Lo más urgente es
estimular por todos los modos posibles una real participación popular en la
elaboración y discusión de los lineamientos para cada sector de la vida
nacional, y no sólo en la aprobación plebiscitaria a posteriori de lo decidido por el aparato estatal.
Guillermo Almeyra / LA JORNADA
A lo anteriormente expuesto
(y propuesto) en mis tres artículos pasados, que me vi obligado a dividir por razones
de espacio en nuestro periódico, agrego ahora, que para salir del marasmo
económico y dar una sacudida saludable a la población es ineludible un aumento
general de salarios para estimular la productividad y un plan general de
creación de empleo basado en un censo popular de las necesidades fijadas por
los habitantes en asambleas barriales, localidad por la localidad. Con los
ahorros que dejaría la reducción de la burocracia y de sus procedimientos y
trabas, se podría invertir aún más de lo que se hace actualmente en ciencia y
tecnología para dar trabajo al excedente importante de trabajadores calificados
y evitar tanto su emigración como el subempleo de la capacidades crecientes
resultantes de la revolución en el plano educativo.
Los velos que ocultan a
los cubanos su propia historia se deben eliminar. No es posible mantener los
vetos stalinistas que impiden conocer realmente qué hicieron antes y después de
1959 todas las tendencias, en particular las que se reclaman del movimiento
obrero (comunistas, trotskistas, anarquistas). No es posible evitar un balance
de porqué se derrumbó la Unión Soviética sin disparar un solo tiro y sin que
los millones de miembros de su partido burocratizado movieran un dedo. No es
posible ignorar porqué se disolvió el Partido Comunista más grande de Occidente
(el PC italiano) y sus restos se hicieron social-liberales y porqué agonizan
los partidos comunistas francés y español. Quien no conoce su propia historia,
repite los groseros errores de pasado y no puede recoger los aciertos.
Lo más urgente es
estimular por todos los modos posibles una real participación popular en la
elaboración y discusión de los lineamientos para cada sector de la vida
nacional, y no sólo en la aprobación plebiscitaria a posteriori de lo
decidido por el aparato estatal.
La imitación de lo que
era el resultado negativo de la historia rusa y el voluntarismo bien
intencionado costaron muy caro a la revolución y al pueblo cubanos. No hay
“modelos” externos. Cuba no es China ni es Vietnam. Tiene solamente 12 millones
de habitantes, los recursos son escasos y, sobre todo, carece de campesinos y
de un sector rural que pueda permitir la acumulación de capital para una mayor
industrialización. A Cuba no van a afluir grandes inversiones capitalistas
atraídas por la magnitud del mercado (que es muy pequeño). Trump se encargará
además de dificultar otras inversiones menores y el comercio de la isla, que
sigue dependiendo del pago con sus propios recursos. Aunque la autarquía es
imposible, sólo podrá contar con el ahorro de los cubanos, con las remesas de
los cubanos, con la decisión y resistencia de los cubanos. La democracia y las
libertades políticas son fundamentales porque aseguran consenso, indispensable
para enfrentar al imperialismo, su bloqueo y las crecientes dificultades
resultantes de la crisis de los “gobiernos progresistas”, como el venezolano,
que podrían verse obligados a no dar más créditos ni apoyos a Cuba. Como el
mítico gigante Anteo, sólo el estrecho contacto con el pueblo cubano puede
salvar la revolución.
Ni Rusia ni China (no
hablemos del trágico régimen dinástico de Corea del Norte) son socialistas.
Rusia y China tienen sus propios intereses nacionalistas y desconocen la
solidaridad internacionalista mientras, por el contrario, deben resolver
prioritariamente el problema que les presenta la presidencia Trump en la
principal potencia militar y económica mundial. Por supuesto, si hubiese
inversiones y ayuda de esos países, serían más que bienvenidas, pero Cuba, como
el resto del mundo, para Moscú y para Beijing es algo negociable con Estados
Unidos.
La identificación en Cuba
entre el partido y el Estado hizo que La Habana antes que todos reconociese a
Salinas de Gortari como presidente y que el PC cubano callase sobre el fraude
cometido contra un defensor de la revolución cubana, o que Cuba apoyase en la
guerra de Las Malvinas a la dictadura anticomunista argentina sin que el PC
cubano se diferenciase en esto del Estado.
La política exterior del
Estado capitalista cubano no podrá evitar acuerdos o incluso concesiones a
otros estados, pero el Partido Comunista debe explicar constantemente el precio
que el Estado cubano deberá pagar y las posibles consecuencias negativas de
esos acuerdos o de esas concesiones. Eso es urgente, sobre todo porque en
América Latina, donde el apoyo de los pueblos es fundamental para Cuba frente
al imperialismo, los gobiernos burgueses serán cada vez más proimperialistas y
cada vez más represivos y se están incubando estallidos sociales por doquier y
la relación gobierno-gobierno para Cuba es cada vez menos importante y en
cambio es más indispensable retornar a 1960, cuando Cuba era un faro, una
esperanza.
No dispongo de espacio
suficiente para seguir sugiriendo lo que otros ya están exponiendo en Cuba
misma. Sólo puedo afirmar que sólo una campaña masiva de autocrítica con amplia
participación de todos hará posible sacudirse la burocracia y que sin ella se
corre un serio riesgo de desarrollo del capitalismo mafioso, no del socialismo.
El mundo vive en su
momento más negro pues ni siquiera es segura la supervivencia de la
civilización en el caso de una gran catástrofe ecológica marcada por sequías,
tornados, inundaciones, elevación de los mares o de una guerra entre potencias
nucleares. Es también el periodo más negro de la historia cubana y no hay mucho
tiempo para reaccionar. Marx decía que la liberación de los trabajadores será
obra de los trabajadores mismos. Ahora su salvación y la de la humanidad están
en manos del trabajador colectivo, de los que producen todo y son oprimidos.
¡Qué los trabajadores
realmente decidan!
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