Mientras la derecha
regional lleva adelante el guión político diseñado por Washington para preparar
el terreno de la intervención imperial en Venezuela, y los grupos mediáticos
hegemónicos enfilan sus baterías contra el gobierno de Nicolás Maduro y el
proceso bolivariano, Brasil vive horas de tensión y agitación en medio de la
tormenta de la restauración neoliberal.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Brasil: "Cuando la injusticia se vuelve rutina, la revolución se convierte en un deber" |
Un siglo después de la
primera huelga general de 1917 en Brasil, los trabajadores y trabajadoras del gigante
suramericano protagonizaron este viernes 28 de abril una nueva jornada histórica
de protestas (más
de 35 millones de personas dejaron de trabajar), con la que han dado una lección de combatividad, resistencia y
rechazo al proyecto de ajuste que impulsan las élites políticas y económicas,
por medio del presidente ilegítimo Michel Temer, testaferro de la restauración
neoliberal. El paro de actividades productivas y de transporte tuvo respuesta en todo el país y las manifestaciones sacudieron de manera particular los
grandes centros urbanos, como Sao Paulo y Río de Janeiro. No es casualidad que
la última huelga de este tipo haya sido en 1996, bajo el gobierno de Fernando
Henrique Cardoso, precisamente en pleno auge de la primera ola neoliberal que asoló a los
países latinoamericanos a finales del siglo XX.
La víspera de la huelga,
convocada por las principales centrales sindicales del país, la cámara de
diputados –la misma que perpetró el golpe de estado contra la presidenta Dilma
Rousseff- aprobó en primera instancia una polémica reforma laboral propuesta
por el gobierno de Temer: un entramado de normas con inocultable cariz conservador
y regresivo, que ha estado en el centro de las críticas toda vez que modifica
sensiblemente las leyes laborales de 1943 y define nuevos principios y
relaciones (flexibilización y tercerización de los contratos de trabajo,
fraccionamiento de vacaciones, aumento de jornadas laborales de 8 hasta 12
horas diarias, eliminación de la contribución sindical de las y los
trabajadores) que no son producto del diálogo social, sino de la imposición.
Con la falacia clásica
de los neoliberales, el Ministro de Trabajo de Temer argumentó que esta reforma
sólo pretende “consolidar derechos, dar seguridad jurídica y generar empleos”;
sin embargo, la oposición al programa de ajuste que lleva adelante el gobierno
crece y a ella se adhieren sectores clave de la sociedad: además de los
sindicatos y movimientos sociales, el
episcopado brasileño también ha tomado posición en el conflicto. El obispo Francesco Biasin, de Barra do
Piraí-Volta Redonda, instó a la ciudadanía a participar activamente de las
movilizaciones, por considerar que es “una causa justa defender los
derechos adquiridos” y por la “defensa de la vida y de la dignidad de todos,
especialmente los pobres y vulnerables"; asimismo, el obispo de Olinda y Recife, Fernando
Antonio Saburido, declaró que “la clase obrera no puede perder los derechos que
han sido conquistados con tanto esfuerzo”. La voz de los obispos se levanta en
un momento difícil para Temer: según los sondeos, el 93% de los brasileños
desaprueba su gestión, y recientemente el Papa Francisco rechazó una invitación
del mandatario para visitar el país (una maniobra desesperada para buscar algo
de legitimidad popular) en el marco de las celebraciones de los 300 años de la
aparición de la imagen de Nuestra Señora Aparecida.
Lo único que sostiene al
presidente es el apoyo del capital (local y extranjero) y los intereses de las
élites beneficiadas de su agenda de reformas. En un escenario como este, todas
las alternativas permanecen abiertas, incluso las más peligrosas. El
teólogo Leonardo Boff advirtió sobre el riesgo de un nuevo golpe de estado,
protagonizado ahora por estamentos militares.
“Este golpe se puede dar en cualquier momento, pues los empresarios
están sintiéndose perjudicados, especialmente en los niveles habituales de alta
acumulación. Queda por saber si los militares aceptarían tan espinosa tarea.
Pero se sienten los guardianes de la República, ya que fueron ellos los que
pusieron fin a la monarquía. (….) Si esto ocurre, probablemente un triunvirato
de generales asumiría el poder, clausuraría el Congreso, mandaría arrestar a
los principales líderes políticos acusados de corrupción, no exceptuando,
aunque dándole un tratamiento privilegiado al presidente Temer”, escribió en
una de sus columnas de opinión.
Por su parte, el
expresidente Lula da Silva, favorito
en las encuestas de cara a los
comicios presidenciales de 2018, demandó
la realización de elecciones anticipadas ante el desgobierno y la grave
crisis institucional, política y económica que vive el país. Su compañera de
partido y de luchas, la expresidenta Rousseff, se muestra más cauta sobre el
futuro inmediato. En una
entrevista concedida al diario mexicano La
Jornada afirmó que “Brasil está viviendo un proceso acelerado para
imponer un Estado de excepción, con medidas específicas que corroen la
democracia. ¿Con qué resultados? Pues que lejos de desacreditar a Lula su
popularidad ha crecido. No sé qué va a pasar en el futuro. Lo que sí puedo
decir es que no tengo dudas de que, si hay elecciones en cualquier momento, de
hoy a dentro de dos años, Lula será el ganador. Pero del mismo modo digo que el
fantasma de un golpe de Estado sigue rondando a Brasil”.
Mientras la derecha
regional lleva adelante el guión político diseñado por Washington para preparar
el terreno de la intervención imperial en Venezuela, y los grupos mediáticos
hegemónicos enfilan sus baterías contra el gobierno de Nicolás Maduro y el
proceso bolivariano, Brasil vive horas de tensión y agitación en medio de la
tormenta de la restauración neoliberal. Maduro, electo democráticamente –le
guste o no a sus enemigos -, es el villano de turno de la operación mediática.
Temer, presidente espurio emergido de un golpe de estado de nuevo cuño, está
fuera de toda sospecha para los grupos mediáticos cartelizados y para los
gobiernos que hacen de la OEA el teatro de marionetas del imperialismo.
He ahí el drama de
Brasil y de nuestra América hoy: la miseria de nuestras democracias de papel.
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