Cuando
en un plazo tan corto, una potencia es capaz de realizar acciones agresivas
simultáneas en países de dos continentes y cuatro regiones: América Latina,
Medio Oriente, Asia Central y Occidental, violentando el orden jurídico global
y regional, además del de su propio país, podemos afirmar que nos encontramos
en una situación de alta peligrosidad para la estabilidad política y la
mantención de la paz en el mundo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
La
humanidad debió recorrer un largo camino para darse un basamento jurídico que
intentara darle equidad a colectividades independientes y políticamente
diferentes que habitaban el planeta. Sólo en el siglo XVI, en Europa
aparecieron los primeros Estados nacionales, pero hubo que esperar hasta el XX,
cuando a partir del principio de la soberanía, se creó la primera sociedad
internacional que realmente podía ostentar ese nombre. Aunque la Sociedad de
Naciones creada tras la primera guerra mundial fracasó estrepitosamente, al no
poder impedir el desarrollo de las condiciones que condujeron a la segunda gran
conflagración mundial. El eje nazi-fascista pudo ser derrotado y las potencias
triunfantes en el conflicto se pusieron de acuerdo para dar origen a la Organización
de Naciones Unidas (ONU) en 1945.
Con
ello, se aprobó una estructura para el sistema internacional, que se sustentó
en la Carta Internacional de Derechos Humanos, documento que comprende la
Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y sus dos protocolos facultativos. Esta fue la base para la
construcción del Derecho Internacional público como soporte regulador del
comportamiento de los Estados y de otros sujetos internacionales, en sus
competencias propias y relaciones mutuas, sobre la base de ciertos valores
comunes, para realizar la paz y cooperación internacional, mediante normas
nacidas de fuentes internacionales
específicas, o más brevemente, se puede afirmar que “es el ordenamiento
jurídico de la Comunidad Internacional”, como reza su definición más
clásica. Este ordenamiento ha permitido
que en los últimos 70 años, a pesar de todos los desmanes hechos por las
potencias, el mundo haya podido eliminar casi totalmente el colonialismo,
permitiendo que nuevas naciones y pueblos puedan tener acceso a construir
Estados propios con igualdad de derechos en el sistema internacional. Así
mismo, se ha conseguido una paz relativa que evitó un holocausto nuclear, el
cual podría haber conducido al fin de la especie humana en el planeta.
Junto
a ello, el Derecho Internacional universal dio espacio para la construcción de
regímenes jurídicos regionales, a partir de sujetos que tienen cierta
homogeneidad política, económica, social y cultural y que además comparten un
territorio continental común. En este marco, al Derecho Internacional americano
le ha cabido un papel paradigmático en relación a otras regiones a pesar de que
se ha construido a partir de una doctrina de imposición y avasallamiento, cual
es la idea monroista y panamericana que no tiene asidero en la definición antes
enunciada. La imposibilidad de construir
un Derecho Internacional a partir del ideario bolivariano, ha hecho que el
Derecho Internacional americano -en el cual los juristas latinoamericanos han
introducido la parte principal a través de la historia- se haya tenido que
basar en la defensa de la región frente a los abusos de Estados Unidos. En esa
medida, es un derecho construido contra natura, toda vez que uno de sus
aparentes suscriptores es quien lo ha pisoteado permanentemente.
Como
nunca antes en la historia, en menos de una semana, Estados Unidos ha hecho un
gran esfuerzo por torpedear uno y otro. En la región, la OEA un engendro
concebido para salvaguardar sus intereses hemisféricos ha sufrido un traspiés
institucional cuando violando sus propias regulaciones, convocó a una reunión
espuria a fin de sancionar a Venezuela. La desesperación por lograr un resultado
favorable la ha llevado al extremo de forzar el entramado corporativo que ha
permitido realizar invasiones, asesinatos y secuestros de mandatarios, golpes
de Estado y todo tipo de aberraciones de carácter jurídico encaminados a
sostener la hegemonía en su “patio trasero”.
De la
misma manera, en la instancia global, pasó a llevar a la ONU y a su Consejo de
Seguridad ordenando un bombardeo ilegal en Siria, amenazando con un contingente
naval a la República Popular Democrática de Corea y lanzando una bomba de gran
poder destructivo en Afganistán. En el primer caso, Trump incluso pasó por
encima de la legal y necesaria autorización del propio Congreso de Estados
Unidos.
Cuando
en un plazo tan corto, una potencia es capaz de realizar acciones agresivas
simultáneas en países de dos continentes y cuatro regiones: América Latina,
Medio Oriente, Asia Central y Occidental, violentando el orden jurídico global
y regional, además del de su propio país, podemos afirmar que nos encontramos
en una situación de alta peligrosidad para la estabilidad política y la
mantención de la paz en el mundo.
