El
año próximo Raúl Castro dejará el gobierno, aunque seguirá dirigiendo el
partido y el ejército. Con la agresión de Donald Trump (que quiere anular
incluso las pequeñas concesiones de Barack Obama) se agravarán el bloqueo y las
amenazas bélicas.
Guillermo Almeyra / LA JORNADA
La
lucha de los revolucionarios cubanos que culminó en 1959 formó parte de la ola
revolucionaria anticolonialista y antimperialista mundial que tuvo sus puntos
más altos en la victoria de la revolución china en 1950, la derrota de Estados
Unidos en la guerra de Corea de 1952, la aplastante derrota de los
colonialistas franceses en 1954 en Dien Bien Phu y el comienzo de la revolución
independentista argelina en ese mismo año. En América Latina la revolución
guatemalteca de 1944-54 y el gobierno antimperialista de Perón en Argentina que
duró hasta 1955 demostraron la debilidad de Estados Unidos, y en la aún primera
potencia militar mundial –la Unión Soviética– con la muerte de Stalin en 1952
comenzaba el deshielo.
Cuba
contaba entonces con algo menos de 6 millones de habitantes (hoy tiene el
doble, a pesar de la emigración). Las tradiciones revolucionarias eran muy
fuertes. Guiteras, muy popular, había sido antimperialista y antistalinista y
el trotskismo tenía fuerte presencia en los sindicatos. El clima mundial y el
carácter rural de la mayoría de la población isleña permitían por su parte el
autoabastecimiento en alimentos.
La
revolución cubana fue una revolución democrática y antimperialista socialmente
radical, pero no socialista dirigida por el M26 y otros grupos revolucionarios
menores y con diferentes líneas. Su primer gobierno tenía mayoría de dirigentes
burgueses moderados, la mayoría de los cuales huyeron después a Miami. La
revolución contó con la hostilidad del Partido Socialista Popular (stalinista,
que de 1935 a 1944 había apoyado a Fulgencio Batista) y despertó la
desconfianza de todos los partidos comunistas y de la Unión Soviética, la cual
sólo la reconoció en 1961. El M26 unificó sólo después a las diversas
direcciones revolucionarias –entre las cuales, un sector minoritario del PSP–
en un Partido Comunista que, a diferencia de todos los demás, era pluralista, no
era stalinista ni estaba sometido a Moscú.
Su
único apoyo internacional real inicial fue el del entusiasmo mundial que
despertó, pero la amenaza imperialista obligó a Cuba a pasar a depender dos
años después de la Unión Soviética, pagando por eso un gran precio económico,
cultural y político.
El
bloqueo imperialista hasta ahora le ha causado a Cuba pérdidas superiores a 125
mil 873 millones de dólares y la obligó a cambiar toda su tecnología productiva
estadunidense (y a volver a cambiarla después del derrumbe de la Unión
Soviética). Washington organizó, además, una invasión fracasada y sus amenazas
permanentes de invasión forzaron a Cuba a mantener y armar grandes contingentes
de jóvenes sacados de la producción, lo cual favoreció al mismo tiempo la escasez
y el consiguiente desarrollo de una frondosa burocracia estatal ineficiente y
privilegiada. Las políticas económicas de Estados Unidos sumaron además a los
sabotajes y atentados los enormes daños causados por el recalentamiento global
que modificó el clima, provoca sequías e inundaciones y huracanes cada vez más
devastadores, como el ciclón Matthew.
Hasta
los años 80, la revolución elevó enormemente el nivel de vida, de consumo, de
salud y de cultura en la isla, donde la mayoría de la población es hoy urbana,
pero no resolvió el problema de la producción de alimentos, al cual se suma que
hay pocos menores de 30 años y la población envejece saliendo de la producción,
ya que tiene una expectativa de vida de 79.5 años (uno más que Estados Unidos).
Según
cifras oficiales, Cuba tiene como principal ingreso el del turismo, el cual
aporta 3 mil millones de dólares anuales (pero que acarrea graves consecuencias
sociales y obliga a importar alimentos, bebidas, combustibles y productos de
lujo para satisfacer a los más de 4 millones de visitantes).
Todos
los demás rubros son deficitarios. La producción de níquel se redujo a 5 mil
600 toneladas al caer el precio y por desperfectos en una usina. La producción
azucarera disminuyó y la última zafra sólo produjo un millón y medio de
toneladas (400 mil menos de lo programado). La venta de derivados del petróleo
cayó 68.9, el agotamiento de los pozos petroleros redujo la producción a 3 mil
690 millones de toneladas y la importación de petróleo venezolano bajó 4.4 por ciento.
La producción de energía eléctrica, por su parte, cayó 6 por ciento provocando
apagones. Las inversiones, por su parte, sumaron mil 300 millones de dólares,
pero para el desarrollo se considera que son necesarias entre 2 mil y 2 mil 500
millones anuales. En 2015 las exportaciones totales cayeron 30 por ciento y en
2016 volvieron a caer 16.3 por ciento. Las exportaciones de servicios (médicos,
maestros) disminuyeron en 11 por ciento, la importación de alimentos en cambio
crece y ascendió a mil 688 millones de dólares, mientras la de bienes cayó en
3.3 por ciento. Además, el país pagó 5 mil 299 millones de dólares de su deuda
externa para seguir teniendo crédito. Tras un crecimiento de 4 por ciento en
2015, el de 2016 se estima en la mitad.
El
año próximo Raúl Castro dejará el gobierno, aunque seguirá dirigiendo el
partido y el ejército. Con la agresión de Donald Trump (que quiere anular
incluso las pequeñas concesiones de Barack Obama) se agravarán el bloqueo y las
amenazas bélicas. Los fenómenos climáticos empeorarán. Los grandes nudos son
asegurar la independencia de la isla, la soberanía alimentaria, el de la
energía, la vivienda y el transporte, la baja productividad y la
despolitización y el desinterés de buena parte de la juventud urbana.
Todos
ellos tienen un denominador común en la necesidad de una gran participación
popular que elimine el poder paralizador de la burocracia, eleve la creatividad
y la inventiva de un pueblo que ya es desde hace rato culto y preparado y haga
florecer la democracia. Sobre eso volveremos.
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