A la elite gobernante
le escuece la cultura, le molesta el protagonismo de la educación pública, de
los investigadores, que la gente piense y se manifieste porque de ese modo no
responde dócilmente a su prédica egoísta y cerrada, a pesar que invoca
apertura.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
No hay peor manotazo
que el de un desesperado a punto de ahogarse. Manotazo torpe del Ministro de
Cultura, Pablo Avelluto, quien fue respaldado por el presidente Macri al
descabezar al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales),
eliminando a Alejandro Cacetta, quien había sido reconocido unánimemente por su
excelente gestión por la comunidad artística en general. Al grito de “el cine
no se toca” una masiva manifestación de actores, directores, docentes, alumnos,
cortó la calle Rivadavia a escasos metros del Congreso de la Nación, estos
días, luego del abrazo simbólico al edificio del INCAA, dado que la acción
gubernamental atenta desfinanciar al organismo que tantos beneficios le ha dado
al cine argentino en los últimos tiempos.
Hasta el famoso actor
de El señor de los anillos, Viggo Mortensen, de nacionalidad
argentino-estadounidense, salió a criticar públicamente, instando a los
“fanfarrones neoliberales que se dejen de joder”.
No es para menos, el
Fondo de Fomento Cinematográfico podría sufrir un recorte de hasta el 60% de
llegar a modificar la ley de cine, retrocediendo décadas y concentrando el
poder en las corporaciones, en coherencia con sus políticas de reorientar su
manejo en unas pocas manos. Pocas manos y poca memoria, según les convenga.
Si recorrieran
superficialmente las últimas décadas, sobre todo, desde el golpe de la
Libertadora, en 1955, donde el gorilismo extremo quiso borrar de la faz de la
tierra al peronismo, cuya acción social transformadora debieron incorporarla
forzada y apretadamente en el artículo 14 bis, a la vieja Constitución liberal
de 1853-60, podrían percatarse que a la represión desencadenada le siguió una
explosión cultural del folclore nacional, sobre todo, de las provincias
norteñas que inundó la Capital con conjuntos nativos, vestidos con sus ponchos
rojos y sus trajes de gaucho e hizo florecer la industria musical, porque cada
joven quería tener y tocar una guitarra. Fruto de esos años es el Nuevo
Cancionero, surgido en Mendoza y que reunió al poeta Armando Tejada Gómez, a
los cantores Oscar Mathus y la joven tucumana, Mercedes Sosa, luego reconocida
mundialmente.
Fue una época gloriosa
para la poesía y la música nacional, porque también mostró el auge del tango
con cultores del bandoneón como Aníbal Troilo, “Pichuco” y Astor Piazzola, que
llevaron sus creaciones al mundo entero. Esos mismos años coinciden con el
famoso boom latinoamericano de la literatura, con exponentes argentinos como el
ya consagrado Jorge Luis Borges, a quien se le contraponía Ernesto Sábato y
Julio Cortázar que, emigrado a Francia, publicaba por aquellos años su famosa
Rayuela.
En esas dos décadas
represivas de dictaduras mesiánicas, fundantes y raquíticas democracias, por la
proscripción del peronismo y con él, un movimiento obrero asfixiado y huérfano
de su líder en el exilio español, toda la efervescencia sesentista de ideas
revolucionarias por el triunfo de Fidel Castro en Cuba, la juventud se rebeló y
sumó al movimiento hippie, emulando a los melenudos Beatles británicos, realizando
los famosos y transgresores happenings como protesta al orden de los
cementerios que querían imponer los militares.
En esa atmósfera
caliente del “mayo francés”, las matanzas de estudiantes en Tlatelolco y
Tianamen, nació también el rock nacional, contestario y protestón, muchos de
sus cultores fueron luego reprimidos y obligados al exilio, víctimas de las
nefastas listas negras tanto de la Triple A, como de los escuadrones oscuros de
la dictadura que siguió.
Vuelta la democracia,
todas las energías reprimidas generaron el regreso a la patria de sus hijos
dilectos.
Los grandes recitales
en los estadios repletos fueron un signo de los ochenta. Jairo, la Negra
Mercedes Sosa, Charly García, León Gieco y muchos más, eran aclamados por las
multitudes que reconocían en ellos a sus negados juglares.
Luego de la crisis del
2001, el cine testimonial significó un apoyo importante en la descripción del
estado de deterioro de la sociedad, Fernando Pino Solanas, cineasta y actual
senador por Proyecto Sur que, en estos días se propone interpelar al ministro
Avelluto por lo realizado, elaboró films memorables como: Memoria del Saqueo
(2004), La dignidad de los nadies (2005), Argentina Latente (2007), Próxima
Estación (2008 y dedicada a la destrucción de los ferrocarriles en Argentina) y
Tierra Sublevada (2009). Además, nadie puede dejar de reconocer películas
argentinas notables que obtuvieron el Oscar a mejor película extranjera en
2010, como El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella o, nominada también
en el mismo año, Carancho de Pablo Trapero, que siguieron a una tradición de
buen cine, como Nueve reinas, El hijo de la novia, Kamchatka, Diarios de
motocicleta, Elsa & Fred, Relatos salvajes y últimamente, El ciudadano
ilustre, por nombrar algunas de las películas más reconocidas realizadas tanto
en el país como en colaboración con otros países, en donde se distingue el gran
esfuerzo y desarrollo alcanzado estos años y del que nos sentimos orgullosos
todos en general. Algo que nadie debería poner en duda, porque, sobre todo,
pone de manifiesto la consolidación cultural en el ámbito del arte alcanzado
hasta el momento.
Lejos de entrar a
discurrir sobre qué entiende por cultura el ministro Avelluto, hombre que se
reconoce de origen humilde y se distancia del generalizado discurso que
representa a un gobierno para los ricos, justifica su drástica y criticada
medida en el hecho de haber encontrado bolsones de corrupción en el Instituto,
no desarticulados por el funcionario desplazado, retornando al argumento de “si
representamos el cambio, realmente debemos cambiar las cosas”, desestimando o
haciendo caso omiso que, las segundas líneas de gestión continuaran en manos de
gente de la oposición. Discurso al que apela el presidente Macri al sostenerlo
en reunión de gabinete, volviendo sobre la gestión anterior y sus resabios,
pero que, desde su lógica de hombre de empresa, rescata el pragmatismo de su
secretario al mostrarse impertérrito frente a los reclamos sectoriales.
Esto de cortar por lo
sano, privilegio de clase, es un atributo particular y distintivo del gobierno,
que arrasa con cualquier consenso construido desde la base democrática y se
opone a cualquier discusión política, aunque invoque permanentemente la
apertura al diálogo.
A la elite gobernante
le escuece la cultura, le molesta el protagonismo de la educación pública, de
los investigadores, que la gente piense y se manifieste porque de ese modo no
responde dócilmente a su prédica egoísta y cerrada, a pesar que invoca
apertura.
Sin quererlo apuran un
final de película, como en los episodios descarnados narrados en Relatos
salvajes.
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