La construcción de la
paz es la meta que debe perseguir la humanidad si quiere sobrevivir; para
conseguir la cual se requiere la erradicación de todos los imperios y la
refutación de las ideologías imperiales, como paso previo al nacimiento de una humanidad que sea liberada de la
explotación de unos grupos socioeconómicos sobre otros.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Mirar el calendario es
una buena medicina contra la galopante y preocupante amnesia histórica – cuyas raíces son
ideológicas- que parece azotar al mundo actual. Occidente vive del presente,
por el presente y para el presente; asume que el tiempo es únicamente el
instante; sufre de una visión
atomizante, es decir, de una dicotomía, por no decir, esquizofrenia en su
visión-del-mundo. Esta manera de asumir hoy su papel en la historia solo puede
engendrar personalidades patológicas; lo cual es extremadamente grave, dada la
capacidad de destrucción que sus líderes han logrado acumular y que se refleja
en el arsenal nuclear de que disponen. Por eso considero que uno de los
antídotos es mantener viva y activa la memoria histórica. Lo cual responde a la
crucial pregunta en torno a de dónde venimos, paso previo e imprescindible para
poder avizorar el horizonte hacia a
dónde vamos o debemos ir y qué somos en la actualidad. Es dentro de esta
perspectiva filosófica que me propongo avocarme, en las siguientes y
esquemáticas líneas, a evaluar, a partir de una perspectiva del siglo XXI, el evento que, desde sus inicios, marcó en
forma indeleble la historia reciente de la humanidad, entendiendo por
“reciente”, el siglo que acaba de pasar, el siglo más violento de la historia
de la especie sapiens.
La edad moderna (siglo
XVII) se caracteriza por ser el escenario
de las revoluciones liberales, que representan el ascenso de una nueva
clase social como protagonista hegemónico de la historia, la burguesía
financiera o preindustrial y, por consiguiente, precapitalista. La edad
contemporánea tuvo su nacimiento o su cuna al calor de la Revolución Francesa,
que encarna el ascenso del capitalismo en su fase industrial. El siglo XX, por su parte, se inicia con otra
revolución, la Bolchevique o Revolución de Octubre, la primera gran
revolución social triunfante en el ámbito mundial (la primera revolución,
cronológicamente hablando, del siglo XX,
fue la mejicana (1910). Ambas revoluciones, la mejicana y la rusa, tienen como característica geopolítica el haberse
escenificado en la periferia inmediata o circumvecina del mundo occidental, una
en el viejo continente y la otra en el nuevo, ambas en los linderos inmediatos
de las potencias industriales capitalistas con pretensiones de dominio mundial,
es decir, política e ideológicamente imperialistas. La revolución industrial
posibilitó que las potencias centrales
pretendieran dividirse el mundo como si fuera un queque de bodas o de
cumpleaños. Esta ambición desmedida y voracidad
de rapiña llevó a la Primera
Guerra Mundial, que significó el harakiri de Europa como potencia mundial. Por
eso todos los movimientos y organizaciones ideológicas, lo mismo que las
fuerzas sociales y políticas progresistas encabezados por los partidos de
ideología socialista, se opusieran aunque en vano a tan abominable carnicería
como fue en realidad la I Guerra Mundial
(1914-18). Es de notar que, en el mundo
occidental, el más destacado centro de
poder que se opuso a esa guerra de rapiña fue la Santa Sede, cuya diplomacia se
granjeó con ello un enorme y creciente prestigio internacional. Es en este
contexto político mundial que emergerá la revolución rusa como uno de los
eventos de mayor trascendencia histórica de los últimos cien años. Su
importancia radica, entre otras características, en que fue la primera que
cuestionó como un todo la hegemonía que Occidente venía ejerciendo en la
historia de la humanidad desde el siglo VI a. C. con el triunfo de los griegos
sobre los persas. La revolución de Rusia
hará posible en la segunda mitad del siglo XX el otro evento con que se inicia
la segunda mitad de siglo y que representa el ascenso al protagonismo histórico
a una de las más antiguas culturas asiáticas: la revolución china liderada por
Mao Tse Tung (1949). Vendría luego la Revolución Cubana que inicia una nueva
etapa histórico-política en el Nuevo
Mundo (1959). Sin la Revolución de Octubre, acaecida en la capital del Imperio
Zarista (Petrogrado), las otras revoluciones no hubieran sido posibles, ni
siquiera pensables.
