Los de arriba, ensimismados en su afán por exprimirle la última gota
al néctar del enriquecimiento, ven descuidadamente ese río que se viene
represando en lo alto de la montaña del disgusto y la disconformidad.
Rafael
Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
En Brasil se levantan voces contra la criminalización de los "rolezhinos". |
No solo en Brasil y Costa Rica los
jóvenes están disconformes. También han sido los protagonistas principales en
las protestas de Los Indignados en España, de Occupy Wall Street en los Estados
Unidos y de la Primavera Árabe. Es decir, de algunos de los principales
movimientos sociales de los últimos dos años.
Su disconformidad se expresa de
distintas formas, desde la ocupación pacífica de espacios públicos hasta
responder violentamente a la represión gubernamental. Pero lo patente es el
malestar con la exclusión, con la marginación, el quedar fuera del mainstream al que los orillan sociedades
cada vez más desiguales, en donde la concentración de la riqueza es cada vez
mayor.
En Brasil, país que, a pesar de los
avances espectaculares que han incorporado a más de 9 millones de personas a la
clase media, sigue siendo de los más desiguales del mundo, el año pasado se
sucedieron enormes manifestaciones convocadas por el Passe Livre que, aunque
tenía varios años de existir, convocó a miles de personas enojadas por la no
solución de problemas cotidianos, como el del transporte en las grandes
ciudades por ejemplo, mientras el país gasta miles de millones de dólares
preparándose para el Mundial de Fútbol 2014.
Y ahora surge con fuerza los rolezinhos,
en los que grupos de jóvenes de 15
a 20 años se autoconvocan en los malls, sobre todo en São Paulo,
para divertirse y cantar bailando. Son jóvenes que provienen de las periferias
paulistas, pobres y, por lo tanto, negros. Realmente, los rolezinhos
datan de hace varios años, y desde 2007 jóvenes de clase media, algunos grupos
de estudiantes universitarios, se reunían y no eran molestados por nadie. Pero
las cosas cambiaron cuando fueron grupos de la periferia los protagonistas.
Entonces los visitantes a los centros comerciales se asustaron y protestaron,
las tiendas cerraron y apareció la policía.
Estos jóvenes
ocupan espacios que generalmente les son vetados: las grandes catedrales del
consumo en donde, según el credo capitalista, se realiza la felicidad suprema
del consumidor, ya sea comprando o ilusionándose con hacerlo viendo las
ventanas en las que se atisba la gloria de las marcas famosas. Ellos, que no
pueden acceder a ese paraíso, que por sus mismas características físicas son
marcados como ángeles caídos en desgracia, son subversivos con solo llegar y
presentarse en el lugar al que no pertenecen. Lo que quieren es estar ahí, ser
parte de lo establecido. No quieren la revolución social para que cambien las
estructuras, sino dejar de ser parias. Los Indignados también querían eso,
estaban asustados porque el sistema entró en uno de sus ciclos de crisis y
depresión, y ellos serían los primeros en quedar fuera. El espejismo de la
bonanza se les escapaba.
En otras palabras:
que se distribuya mejor la riqueza, que todos alcancen su trozo de felicidad
que se expresa en el teléfono móvil de última generación en el bolsillo, las
zapatillas deportivas Adidas, la camisa Benetton, el vestido de Zara.
Esa
disconformidad de los jóvenes también se expresa en Costa Rica en el último
tramo para las elecciones presidenciales y de diputados que se realizarán el
próximo 2 de febrero. Los jóvenes son el principal contingente que apoya la
opción del Frente Amplio, un partido progresista que presenta a un joven de 36
años como candidato a la presidencia, y que incorpora a su programa de gobierno
aspectos de la agenda que es tan preciada a muchos jóvenes: el tema ambiental,
el de las uniones entre parejas del mismo sexo, el del aborto, el del agua.
Pero también el tema del desempleo, que atañe principalmente a miles de jóvenes
que salen de las decenas de universidades públicas y privadas del país, y que
de buenas a primeras se encuentran con que no tienen en dónde trabajar.
Su
inconformidad por la marginación a la que son sometidos se canaliza, entonces,
en el apoyo al Frente Amplio. Ellos no quieren, tampoco, como los brasileños,
la revolución social; quieren mejorar su estándar de vida, no ser marginales en
un sistema que les ha prometido el oro y el moro todos los días y a toda hora,
y que no tiene empacho en empujarlos y patearlos si no logran ser “exitosos”.
Independientemente
de los resultados de las elecciones venideras, los jóvenes de Costa Rica han
dado ya un aldabonazo, como lo están dando los brasileños y lo han dado los
españoles, y los árabes, y los norteamericanos. Los de arriba, ensimismados en
su afán por exprimirle la última gota al néctar del enriquecimiento, ven
descuidadamente ese río que se viene represando en lo alto de la montaña del
disgusto y la disconformidad.
Como muchas
veces les ha pasado, posiblemente se den cuenta muy tarde, cuando el tumulto
del río que baje desbocado los arrase y, entonces sí, tengan que pagar muy cara
su ceguera.
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