Se nos viene encima la hora de
pasar de la denuncia al análisis, y de la protesta a la propuesta. Hemos
tenido, tenemos, una tradición de debate muy rica en adjetivos. Ha llegado el
tiempo de lo sustantivo, y habrá que estar a ello, o encarar las consecuencias
de no haber sido capaces de hacerlo.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Empieza a ser común en el
debate público en Panamá que se reconozca que el crecimiento económico es una
condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo. Eso es un gran
progreso respecto a las ingenuidades que aún se dejan pasmar por la danza de
los millones. También es un progreso denunciar lo que falta en las medias
verdades de la propaganda oficial, así sea en la misma lógica de esa
propaganda. Se empieza a entender que los problemas sociales no se resuelven
mediante dádivas de filantropía interesada, meros subsidios pagados con los
impuestos de todos, o inversiones millonarias en infraestructura que a menudo
luce más de lo que resuelve, y nos deja en legado deudas que serán pagadas –también– con los impuestos de todos.
Todo esto, que para algunos
podría parecer poco, va definiendo sin embargo una nueva línea base a partir de
la cual avanzar en la construcción de propuestas más complejas. Entre nosotros,
el neoliberalismo encontró un terreno fértil en el grave atraso general del
desarrollo del capitalismo en el conjunto de la sociedad panameña. Ese retraso
- característico de las viejas economías de enclave – encontraba expresión en
la hegemonía conservadora propia de pequeños y medianos campesinos, de un
individualismo cerruno, tanto en las áreas rurales como en las comunidades
urbanas de inmigrantes provenientes de esas áreas.
Aquella sociedad controlada
por terratenientes, comerciantes y especuladores, que pudo finalmente derrotar
al torrijismo, es la que se desintegra ante nuestros ojos. Ya en la década de
1980, cuando se empezaba a hablar de libre comercio y demás, resultaba evidente
que los fabricantes de galletas en Panamá no le temían tanto a la Nabisco
norteamericana como a sus pares colombianos, que podían devorarlos. Intuición
cumplida. Nuestra vieja sociedad oligárquica y conservadora no fue derrotada
por un alzamiento popular, ni salvada por una invasión extranjera, sino
devorada por capitales extranjeros más maduros y competitivos.
Nadie ha escrito aún la
historia del desarrollo del capitalismo en Panamá. En realidad, no ha sido escrita
la historia de la formación económico-social que somos, y nadie parece estar
trabajando en ello precisamente ahora, cuando se cumplen 50 años de la
publicación de aquella obra pionera y solitaria que fue La Concentración del
Poder Económico en Panamá, de Marco Gandásegui, y cuando ese proceso de
desarrollo se acerca con toda evidencia a un momento de crisis.
Cuando esa historia sea
escrita, habrá que señalar que la inserción del Canal en la economía interna
inauguró una etapa enteramente nueva en ese proceso. Por un lado, en efecto,
forzó la incorporación acelerada del país en el mercado global. Por el otro,
enseguida, puso en movimiento las fuerzas que hoy vienen triturando la vieja
economía en todos los rincones del Istmo, en un impulso sostenido que, si en lo
más visible se inició con la venta de la Cervecería Nacional a capitalistas
colombianos a comienzos del siglo XXI, nos conduce hoy a la firma de un Tratado
de Libre Comercio con México que podía parecer inaceptable a fines del siglo
XX, como último requisito pendiente para el ingreso de Panamá a la Alianza del
Pacífico.
Ya no es el caso juzgar los
méritos administrativos de nuestros últimos gobiernos. Uno hizo lo que pudo, y
el otro descubrió que en realidad podía hacer lo que quería. Si es el caso, en
cambio, reiterar que los próximos años serán, ahora sí, de transición a una
etapa enteramente nueva. En ella, veremos hasta dónde puede o no puede un
gobierno cada vez más fuerte, con un Estado cada vez más débil, mantener el
crecimiento de la burbuja de prosperidad sostenida de 2009 acá por el gasto
público masivo financiado con el masivo endeudamiento de nuestra sociedad.
No es el caso ser agoreros. Si lo es, en cambio, advertir que en un futuro cada vez más inmediato se definirán el carácter y el impacto que esa etapa nueva etapa habrá de tener en la concreción de nuestras opciones de futuro. Se nos viene encima la hora de pasar de la denuncia al análisis, y de la protesta a la propuesta. Hemos tenido, tenemos, una tradición de debate muy rica en adjetivos. Ha llegado el tiempo de lo sustantivo, y habrá que estar a ello, o encarar las consecuencias de no haber sido capaces de hacerlo.
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