Cuando
comienzan su periplo descendente, los imperios potencian su barbarie y tratan
de retrasar lo inevitable lo más posible. No sería de extrañar entonces que
Trump intentara “normalizar” el mapa sociopolítico del hemisferio recurriendo
también aquí al lenguaje de los misiles.
Atilio Borón / Página12
Acosado
por sucesivas derrotas en el Congreso –el
rechazo a su proyecto de eliminar el Obamacare– y en la Justicia, por el
tema de los vetos a la inmigración de países musulmanes, Donald Trump apeló a un recurso tan viejo
como efectivo: iniciar una guerra para construir consenso interno. El magnate
neoyorquino estaba urgido de ello: su tasa de aprobación ante la opinión
pública había caído del 46 al 38 por ciento en pocas semanas; un sector de los
republicanos lo acosaba “por izquierda” por sus pleitos con los otros poderes
del estado y sus inquietantes extravagancias políticas y personales; otro hacía
lo mismo “por derecha”, con los fanáticos del Tea Party a la cabeza que le
exigían más dureza en sus políticas anti-inmigratorias y de recorte del gasto
público. Por su parte, los demócratas no
cesaban de hostigarlo. En el plano internacional las cosas no pintaban mejor:
mal con la Merkel durante su visita a la Casa Blanca, un exasperante subibaja
en la relación con Rusia y una inquietante ambigüedad acerca del vínculo entre
EE.UU. y China. Con el ataque a Siria, Trump espera dotar a su administración
de la gobernabilidad que le estaba faltando.
Los
frutos de su iniciativa no tardaron en aparecer. En el flanco interno, el
chauvinismo y el belicismo de la cultura política norteamericana le granjearon
el inmediato apoyo de republicanos y demócratas por igual. Quien antes aparecía
como un peligroso neofascista o un incompetente populista emergió de los
escombros de la base aérea de Al Shayrat como un consumado estadista que “hizo
lo que debía hacer”. Tanto Hillary Clinton como John Kerry no ahorraron elogios
al patriotismo y la determinación con que Trump enfrentó la amenaza del régimen
sirio, a quien se le acusó, contra toda la evidencia, de haber utilizado el gas
sarín que días atrás produjo la muerte de al menos ochenta personas en un
ataque perpetrado en la ciudad de Jan Sheijun. Fuentes independientes señalaron
que esa macabra operación no fue causada por Damasco sino por los “rebeldes”
amparados y protegidos por Occidente, las tiranías petroleras del Golfo y el
gobierno fascista de Israel.
El
área en donde se produjo esa masacre estaba bajo el control del Al-Nusra, una
organización que Naciones Unidas y EE.UU. habían calificado de terrorista. Este
dato fue soslayado por Trump repitiendo, una vez más, la historia de mentiras y
difamaciones que precedieron la cruenta invasión y ocupación de Irak en el
2003. Washington viola, por enésima vez, la Carta de las Naciones Unidas e,
incidentalmente, la de la OEA, cuyo inciso 9 del Capítulo 2 dice textualmente
que “los Estados americanos condenan la guerra de agresión: la victoria no da
derechos”. Sería bueno que el Secretario de esa siniestra organización, Luis
Almagro, tomara nota de esto y exhortara a Washington a poner fin a su agresión
en Siria. Ante la gravedad de la situación es obvio que Rusia no permanecerá de
brazos cruzados: tiene en Siria una vital base naval en Tartus que le abre las
puertas del Mediterráneo a su flota del Mar Negro anclada en Sebastopol y
también una base aérea en Latakia. China e Irán también tienen intereses en juego en Siria y una Rusia
cercada por tierra –con la OTAN estacionada a lo largo de toda su frontera
occidental– y por mar si llegara a producirse la caída de Assad no tendría sino
dos alternativas. Aceptar mansamente su sumisión a los dictados de Estados
Unidos, cosa que obviamente Vladimir Putin jamás hará, o activar su poderoso
dispositivo militar y aplicar represalias selectivas intensificando su campaña
en contra del ISIS creado y protegido por Washington. Cuesta pensar de otro modo cuando se ataca al
país que, junto a Rusia, había logrado grandes éxitos en controlar a los
fanáticos que sembraron el terror en Siria y otras partes de Oriente Medio.
El
inesperado giro de Trump (que en su campaña había divulgado 45 tuits diciendo
que “atacar a Siria era una mala idea porque podría precipitar el estallido de
la Tercera Guerra Mundial”) debe poner en guardia a los países de América
Latina. No otra debe ser la actitud cuando se analizan las declaraciones del
Jefe del Comando Sur, Kurt Tidd, quien ante el Comité de Fuerzas Armadas del
Senado de Estados Unidos textualmente habló de “una creciente crisis
humanitaria en Venezuela que eventualmente podría obligarnos a una respuesta
regional.” Cuando comienzan su periplo descendente, los imperios potencian su
barbarie y tratan de retrasar lo inevitable lo más posible. No sería de
extrañar entonces que Trump intentara “normalizar” el mapa sociopolítico del
hemisferio recurriendo también aquí al lenguaje de los misiles.
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