La
última vez que algo similar había ocurrido fue durante el ascenso del fascismo
en Italia, el nazismo en Alemania y el expansionismo japonés en Asia, durante
la tercera década del siglo pasado. De la misma manera, en ese momento, se
comenzó a manifestar un incremento desmesurado del armamentismo y el espíritu
expansionista en Alemania que la llevó a ocupar la Cuenca del Sarre bajo
control de la Sociedad de Naciones en 1935, la remilitarización de Renania en
1936 y la ocupación de Austria y Checoslovaquia en 1938, al mismo tiempo que se
producía la guerra civil en España culminada con la victoria de los falangistas
encabezados por Francisco Franco, aliado de Hitler y Mussolini, todo esto antes de la invasión a Polonia en
1939 que dio inicio oficial a la guerra. Estas acciones llevadas adelante por
la Alemania hitleriana infringían el Tratado de Versalles, las decisiones de la
Sociedad de Naciones y el frágil derecho internacional existente.
En
paralelo, bajo dirección de Joseph Goebbels, ministro de Ilustración Pública y
Propaganda del gobierno alemán, se desarrollaban acciones de propaganda con un
fuerte contenido racista. Como vehículo para su trabajo, Goebbels tomó control
de los medios de comunicación, cine y radio para utilizarlos con fines de
divulgación de las ideas fascistas, antisemitas y anti cristianas, a través de
la publicidad y un novedoso manejo del lenguaje. Su frase más famosa “Miente,
miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira, más gente
la creerá”, hoy podría ser fácilmente el lema de CNN u otra cadena
transnacional de comunicación, vistas su manejo de los hechos cotidianos. Otro
tanto podría decirse de las llamadas redes sociales, en las cuales se puede
hacer cualquier afirmación, sin asumir responsabilidad jurídica ni mucho menos
ética.
Las
recientes actuaciones del vocero de la presidencia de Estados Unidos Sean
Spicer, hacen recordar al jerarca nazi, por la similitud de su discurso, aunque
el alemán lo supera ampliamente en cuanto al manejo del lenguaje y la cultura
general. En el colmo de su ignorancia, Spicer se atrevió a afirmar que Hitler
nunca había usado armas químicas, negando con ello el asesinato de millones de
judíos por el nazismo en las cámaras de gases.
No
pretendo hacer un símil entre Trump y Hitler, solo recrear una situación de la
historia que condujo a una devastadora guerra que causó más de 60 millones de
muertos, así como de las causas que la generaron. Hitler acusó falsamente a los
comunistas de incendiar el Reichstag cuando en realidad la acción terrorista
fue planeada por los nazis como una operación de falsa bandera con el fin de
aumentar su creciente poder.
En
junio de 2013, Ben Rhodes, asesor de seguridad nacional del presidente Barack
Obama afirmó que "Nuestra comunidad de inteligencia ha determinado que el
régimen de Assad ha usado armas químicas, incluyendo el agente nervioso sarín,
a pequeña escala, contra la oposición en múltiples ocasiones el último año".
Esto sirvió como justificación para que el gobierno estadounidense enviara
armas a los mercenarios que combaten contra el gobierno sirio. Aunque Rhodes no
proporcionó detalles sobre tales informes que según él fueron elaborados por la
"comunidad de inteligencia" ni dio pruebas científicas avaladas por
instituciones respetables y creíbles,
sus aseveraciones fueron determinantes toda vez que aseguró que
provenían de "fuentes múltiples e independientes" de información que
certificaban una "alta confianza". Un discurso similar, casi sin
diferencias, motivó al presidente Trump a bombardear un aeropuerto en Siria, la
semana pasada.
Estas circunstancias análogas no pueden dejar
de observarse. Después de todo, gobierne quien gobierne en Estados Unidos su
actuación imperial es parte de su marca genética. En un artículo titulado “El
nacimiento de una nueva época: la post verdad” escrito por el sacerdote jesuita
Nathan Stone, éste nos informa que el Oxford English Dictionary (OED) escogió
un término escandaloso para su palabra del año 2016: post-truth, (post-verdad)
la cual define como relacionada “a circunstancias en las cuales los hechos
objetivos tienen menos peso sobre la opinión pública que los sentimientos y
creencias personales”. Este es el elemento fundamental sobre el que se
construye la desinformación que emerge de las redes sociales.
Stone
afirma que la post verdad “pareciera indicar una época en la cual la verdad
quedó como la obsesión excéntrica de algunos, una moda obsoleta de antaño” y lo
reafirma señalando que el Washington Post nos ha comunicado que: “Es oficial.
La verdad ha muerto. Los hechos pasaron de moda. Se espera que se trate de una
dosis de ironía. Los políticos siempre han mentido, pero, de ahora en adelante,
no importa”.
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