Sea que los halcones hayan
tomado el poder en la Casa Blanca, o que simplemente Donald Trump muestra su
verdadera faceta de hijo del capitalismo imperialista, los pueblos de América
Latina deben ponderar todos los escenarios posibles y prepararse para ellos. El
guión de Washington ya está preparado y sus marines listos para empezar la
función.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
“¡Reírse
de un americano! –exclamó J.T. Maston- ¡He aquí un casus belli!”. Julio Verne (De la Tierra a la luna).
Donald Trump, presidente de Estados Unidos. |
En 1865 el escritor
francés Julio Verne publicó De la Tierra
a la luna, una novela que lo convirtió en blanco de la crítica de la época
por sus audaces planteamientos, y que acabaría por encumbrarlo como precursor de la ciencia ficción. Pero
Verne, además de ser un visionario, también fue un agudo observador de las
grandes transformaciones que se gestaban en su tiempo y retrató con precisión
los perfiles humanos, los elementos sociales y culturales que echaban raíces
profundas en las sociedades europeas y estadounidense de la segunda mitad del
siglo XIX. En esta obra en particular,
ambientada en los años posteriores a la guerra civil estadounidense, el autor
se vale de la sátira para retratar la pasión bélica del yanqui, caracterizada aquí en la figura del Gun-Club, una exclusiva
sociedad de artilleros que se llenaban “de orgullo cuando un parte de una
batalla dejaba como resultado un número de víctimas diez veces mayor que el de
proyectiles gastados”, y que no ocultaban su inclinación por “el
perfeccionamiento de las armas de guerra consideradas como instrumentos de civilización”.
Verne presenta la obsesión por el
poder militar como un fuerte rasgo cultural en el entramado político y social
de aquel incipiente imperio que se levantaba en el Norte, y que a la larga
terminó por convertirse en tendencia dominante entre las élites de lo que,
también a finales de esa centuria, José Martí llamó la Roma americana.
De tal suerte, antes de
embarcarse en la misión de construir un cañón lo suficientemente grande como
para disparar un proyectil que alcanzara la superficie lunar –“manera bastante
brutal de entrar en relaciones” dice Verne, aunque cada vez más común entre las
naciones civilizadas-, los miembros
del Gun-Club discurren sobre “el triste y lamentable día” en que los hombres
firmaron la paz y los morteros, los obuses y las balas cayeron en la más
profunda ociosidad. “¿No ha de presentarse una nueva ocasión de ensayar el
alcance de nuestros proyectiles? ¿Nunca más el fogonazo de nuestros cañones
iluminará la atmósfera? ¿No sobrevendrá una complicación internacional que nos
permita declarar la guerra a alguna potencia trastlántica? (…) ¡Sobran motivos
para batirnos y no nos batimos!”, se lamenta J.T. Maston, uno de los
personajes, enfrascado en la búsqueda de un casus
belli –un motivo de guerra- que desatara una nueva conflagración, para
calmar el apetito de sangre de sus cañones.
El paralelismo es
evidente: ¿quién podría negar hoy que la administración del presidente
estadounidense Donald Trump recuerda una sesión del Gun-Club? ¿Acaso en los
salones de la Casa Blanca, del Departamento de Estado y del Pentágono no se
retuercen razones, se fabrican “verdades” y consensos, se ignoran las reglas
elementales del derecho internacional y el multilateralismo, y se tasa la
humanidad según el vaivén de los precios de las acciones de las compañías
fabricantes de armas? Convencidos como están el mandatario y sus halcones asesores de que las armas son instrumentos de civilización, y ante un
escenario de tempranas derrotas políticas y frágil liderazgo que su soberbia y
su inexperiencia no previó, los machos blancos multimillonarios que toman
decisiones ejecutivas en Washington no
ha dudado en civilizar a Siria, Irak
y Afganistán, para aleccionar a sus enemigos. Ya echaron mano, incluso, de la madre de todas las bombas, y no
tienen reparo en decirle al mundo otra vez: quien no está con nosotros, está
contra nosotros. Así tienden un hilo conductor criminal entre las mentiras de
G. W. Bush y compañía y la doctrina Trump de ataques preventivos.
Tal y como lo ansiaba
J.T. Maston, los proyectiles de la armada y la fuerza aérea nuevamente iluminan
la atmósfera de Medio Oriente y Asia Central, y amenazan con llevar su fuego al
Lejano Oriente y también a nuestra América: por la dinámica de los
acontecimientos recientes y la volatilidad de la administración Trump, no
podemos minimizar las declaraciones del jefe del Comando Sur en torno a las
situación política de Venezuela (sugiriendo la posibilidad de ponerle fin
mediante una acción regional) o sobre
la presencia de países como China, Irán y Rusia (a los que califica de
problemas de seguridad global), por la vía de acuerdos de cooperación
bilateral, inversiones y comercio, toda vez que sus diagnósticos son el
resultado de procesos de análisis estratégico y prospectivo para hacer que
prevalezcan los intereses estadounidenses por sobre cualquier otra
consideración.
Es muy tenue línea la
que separa la simple hipótesis de conflicto del seudoargumento que justificaría
una nueva oleada intervencionista. Insistimos: el ataque a las instalaciones
militares en Siria, por su forma y fondo, deja a las claras el modus operandi
del gobierno estadounidense en cualquier otro caso en el que la fórmula se
pueda aplicar. Y, en lo inmediato, Venezuela es uno de los blancos. Los
sectores más radicales y apátridas de la oposición ya están haciendo el trabajo
sucio: hace pocos días, el alcalde David Smolansky, del partido Voluntad
Popular (organización que dirige desde la cárcel Leopoldo López, donde cumple
condena por los actos delictivos del 12 de febrero de 2014), escribió en su
cuenta de una red social el siguiente texto: “Atención Comunidad Internacional:
Cuidado y @NicolasMaduro empieza a usar armas químicas como está ocurriendo en
#Siria”. Ahí está el casus belli que ansía la derecha venezolana y el
Departamento de Estado: un exabrupto inverosímil y paranoico, pero suficiente para que Trump y sus secuaces
lancen la dentellada. Ese o cualquier otro disparata es lo que aguardan en el
Comando Sur.
Sea que los halcones hayan tomado el poder en la
Casa Blanca, o que simplemente Donald Trump muestra su verdadera faceta de hijo
del capitalismo imperialista, los pueblos de América Latina deben ponderar
todos los escenarios posibles y prepararse para ellos. El guión de Washington
ya está preparado y sus marines listos para empezar la función.
No hay comentarios:
Publicar un comentario