La crisis de las
democracias se ha vuelto uno de los temas que se extienden de los EEUU a la
América Latina, pasando por Europa y por Asia. Ya no se trata de reivindicar un
sistema que se ha agotado, sino de construir formas alternativas de Estado, de
sistemas políticos y de representación política de todas las fuerzas
sociales.
Emir Sader / ALAI
Un elemento que se ha
globalizado rápidamente ha sido el de la crisis de la democracia. En Europa,
que se enorgullecía de sus sistemas políticos, las políticas de austeridad han
promovido la generalizada deslegitimación de esos sistemas, centrados en dos
grandes partidos. Cuando ambos asumieron esas políticas económicas
anti-sociales, han entrado en crisis acelerada, perdiendo votos, intensificando
el desinterés político por las elecciones, dado que esos dos partidos promueven
políticas similares. Han empezado a surgir alternativas –en la extrema derecha
y en la misma izquierda- que ponen en shock a esos sistemas: por la derecha de
forma autoritaria, por la izquierda buscando el ensanchamiento y la renovación
de las democracias.
Hasta que la crisis de
las democracias dio un salto con el Brexit y con la elección de Donald Trump en
los EEUU. En Gran Bretaña, los dos partidos tradicionales fueron derrotados en
una decisión crucial para el futuro del país y de la misma Europa, con la
decisión mayoritaria de salida de la Unión Europea. Lo cual refleja cómo esos
dos partidos no han sabido entender el malestar de gran parte de la población
–incluso de amplios sectores de la misma clase trabajadora- respecto a los
efectos negativos de la globalización neoliberal. Los trabajadores, electores
tradicionales del Partido Laborista, concentraron su voto por el Brexit, en
contra de la decisión de ese partido y terminaron decidiendo la votación.
En EEUU la victoria de
un candidato outsider, que, para ganar, no solo enfrentó al Partido Demócrata
sino también a los grandes medios, a la dirección de su propio partido, a los
formadores de opinión. El triunfo de Trump representó una derrota para los dos
partidos como expresiones de la voluntad organizada de los norteamericanos.
Por todas partes la
democracia tradicional hace agua. Los partidos tradicionales pierden
aceleradamente apoyos, las personas se interesan cada vez menos por la
política, votan cada vez menos, los sistemas políticos entran en crisis, ya no
representan a la sociedad. Es la democracia liberal, que siempre se autodefinió
como “la democracia”, la que entra en crisis, bajo el impacto de la pérdida de
legitimidad de gobiernos que han asumido los proyectos antisociales del
neoliberalismo y de la misma política, corrompida por el poder del dinero, que
en el neoliberalismo invade a toda la sociedad, incluso a la misma política.
En América Latina, dos
países que habían fortalecido sus sistemas políticos, mediante gobiernos y
liderazgos con legitimidad popular, como Argentina y Brasil, han retrocedido
hacia gobiernos que pierden –o nunca han tenido– apoyo popular. El mismo
sistema político sufre con gobiernos que han hecho promesas o han sido elegidos
con programas distintos a los que ponen en práctica. El programa neoliberal de
ajustes fiscales profundiza la crisis de legitimidad de los gobiernos y de los
mismos sistemas políticos.
La concepción que
preside al neoliberalismo, que busca transformar todo en mercancía, llegó de
lleno a la política, con sus financiamientos privados, con campañas adecuadas a
servicios de marketing, con millonarias actividades que hacen de las campañas
un despliegue de piezas publicitarias casi al estilo de cualquier otra
mercancía. Por otra parte, gobiernos copados de ejecutivos privados los hacen
cada vez más parecidos a empresas, por el personal y por la concepción que
preside a gobiernos con mentalidad de mercado.
La era neoliberal es
así la era del agotamiento del sistema de las democracias liberales. Los
agentes que le daban legitimidad – parlamentos con representación popular,
partidos con definiciones ideológicas, sindicatos y centrales sindicales fuertes,
dirigentes políticos representantes de distintos proyectos políticos, medios de
comunicación como espacio relativamente diversificado de debates – se han
vaciado, dejando al sistema político y a los gobiernos suspendidos en el aire.
El desprestigio de la política es la consecuencia inmediata del Estado mínimo y
de la centralidad del mercado.
La crisis de las
democracias se ha vuelto uno de los temas que se extienden de los EEUU a la
América Latina, pasando por Europa y por Asia. Ya no se trata de reivindicar un
sistema que se ha agotado, sino de construir formas alternativas de Estado, de
sistemas políticos y de representación política de todas las fuerzas
sociales.
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