Tanto
Venezuela como Ecuador son puntos cruciales de esta batalla que se libra hoy en
América Latina. Lo que pasa en un lado repercute en el otro, y lo fortalece o
debilita. Es una batalla cruenta, de posiciones, en la que los actores, a pesar
de haberse renovado, siguen siendo en esencia los mismos de los tiempos en los
que la OEA echó a Cuba de su seno.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
La OEA es uno de los escenario de la batalla política actual en América Latina. |
La
muerte del presidente Hugo Chávez envalentonó a la derecha latinoamericana que
ha pasado con fuerza a la ofensiva. Quien se mantuvo en silencio, oculto o en
el disimulo mientras las circunstancias le fueron adversas, sale a la luz y,
tal vez porque se reprimió largamente, se une al coro de quienes apostrofan con
rabia. Ese parece ser el caso del señor Secretario General de la Organización
de Estados Americanos, el uruguayo Luis Almagro, quien después de cobijarse
bajo el ala de Pepe Mujica echó a volar por cuenta propia y se desmadró de tal
forma que no le dejó más opción a su antiguo jefe que repudiarlo.
El
tal Almagro se ha transformado en punta de lanza obsecuente para echar por
tierra el proyecto bolivariano en Venezuela; lo hace sin ambages, abiertamente
y sin pudor desde el organismo que en otros momentos de nuestra historia ha
sido ya utilizado con fines similares.
Recuérdese
el caso de Cuba. En esa oportunidad los tiempos eran otros, y dócilmente
cumplieron los lineamentos que dictaron los Estados Unidos y la echaron sin
ambages. El que no hayan podido hacerlo hoy con Venezuela revela, entre otras
cosas, el debilitamiento de los Estados Unidos en el espacio que siempre
consideró su patio trasero, su perrito tranquilo echado a los pies del amo,
como nos le recordó recientemente el señor que ahora funge como presidente del
Perú.
Ahora
hay oposición, cuestionamiento y resistencia. Es sintomático que hasta El
Salvador, el pulgarcito de América -como lo llamó el poeta Roque Dalton-, se
plante ante el coloso de las siete leguas. No es poco decir: El Salvador tiene
un modelo económico altamente dependiente de las remesas que le llegan de los
Estados Unidos y en el contexto actual, en el que el poderoso emperador está
furioso con los migrantes, cuestionar la política imperial es todo un acto de
valentía.
El
campo de quienes asumieron posturas como la que mantiene hoy El Salvador se ha
debilitado, si no fuera así no se estaría en esta batalla que, entre otros
lugares, tiene lugar en la OEA. Es una batalla larga, que se agudiza con el
tiempo, que tiene picos y clímax cada poco tiempo y a la que no se le ve salida
pacífica en el futuro.
Ese
mismo tablado tiene esta misma semana, en otro país, otra escena crucial,
atravesada por el mismo enfrentamiento y la misma virulencia. Se trata de las
elecciones en Ecuador. Es solamente otra faceta, otra arista de la misma
situación y así debe entenderse, como una expresión particular de un fenómeno
que de expresión regional, latinoamericana.
Esto
no quiere decir que lo que sucede en un país es lo mismo que lo que sucede en
otro, no, pero sí son expresión de una tendencia general que se expresa de
forma particular en distintas partes y países de nuestra región. Esta tendencia
expresa varias cosas: por un lado, lo ya dicho, la creciente debilidad de los
Estados Unidos, que ya se ve imposibilitado de hacer acatar su dictum como en el pasado; por otra
parte, el fortalecimiento de las fuerzas que apuestan por un cambio de modelo
no solo económico sino incluso, más en general y en sus casos más radicales,
civilizatorio. Estas fuerzas están por todas partes y se expresan de muy
distinta forma; en algunos lados lograron llegar al gobierno, en otras tienen
posibilidades aún no concretadas y en otras están lejos aún de lograrlo, pero
están vigorizadas.
Tanto
Venezuela como Ecuador son puntos cruciales de esta batalla que se libra hoy en
América Latina. Lo que pasa en un lado repercute en el otro, y lo fortalece o
debilita. Es una batalla cruenta, de posiciones, en la que los actores, a pesar
de haberse renovado, siguen siendo en esencia los mismos de los tiempos en los
que la OEA echó a Cuba de su seno.
Los
unos, siguen teniendo como referente fundamental a los Estados Unidos y desde
ahí hablan, sin rubor, sintiéndose a gusto en los pasillos de sus
instituciones; entre amigos, tuteándose y llamándose por su nombre de pila con
los funcionarios imperiales o sus acólitos. Los otros cuentan solo con sus
propias fuerzas y por eso la unión les es tan indispensable. Son tiempos
nuevos, de los que Martí dijo que había que irse a dormir teniendo a las armas
como almohada. Son tiempos que llama a definiciones, a tomas de posición que
desvelan lo que somos.
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