el Salvador con la
elección del FMLN; en Guatemala con la presidencia de Álvaro Colom y en
Nicaragua con el retorno del Frente Sandinista al poder.
El golpe de estado en Honduras fue una
advertencia tajante que pretendió atajar esta tendencia. Las principales
consecuencias tuvieron que ver con la agresiva y violenta avanzada de la
derecha en la misma Honduras, pero también con el atemperamiento de las
posibles reformas que podría acometer el FMLN en El Salvador, y el freno del
timorato Colom en Guatemala, que estaba coqueteando con Petrocaribe.
Pero ahora, el progresismo está de
vuelta. En Honduras, el partido LIBRE, fundado por Zelaya, disputó con bastante
éxito las elecciones presidenciales del 2013; en El Salvador el FMLN encabeza
de forma clara las encuestas para las elecciones del próximo 2 de febrero, con
un candidato presidencial salido de sus propias filas, acusado alguna vez de
radical, sobre todo en comparación con el actual presidente Mauricio Funes,
hombre progresista que nunca militó en ninguna de las organizaciones que
conforman el Frente; en Nicaragua, con el gobierno de FSLN, presidido por
Daniel Ortega, cuya administración cuenta con el 65% de aprobación de la
población según las últimas encuestas; y en Costa Rica, con el ascenso en la
intención de voto que tiene la propuesta del Frente Amplio, que hasta ahora no
había logrado sino elegir un diputado a la Asamblea Legislativa.
Otra tendencia que también se hace
patente en la Centroamérica de nuestros días es la creciente polarización que
quieren crear en la vida política las fuerzas que siente amenazados sus
privilegios. Esta polarización que ellos crean, que como hemos visto en otros
países latinoamericanos luego achacan a las fuerzas progresistas que cada vez
tienen mayor presencia en el espectro político, tiene como eje central asustar
con el fantasma del comunismo.
Apuestan para ello a que mucha gente no
se preocupa por leer los programas de gobierno, y a que su retórica histérica
movilice sentimientos de miedo ante lo que se presenta como desconocido. Pero
lo evidente es que esas propuestas no llegan a tener ni siquiera la radicalidad
de la misma socialdemocracia de décadas pasadas. En Costa Rica, por ejemplo,
más radicales fueron las reformas emprendidas por José Figueres Ferrer en los
años 50 y 60 que las que ahora se proponen. Figueres Ferrer es visto hoy, sin
embargo, como un prócer que logró estructurar un país modelo para América
Latina, que enorgulleció a todos los costarricenses.
Estas dos tendencias, pues, la del
ascenso del progresismo y la de la incitación a la polarización política por
parte de la derecha, son hoy patentes en Centroamérica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario