El año 2014 se inaugura
con la espera de un nuevo fallo de la Corte Internacional de Justicia de La
Haya que dirimirá un diferendo fronterizo sobre territorio marítimo entre Perú
y Chile. La Corte ha fijado para el
próximo lunes 27 de enero la fecha en que dictará su decisión acerca del
litigio en el que ambos países han presentado sus alegatos.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
La mayoría de los
conflictos limítrofes en América Latina han tenido su origen en un mapa del
continente delineado por un sistema que creó instancias políticas a las que se
les adjudicó mayor o menor relevancia en la estructura colonial acorde su
riqueza y al peso de sus aportes a la metrópoli. Los monarcas europeos se
atribuyeron la potestad de establecer límites en territorio s desconocidos, con
linderos disimiles en los que instauraron órganos de gobierno sin considerar
otros factores que no fueran su viabilidad para el control político en función
de aportar riquezas a las realezas. Manifiestas diferencias de puntos de vista
en el manejo de sus intereses comerciales llevaron a que las colonias
portuguesas se independizaran como un solo y gran Estado nacional que dio
origen a Brasil, mientras que las españolas se fracturaron llevando al
nacimiento de un variado abanico de nuevas naciones, de heterogéneas
dimensiones geográficas, población y potencial económico.
Las oligarquías
triunfantes al finalizar la guerra de independencia pudieron usufructuar de las
nuevas condiciones políticas al apoderarse de los Estados nacionales para
ponerlos al servicio de sus intereses particulares en detrimento de los pueblos
y del ideal integracionista que persiguieron los padres fundadores de nuestras
naciones. Aquel ideal que llevó a ciudadanos de Venezuela, Nueva Granada,
Quito, Perú y Charcas, del Río de la Plata y Chile a luchar indistintamente por
la independencia sin importar a que bandera servían y cuál territorio estaban liberando fue abandonado en la medida
del tiempo y el avance del siglo XIX hacia el futuro.
Comenzaron a primar
intereses comerciales de grupos criollos que se aliaron con el gran capital,
sobre todo con el británico, para iniciar la explotación y expoliación de los
recursos naturales que en gran dimensión se descubrían en las entrañas de la
tierra, los campos y los mares de nuestra región.
Ese fue el marco para
nuevos conflictos, que ahora (pleno siglo XIX) tenían un carácter
intraoligárquico. Vale decir que el
apoderamiento y uso que las élites hicieron del Estado, transformaron vía
educación y cultura el interés particular de estas clases, en interés nacional
creando un falso concepto de Patria que llevó incluso a los sectores más
humildes de la población a olvidar que el origen de su situación de exclusión
no estaba fuera de las fronteras nacionales sino en el propio país. Así, eran
llamadas a filas, jóvenes humildes que en guerras fratricidas morían en defensa
de intereses exclusivos y de potencias extranjeras, bajo el disfraz de defensa
de la Patria. Finalmente, olvidaban o no sabían que el Libertador Simón Bolívar
nos había legado la idea suprema de que “para nosotros, la Patria es la
América”.
Este es el origen de
algunos conflictos limítrofes que aún perduran en el tiempo, entre ellos el que
motiva estas líneas y que ha conducido una vez más a que las élites chilenas y
peruanas convoquen a un supuesto interés nacional para lograr una presumida
unidad que en realidad beneficia intereses particulares de ambos países.
En este caso, ya en
1835 Perú sufría contratiempos internos entre diversas facciones de la minoría
selecta que había surgido victoriosa de la Independencia. El presidente
boliviano Andrés Santa Cruz participó directamente a favor de uno de los grupos
en disputa con resultado adecuado a sus intereses. Esta situación devino en la
creación de la Confederación peruano-boliviana que despertó de inmediato la
suspicacia del gobierno chileno toda vez que dicha alianza tendía a cuestionar
la hegemonía de Chile en el Pacífico sur, territorio de grandes riquezas y muy
activo en el comercio marítimo, considerando que distaban muchos años para la
apertura del canal de Panamá.
En 1837 se produjo
–después de incursiones en ambos lados de la frontera- una intervención militar
chilena en Perú que fue derrotada por el ejército confederado al mando de Santa
Cruz. Sin embargo, en un segundo momento de esta fase del conflicto las fuerzas
bolivianas fueron vencidas por el ejército chileno en 1839 y la Confederación
peruano-boliviana fue disuelta. Chile emergió victorioso de esta guerra. Sin
embargo, el virus de la desconfianza y el resentimiento había permeado muy
fuertemente y para siempre las
profundidades del sentimiento “patriótico” de cada país.
