¡Qué difícil orientarse hoy en eso de
saber cómo va la guerra! No se puede tener real noticia de quién la gana y
quién la pierde y, a veces, ni siquiera de quién se pelea con quién.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Hay varias dificultades para eso de la
orientación. Una es eso de la posverdad,
es decir, eso de decir mentiras y falsedades sin ningún rubor pretendiendo que
se transformen en realidad alternativa
a lo que en verdad pasa. Quien ha puesto de moda tales formas de interpretar la
realidad ha sido la administración de Donald Trump. Lo innovador en esto no es
que se digan mentiras y se inventen realidades en aras de abonar al peculio
propio en política, sino que se digan con tanto desparpajo y cinismo, y que de
ellas se deriven acciones que, proviniendo de quien provienen, es decir, de la
primera potencia económica y política mundial, tienen incidencia en todo el
mundo.
En otros tiempos a esto se le llamaba
error o mentira; es decir, si usted decía algo que no se correspondía con la
realidad se consideraba que estaba en un error, el cual podía corregir en
función de las pruebas que se le aportaran. También podía decir una mentira,
pero procuraba que no lo descubrieran porque era motivo de vergüenza. Era algo
en lo que las mamás y los papás remarcaban mucho a la hora de educarlo cuando
usted estaba en la infancia.
Ahora no. El portavoz de la Casa Blanca
se sube a un estrado flanqueado por banderas y pendones, mira a su audiencia
con aire prepotente y dice mentiras con todo desparpajo. Igual procede la
señora que representa a ese país ante la Organización de Naciones Unidas y se
queda tan campante como si acabara de recitar los diez mandamientos. No se
queda atrás el rubio cejijunto que funge como presidente, pero a este se le perdona
porque puede ser que no sea mentiroso sino solamente ignorante. Lo último que
le pasó fue que confundió a la República Democrática de Corea con Australia y
dijo que un enorme portaviones iba en dirección a la primera para disuadirla,
cuando en realidad se dirigía a participar en jueguitos de guerra en la segunda
(eso muestra también lo mal que está el sistema educativo estadounidense en
geografía).
Es serio el problema con solo el hecho
que el equipo que gobierna a los Estados Unidos se comporte de esta forma, pero
se agrava cuando colocamos bajo nuestro escrutinio a la Internet,
específicamente a las llamadas redes sociales o Internet 2.0.
Lo que prometía ser una especie de
espacio democratizador de información, paradigma y símbolo representativo de la
época de globalización que vivimos, se ha transformado en una trampa.
Cunden en ella las notas, las noticias y
las imágenes falsas. Parece que hoy existe una industria y un ejército
encargados de construir una realidad paralela falsa. No se puede confiar en una
foto porque puede ser de ayer o de hace dos años; puede ser trucada; puede
corresponder a una situación totalmente distinta de la que dice reportar o,
simplemente, puede estar fotoshopeada,
lo que quiere decir que se utilizó un programa informático que permite
modificar a gusto las imágenes.
Véase por ejemplo esa guerra de marchas
y contramarchas que hay en Venezuela. Cada una muestra una “marea humana”
distinta, y adeptos y enemigos se solazan no solo reproduciéndolas en las redes
sociales sino, además, adornándolas con frases de su propio peculio.
Es un signo de la época: lo que prometía
ser la sociedad de la información se ha transformado en la sociedad de la
desinformación. Bucear y orientarse en ese océano de corrientes encontradas y
turbulentas se ha transformado en una “experiencia límite”, para utilizar el
concepto del turismo de moda.
Las pasiones se despiertan, el
posicionamiento tras las barricadas, las ofensas, los insultos. Vuelan los proyectiles verbales, los emoticones… ¿Qué
hacer? ¿Bastará con educar, con formar una conciencia crítica? ¿Se podrá
resolver o atemperar el problema alfabetizando en medios de comunicación, es
decir, dando criterios de análisis?
Es un serio problema de nuestra época
que en vez de resolverse seguramente cada día se agravará más, en primer lugar
porque hay poderosas fuerzas interesadas en que las cosas sigan así.
¿Sociedad de la información? No:
¡sociedad de la manipulación!
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