La minoría gobernante argentina no
deja de añorar el ejemplo chileno, una pequeña minoría europea privilegiada en
la cúspide y una gran base proletaria araucana y mestiza que fue disciplinada
por la feroz dictadura de Pinochet y sólo aspira a sobrevivir, porque los
beneficios de un estado de bienestar les fueron negados.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
A comienzos de la
gestión Macri y luego de recibir al presidente Obama, gesto que marcó la
orientación de su política exterior, su siguiente paso fue visitar el país
trasandino y establecer un fluido marco de relaciones, dispuesto a
intensificarlo ante la perspectiva de ingresar a la Alianza Transpacífico. En
este sentido, nombró de embajador a un hábil y lúcido representante, José
Octavio Bordón, ex gobernador de la provincia de Mendoza, alto funcionario de
Educación del BID y posteriormente, embajador argentino ante Estados Unidos.
Sociólogo y docente universitario, Bordón, era un viejo conocido del presidente
argentino desde fines de los setenta a quien podía confiar la importante gestión
de mejorar los mecanismos de integración, sobre todo en infraestructura y
tramitaciones aduaneras, relegadas por la preferencia hacia Brasil, nuestro
socio estratégico en el Mercosur.
Cabe señalar que las
relaciones con Chile nunca fueron fáciles y por problemas limítrofes, hemos
estado a punto de entrar en guerra, a fines del siglo XIX y comienzos del
pasado, cuando en prueba de hermandad se erigió la estatua del Cristo Redentor
en 1904, como símbolo del abrazo fraterno de los presidentes de entonces, cuestión
dejada de lado por las dictaduras de ambos países en 1978, en donde tuvo que
intervenir Juan Pablo II, quien envió al Cardenal Samoré para que mediara en el
conflicto y disipara la furia militar de iniciar las acciones bélicas, razón
por la que fue honrado su nombre al distinguir el paso que une las localidades
de Osorno en Chile y Bariloche en Argentina.
Además, nunca terminó
de superarse el rol que tuvo Chile en la guerra de Malvinas en 1982, pasando
información al Reino Unido, cuando el resto de los países de la región apoyaban
decididamente a la Argentina. Era coherente, siempre se definieron los chilenos
como lo expresaba un famoso periodista de El Mercurio, el diario decano de
Chile, como “los inglesitos del sur”. Independientes y expansivos, desde su
independencia, mantuvieron conflictos bélicos con sus tres vecinos, llegando en
el siglo XIX a ocupar Lima y dejar sin salida al mar a Bolivia. No es un
detalle menor la leyenda del escudo que indica, “por la razón o la fuerza”,
ideas directrices de las elites gobernantes que, en el positivismo brasileño
promovieron incorporar la frase “orden y progreso” en la enseña verde y
amarilla.
Otra diferencia
importante es que mientras Argentina y Brasil, se organizaron como estados
federales, Chile decidió ser unitario, es decir, las autoridades son designadas
por el poder central. Cuestión desde luego privativa de cada comunidad, pero
que delata el espíritu de sus clases dirigentes en cada momento de la historia.
Más allá de estas
rivalidades alentadas desde los medios y profundizadas por los sistemas
educativos, las poblaciones fronterizas, como en todo el mundo, viven un
estrecho intercambio, comercializando según las ventajas temporales y reclaman,
una relación de vecindad adulta y responsable, conforme lo merecen nuestros
sufridos pueblos.
Luego de la asunción de
Donald Trump al frente del imperio, su repliegue a volver a ser la gran
potencia y denostar la Alianza Transpacífico, el entusiasmo de ingreso a ese
mecanismo pareció estancarse y, equivocadamente, no se advirtieron otras
singularidades y similitudes con Chile. La presidente Michele Bachelet, a punto
de dejar el mando, se aleja con las dificultades dejadas por los tsunamis y los
grandes incendios que arrasaron con pueblos enteros y una economía en recesión.
Ella le sucedió a Piñeira, un empresario exitoso, que todo el mundo recuerda y,
sobre todo el pueblo chileno, por el rescate de los 33 mineros sepultados.
Situación tan alentada desde los medios hegemónicos que las masas, a pesar de
las grandes manifestaciones callejeras actuales en Chile en reclamo de la
educación y la Aseguradoras de Fondos de Pensiones AFP, frente a un nuevo
recambio de autoridades, quieren volver a la derecha, en la generalizada y
fomentada creencia que, un empresario acaudalado no necesita robar.
Visto desde esa
perspectiva, Macri, Piñeira, como Trump, aparecen como empresarios exitosos
aclamados por las masas, a sabiendas de las inmensas distancias que los
separan. Pero algo en el inconsciente de las multitudes operó para que se
manifestaran por un cambio radical y estas personas llegaran al poder.
Pero volviendo a
nuestra pequeña realidad regional, de este cono sur de América que confluye en
los océanos Atlántico y Pacífico, la minoría gobernante argentina no deja de
añorar el ejemplo chileno, una pequeña minoría europea privilegiada en la
cúspide y una gran base proletaria araucana y mestiza que fue disciplinada por
la feroz dictadura de Pinochet y sólo aspira a sobrevivir, porque los
beneficios de un estado de bienestar les fueron negados. De allí que las
inmensas manifestaciones de los obreros y maestros argentinos reclamando la
apertura de paritarias, para negociar mejores condiciones de trabajo y
salarios, les molesta y quisieran borrarlas de un plumazo. Habida cuenta que la
apertura al mundo y la llegada de las inversiones, dependen de una masa obrera
sumisa con bajos salarios. Un país para unos pocos privilegiados, como nuestros
vecinos.
Pero hay una dificultad
y eso lo tienen en claro todos los trabajadores, los derechos adquiridos no se
negocian. No es la misma sociedad de los noventa o del 2001, la gente se
acostumbró a defender sus derechos y su acceso a un nivel de consumo como nunca
lo había hecho. Sabe que si cede va a ser sepultada y no está dispuesta a ello.
Por eso todas las estrategias son válidas. Como la carpa itinerante, instalada
por los docentes frente a la negativa gubernamental de abrir paritarias y la
exhortación presidencial a cumplir las normas, normas fundamentales que ellos
ignoran de plano. Hecho que se puso de manifiesto últimamente al ser los
maestros duramente reprimidos al intentar ejercer sus derechos en la
emblemática carpa, recordando la otrora “carpa blanca” que fue un símbolo de
protesta en los noventa.
Para el gobierno, el
modelo cierra con represión. Primero la arenga, la inocente frase “la prioridad
son nuestros niños que deben tener educación”, (es prioritario cerrar con los
docentes, porque de ello depende el nivel salarial del resto de los estatales)
expuesta por autoridades y el universo de periodistas sometidos que repican las
24 horas del día en las cadenas hegemónicas, para luego sacar a la policía y la
gendarmería a las calles, dispuestos a dar palo y palo, como en las mejores
épocas conservadoras de comienzos del siglo pasado.
La pulseada sigue, dos
modelos en pugna, separados por una inmensa brecha que cada día se profundiza
más. Nadie pretende desestabilizar ni perturbar esta democracia que tanta
sangre costó. Por el contrario, la defensa de los derechos ciudadanos es lo que
la sustenta, aunque los representantes lo ignoren olímpicamente.
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