En 1879, los intereses
capitalistas europeos fueron causa de primer orden de una nueva guerra entre
los mismos actores. En Chile fundamentalmente, pero también en Bolivia y Perú
se habían descubierto importantes yacimientos de salitre. Este mineral era
esencial para la elaboración de pólvora, lo que le llevó a transformarse en
material estratégico desde el punto de vista de los intereses bélicos de las
potencias. Empresas británicas azuzaron
en secreto las rivalidades latentes y los intereses comerciales particulares de
las burguesías mineras, todo lo cual complotó para generar un conflicto entre
los tres países. Aunque en 1874 parecía que se habían creado condiciones para
un acuerdo favorable a todas las partes, prevaleció –una vez más- el interés de
grupos que privilegiaron el conflicto a favor de la búsqueda de maximizar sus
ganancias en la zona, lo cual llevó nuevamente a la confrontación bélica que,
-con más fuerza aún- fue introducida en el imaginario popular como de objetivos
nacionales, identitarios y libertarios. Lo cierto es que el usufructo de la
minería condujo en los tres países a situaciones de explotación extrema de los
trabajadores y a la sustracción indiscriminada de la riqueza nacional a favor
de una minoría.
Por segunda vez, Chile
triunfó en este conflicto. Como resultado del
mismo y negociaciones posteriores que se extendieron hasta 1929, Bolivia
perdió la provincia de Antofagasta y con ello su costa en el Pacífico y Perú la
provincia de Tarapacá hasta Arica. Chile se consolidó como la primera potencia
del Pacífico a costa de la expoliación de territorio boliviano y peruano. Sin
embargo, los grandes ganadores fueron los intereses capitalistas británicos que
se apoderaron de toda la riqueza mineral del territorio obtenido por Chile.
Hoy asistimos a
consecuencias aún no resueltas de ese conflicto: una delimitación marítima de
los nuevos linderos nacionales. Los puntos de vista a favor que cada país
esgrime son sustentados en argumentos que seguramente tienen justa validez. La
verdad histórica no necesariamente tiene relación con la verdad jurídica. Es la
difícil tarea que tendrán que dirimir los magistrados de la Corte, pero ellos
no son historiadores, son jueces. Los que acuden a ese tribunal saben que el
dictamen puede ser a favor o en contra, pero también saben que en el sistema
internacional, más allá de toda sentencia que tenga validez jurídica en el
marco del derecho internacional, es el poderío de una nación respecto de otra
la que conduce al acatamiento o no del fallo. Así fue cuando la Corte
Internacional de Justicia dictaminó a favor de Nicaragua contra Estados Unidos
de 1986 y el más reciente, también a favor de Nicaragua en contra de Colombia
el año pasado. Ni uno ni otro han acatado la sentencia. Todo el mundo sabe que en la Haya no
necesariamente gana el que tiene la razón, sino el que contrata mejores
abogados capaces de exponer los argumentos con mayor solidez y, –vale decirlo-
en algunos casos se impone el fervor y el sentido patrio con que algunos
juristas defienden los intereses de su país.
En este caso, se sigue
acudiendo a la exacerbación de absurdos odios alimentados interesadamente.
Cuando la selección nacional de futbol de Chile fue a jugar a Lima en la
eliminatoria mundialista reciente, arrebatados hinchas peruanos estuvieron toda
la noche en las afueras del hotel donde se hospedaban los chilenos tocando
tambores y emitiendo insoportables sonidos encaminados a alterar el descanso
necesario de los futbolistas. Los periódicos limeños lo llamaron la “importante
contribución del jugador número 12”. Otros siete equipos sudamericanos fueron a
jugar a Lima. En ninguno de esos casos, el jugador número 12 se hizo presente.
Mientras los fanáticos peruanos se despojaban de su propio sueño, los
representantes de le élite chilena que asistieron al encuentro deportivo,
tomaban whisky en un encumbrado salón limeño con sus pares peruanos. Al día
siguiente compartieron el palco del estadio. Seguramente, cada cierto tiempo,
llamaban telefónicamente desde Lima a su casa en Santiago por la preocupación
de haber dejado a sus hijos con una siempre peligrosa “nana peruana”.
Ahora, por una parte,
el presidente Humala convocaba a quienes según la prensa de Lima son sus
“adversarios políticos más férreos” ( los ex mandatarios Alan García y
Alejandro Toledo) en pro de una socorrida unidad nacional que no les impide
llegar a acuerdos en el Parlamento para favorecer una presencia extranjera que
vulnerando las leyes nacionales, avasalla a los trabajadores peruanos y
destruye el medio ambiente con su acción indiscriminada contra la naturaleza y
los ciudadanos de las comunidades cercanas a los sectores donde se han
instalado.
De otra, su par chileno, Sebastián Piñera, citaba al Consejo de Seguridad Nacional, instrumento de la institucionalidad legada del pinochetismo en el cual por mandato constitucional el poder civil se subordina al militar. Haciendo uso del mismo discurso de sus antepasados en el siglo XIX, Piñera, apeló a la unidad nacional para salvaguardar “un mar que es chileno”. Detrás de tal invocación están los intereses (esos si de unidad) entre el gobierno y la oposición bacheletista que no dudaron en ponerse de acuerdo para aprobar una nueva Ley de Pesca a favor de los grandes grupos económicos que lucran con la explotación del mar en detrimento de los pequeños y medianos pescadores que con su labor cotidiana viven y alimentan a sus familias. En este caso, el saliente presidente chileno desearía asegurarle a los usurpadores del mar, los 37.900 km cuadrados ricos en recursos pesqueros que la Corte Internacional de Justicia le otorgará o no el próximo 27 de enero.
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