En México, el TLCAN
muestra que solamente es un éxito para el puñado de empresarios beneficiados por la
globalización. La pobreza afecta al 52% de la población mientras el 22% es miserable. A 28 millones de
mexicanos no les alcanza su ingreso ni siquiera para alimentarse.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
En el imaginario
mexicano de los últimos veinte años, han estado asociados el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN) y
la rebelión zapatista. EL TLCAN como símbolo del proyecto de desmantelamiento
de la nación mexicana y el segundo como símbolo de una resistencia a la
globalización neoliberal. Como es harto sabido, esta vinculación se dio porque
el inicio abierto de la rebelión zapatista aconteció el 1 de enero de
1994, el mismo día en que el TLCAN iniciaba su funcionamiento. Recuerdo bien ambos acontecimientos. Carlos Salinas de
Gortari había remontado en gran medida su ilegitimidad ocasionada por el fraude
electoral de 1988 y seducía a una parte importante del país con las promesas neoliberales y el espejismo
de la entrada de México al primer mundo. El neoliberalismo se encontraba en su
momento climático y fuera de la resistencia del Partido de la Revolución
Democrática (PRD), la autoridad moral de
Cuauhtémoc Cárdenas y los movimientos sociales, nada parecía oponerle una
barrera significativa. La implantación neoliberal en México ya estaba costando al PRD el asesinato de
aproximadamente 400 de sus militantes.
Este fue el contexto en
el que el primer día de 1994, surgió de las cañadas y la selva de Chiapas una multitud
de indígenas con pasamontañas que tomaron diversos poblados y ciudades entre
ellas San Cristóbal de las Casas. Dijeron ser parte del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional e iniciaron una lucha armada que duró doce días y tuvo
efectos políticos universales. En México, el zapatismo arrastró a cientos de
miles de personas que manifestándose fueron poderosa barrera de contención para
que el gobierno salinista no procediera
a arrasarlo con su innegable superioridad militar. En el mundo, el
zapatismo mostró que el fin de la historia que pregonaba el neoliberalismo era
una patraña. El levantamiento zapatista daba continuidad a la rebelión antineoliberal en Caracas de febrero de 1989,
pero tuvo una proyección universal que habría de despertar a los movimientos
altermundistas en diversas partes del mundo. La rebelión de Seattle en febrero
de 1999 fue la continuidad de los efectos del zapatismo en el mundo y un
síntoma de que no solamente en el sur del planeta la resistencia antineoliberal
se estaba manifestando. Según un informe hecho por la Fundación Friedrich
Eberth, hoy la resistencia
antineoliberal se ha generalizado: entre 2006 y 2013 hubo 843 protestas masivas
en 84 países que representan el 92% de la población mundial; las protestas se
han incrementado de 59 en 2006 a 160 en 2012; y 304 de las 843 (36%) se han
observado en Estados Unidos y Europa.
En México, el TLCAN
muestra que solamente es un éxito para el puñado de empresarios beneficiados por la
globalización. La pobreza afecta al 52% de la población mientras el 22% es miserable. A 28 millones de
mexicanos no les alcanza su ingreso ni siquiera para alimentarse. En 1993 la
balanza comercial de México tenía un
superávit de 500 millones de dólares hoy tiene un déficit de 2 mil. Se
perdieron dos millones de empleos en el campo y cinco millones de campesinos lo
abandonaron. Y en este contexto el narcotráfico ha ocupado ese vacío como lo
demuestra el dato de que en 2004 aproximadamente 100 mil hectáreas del país
estaban dedicadas al cultivo de estupefacientes. México ha perdido su soberanía
y seguridad alimentaria: la dependencia alimentaria es de 46%. La elite
dominante ha abandonado la idea de nación. Mientras tanto el zapatismo pese a
sus errores, perdura en los 27 municipios de Chiapas y las cinco Juntas de Buen
Gobierno en donde se ensaya otra idea de la política y de la economía.
He aquí pues un sucinto
balance de veinte años.
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