Como reacción a la
Revolución Bolchevique sobrevino en el mundo capitalista el surgimiento del
fascismo que se inició y tuvo como caldo de cultivo a los países del Centro y
Sur Europeos de tradición católica que se habían secularmente opuesto a los
movimientos surgidos en el seno de la
Reforma iniciada por Martín Lutero, ni tampoco habían aceptado ninguna otra
revolución posterior de ideología liberal, a pesar de que fuera en un país latino de tradición y
cultura católica como era Francia, donde se dio la revolución que ha dado
origen a la era contemporánea. El fascismo surge en Italia, se extiende al Sur
de Alemania y luego a todo ese país, a
la Península Ibérica (la España de
Franco y el Portugal de Salazar), pero tiene su máxima virulencia en el nazismo
especialmente en Austria, donde
radicó hasta la abdicación (1917) del
último Emperador de Occidente, Francisco José II, la sede del medieval
Imperio Cristiano. El nazifacismo fue la respuesta desesperada de las potencias
capitalistas ante la inocultable consolidación de la Unión Soviética, a pesar
de que ejércitos de 18 países de gobiernos burgueses habían en vano tratado de
aplastarla en la Guerra Civil (1918-1922).
A todo esto se añade el éxito de
los planes quinquenales implantados por Stalin, a fin de impulsar una industrialización forzada en los
atrasados y gigantescos territorios del antiguo y recién fenecido Imperio
Zarista. Todo lo cual desembocó en la mayor carnicería de la historia como fue
la II Guerra Mundial y ganada en lo fundamental por el Ejército Rojo, cuyo jefe
político-militar indiscutible fue José Stalin. A partir de entonces y por casi
medio siglo, el mundo entero se dividió en dos
campos antagónicos: el capitalista y el comunista. Estos bloques
ideológicos nunca fueron capaces de convivir en paz, pues la Guerra Fría, que
entonces surgió, tuvo más de “guerra”
que de “fría”. A pesar de incuestionables logros en el campo social, el bloque
comunista no fue capaz de superar los
impactantes logros en la revolución científico-técnica que publicitaba con
razón y orgullo el mundo capitalista desarrollado, por lo que súbitamente la
Unión Soviética se desintegró sin haber
aún terminado el siglo (1990). Ya iniciado el tercer milenio de nuestra
era y cuando Occidente da muestras de
una decadencia indetenible, surgen nuevos bloques y nuevos centros de poder
mundial, como China, India y la formación de bloques regionales, como el África
Subsahariana y América Latina y el Caribe. En cuanto a la formación de un
bloque de países árabes, solo será posible el día en que superen su visión
estrechamente islámica, esto es, el día
en que se inspiren en criterios geopolíticos y no en cosmovisiones inspiradas
en creencias religiosas hábilmente manipuladas por intereses financieros y
geopolíticos de las potencias occidentales. El mundo postoccidental se encamina
hacia la conformación de bloques, geoculturalmente compactados, como paso
previo a la configuración de un gobierno con jurisdicción planetaria que sobreguarde los intereses vitales de toda
la especie humana...
Pero no olvidemos que
todo comenzó en Octubre de 1917 en la capital del Imperio zarista de todas las
Rusias. Su líder indiscutible fue el jefe del Partido Bolchevique, Vladimir Ilich Ulianov (Lenin). Su concepción filosófica se inspiró en el
marxismo adaptado a las circunstancias políticas del momento que vivía la política mundial, a la historia
rusa y a la cultura eslava de un pueblo que llevaba al menos medio siglo de
ininterrumpidas y sangrientas insurrecciones enfrentando al decadente
despotismo zarista. Si bien este movimiento revolucionario preconizaba como
programa central la construcción del socialismo en el atrasado imperio zarista,
su triunfo no se debió a sus propuestas en el campo social y económico. Su
consigna, que le valió el apoyo masivo del pueblo ruso, fue su grito
proclamando la paz inmediata y la consiguiente firma de un acuerdo de cese de
hostilidades con el Imperio prusiano y
así acabar con la monstruosa masacre de ambos pueblos. Esto solo se podía hacer
derrocando al gobierno provisional de
Kerenski, impuesto por la débil y claudicante burguesía local como consecuencia
de la abdicación del Zar. Pero visto con una perspectiva histórica, la revolución de Lenin fue mucho más lejos: abrió una nueva época en
la historia. La construcción de la paz es la meta que debe perseguir la
humanidad si quiere sobrevivir; para conseguir la cual se requiere la
erradicación de todos los imperios y la refutación de las ideologías
imperiales, como paso previo al nacimiento
de una humanidad que sea liberada de la explotación de unos grupos
socioeconómicos sobre otros, como proclamaba Marx, capaz de detener eficazmente la destrucción de las
especies vivientes, convivir con las diversas tradiciones y cosmovisiones
culturales y religiosas, viendo en ellas una inagotable riqueza en valores
humanos que solo da la diversidad… Ese es el sentido actual del mensaje de paz
que hizo posible el triunfo de la
Revolución de Octubre de 1917, cuyo centenario conmemoramos hoy.
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