Completando el panorama
esperanzador del Ecuador, se halla una nueva realidad económica, signada por el
crecimiento de la agricultura, la reactivación industrial, el mejoramiento de
salarios y, en general, el desarrollo del mercado interno.
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo
Hasta hace unos años,
nuestro Ecuador era el país de la desesperanza, de los sueños frustrados, de
las revoluciones interrumpidas. Era el país del que muchos querían irse y del
que otros renegaban en voz alta. Pero en pocos años nuestro país cambió tanto
que hoy se ha convertido en el país de la esperanza, donde las mayorías sienten
realizadas muchas de sus aspiraciones colectivas y miran con confianza su
futuro.
¿Cuáles son las razones
de ese cambio profundo en la conciencia colectiva? Hallo que la primera es la
formidable obra física realizada por la Revolución Ciudadana, que ha superado
toda la acumulada en el siglo anterior, tras la construcción del ferrocarril
Guayaquil-Quito. Carreteras, puentes, puertos y aeropuertos, hospitales,
centros de salud y otras variadas obras públicas han cambiado el rostro del
país, han generado fuentes de empleo y han roto esa sensación de inmovilismo y
fracaso que nos dejó la mayoría de gobiernos anteriores.
Paralelamente, está la
preocupación por los pobres, los marginados, los discapacitados y otros
olvidados de la política, que ahora se sienten parte activa de este país que
antes los tenía en abandono. Esa nueva conciencia popular acerca de sus
derechos ha sido, a su vez, el punto de partida para la creciente participación
de las masas populares en la vida política y la construcción de un nuevo país.
Completando ese
panorama esperanzador se halla una nueva realidad económica, signada por el crecimiento
de la agricultura, la reactivación industrial, el mejoramiento de salarios y,
en general, el desarrollo del mercado interno.
No son menos
importantes los cambios en la educación pública, vista como el punto de partida
de una verdadera igualdad de oportunidades. Son notorios los logros y avances
en la educación básica y se muestran auspiciosas las reformas aplicadas a la
educación superior, en busca de contar con universidades de excelencia, capaces
de generar investigación científica y promover una sociedad del conocimiento.
Claro está, hay
problemas sociales todavía no resueltos, entre ellos la ejecución de una
reforma agraria, que permita el acceso de los campesinos pobres a la tierra de
cultivo, hasta hoy monopolizada por una vieja y parásita oligarquía, que
sobrevive solo por la sobreexplotación a los trabajadores agrícolas. Por
suerte, la entrega de la hacienda La Clementina a sus trabajadores, mediante
una compraventa en remate público, parece anunciar la llegada de nuevos tiempos
para el agro ecuatoriano.
Y en esas estamos al
iniciarse este nuevo año, en el que concluirán algunas importantes obras
nacionales, especialmente útiles al cambio de matriz energética.
Como puede verse, hay
motivos para que siga floreciendo la esperanza de las mayorías.
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